Fotografía de un asesinato
Para el jurado del afamado concurso, la fotografía “refleja la explosión de odio presente en nuestros días: cada vez que la ves te sacude”
World Press Photo, la asociación sin ánimo de lucro que organiza el mayor y más prestigioso concurso anual de fotografía de prensa, ha premiado la instantánea que recoge el momento en que el embajador ruso en Turquía es asesinado por uno de sus guardaespaldas como la mejor fotografía de 2016.
Para el jurado del afamado concurso, la fotografía “refleja la explosión de odio presente en nuestros días: cada vez que la ves te sacude”.
La visión del horror produce, a la vez, espanto y empatía. Es uno de los grandes conflictos de la creación: por espeluznante que sea la realidad que describe el resultado es, inevitablemente, un producto bello.
Pero me temo que la explicación se torna más pedestre en cuanto nos quitamos la venda moral que nos impide, hipócritamente, reconocer la verdad: nos atrae la sangre, el horror, el drama. Tenemos una inclinación morbosa a la visualización de la tragedia. Nos deslumbra el mal. Sentimos un placer culpable, pero no podemos ni queremos evitarlo.
Somos la chusma que se echó a la calle para ver pasar a Mariana Pineda a lomos de un asno camino del cadalso y se agolpó en el Triunfo para disfrutar de su ajusticiamiento. Los romanos que abarrotaban el Coliseo para divertirse con la muerte ineludible de un semejante. El populacho que hacía -y hace- el papel de figurante en los españolísimos autos de fe.
La violencia nos subyuga. De no existir la posibilidad cierta de que el torero muera ensartado en un pitón del toro las plazas estarían vacías; a nadie interesa el número de un trapecista que no pueda desnucarse. Quizá sea la tanatofilia la causa última de que siga existiendo público para esos espectáculos.
Por eso, cada vez con más frecuencia, los delincuentes graban sus fechorías y las cuelgan en la Red. Y esas imágenes espeluznantes tardan pocas horas en convertirse en virales.
Los terroristas del ISIS cuidan sus performances criminales hasta el último detalle, conscientes de la fascinación que provoca la buena puesta en escena de una muerte horrenda.
Caravaggio, que reunía en sí la doble condición de artista y criminal, eligió una mujer ahogada para representar a la Virgen María.
La belleza del fotoperiodismo tiene menos que ver con lo hermoso que con la búsqueda de la verdad. Y la verdad es, casi siempre, dolorosa.
El embajador ruso inauguraba una exposición de fotografía en el momento en que fue asesinado. Lo que no imaginaba, mientras leía su discurso, es que la más premiada iba a ser la que mostrara, en directo, su propia muerte.