El placer de mirar

Edward Hopper
Cuadro de Hopper | Foto: Remitida
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Puedo perderme durante horas en un cuadro de Hopper o en los pliegues de una antigua figura de porcelana. Más de una vez he encontrado solaz a mis tribulaciones observando la intimidad de un personaje hopperiano o el gesto de una mano esmaltada atrapada en un movimiento eterno y luminoso.

Las escenas de Hopper y las figuras de porcelana siguen para mí un patrón que me seduce: algo está por pasar o acaba de suceder. Es fácil continuar la historia de lo que ven mis ojos y es, de algún modo, una adicción: tengo que seguir mirando. El placer que siento me dice que esa acción contemplativa merece la pena. No es solo una ensoñación intelectual, sino que el acto me genera también placer físico instantáneo: relajación, tranquilidad. Es casi como un masaje.

Consultorio terapéutico

Contemplar sin otro propósito que el de mirar puede ser una actividad muy terapéutica. Cuando miramos una obra de arte que consideramos bella secretamos dopamina y endorfinas, se reduce el cortisol y hasta nos volvemos más introspectivos y memoriosos.

Contemplamos con asombro el fuego y el cielo estrellado, los vastos paisajes y el agua. Tenemos inclinación hacia ciertas obras de arte, algún autor, determinadas épocas. ¿Por qué nos seduce esto y no aquello? Resonamos con cosas sin explicación. Si son feas o bonitas, no tiene importancia. Es como el amor. ¿Qué ve la amante en su querido? Algo único e inexplicable, dijo Borges. No tenemos voluntad frente a ese llamado. Somos como las ratas de Hamelín, como Ulises.

¿Eres consciente de lo que miras?

La próxima vez que te sientas abrumado, tómate cinco minutos y mira algo que te gusta. ¿Qué llama tu atención? ¿Identificas los patrones que sigue tu cerebro cuando se detiene en un objeto? Busca la constante sin otro objetivo más que el de descubrir qué te causa placer. Tal vez descubras una herramienta poderosa para calmar tus ansiedades.