Gracias, Luis: ahora creo más en el amor
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“Supongo que estar hundido es un modo de seguir enamorado y de empezar una nueva vida con el amor de siempre”.
Estas palabras se las dedicó Luis García Montero a su mujer, Almudena Grandes, que, como bien sabemos todos, nos dejó hace un par de semanas; desde entonces la literatura está un poco más vacía, más triste.
Sabía que estaban casados, pero no conocía su historia.
Y qué historia.
Ella, casada. Él, con su pareja de toda la vida.
Un día cualquiera, sus caminos se cruzaron y desde ese momento sus vidas cambiaron para siempre.
Dejan a sus respectivas parejas y emprenden una nueva vida juntos, tirándose de lleno a la piscina sin temerle ni un segundo al posible golpe.
Porque el amor, a veces, puede con todo.
Confieso que derramé unas cuantas lágrimas leyendo a Luis y que, desde entonces, creo un poco más en el amor.
Hace poco alguien me dijo que lo que más caracterizaba mi forma de escribir es que lo hago desde las entrañas, sin miedo y, mucho menos, vergüenza. Que hablo de mis sentimientos de una manera muy real y personal y que eso es lo que le llega a la gente, esa transparencia.
Yo sonreí.
Y es que, al final, somos lo que sentimos, y de amor y desamor entendemos todos; también de inseguridades, de complejos, de recuerdos, de secretos a voces.
Leer a Luis fue echar la vista atrás y darme cuenta de que, y mira que suena irónico, gracias a que me partieron el corazón, he conseguido tener una relación sana con el amor, empezando por el propio.
Dentro de esa relación sana, cabe entender y aceptar que el amor romántico, el de pareja, puede acabarse tan rápido como empieza: en los 3 segundos que dura un cruce de miradas.
Que puedes estar muy seguro de tu relación, o creer estarlo, y que de repente se cruce alguien en tu camino que te rompa todos los esquemas habidos y por haber, como les pasó a Luis y Almudena.
He entendido que hay que darle su lugar a las dudas y su espacio, porque pueden aparecer de un momento a otro. Y que no pasa nada, dudar es humano y, a veces, es justo el paso previo a darte cuenta de lo que quieres de verdad.
Que el amor entiende más de admiración que de besos.
Y que duele, que ojalá no, pero el amor de verdad, a veces, duele.
Y la ausencia del propio, muchísimo más.
Que las mariposas del estómago pueden convertirse en gusanos en un parpadeo.
He aprendido que el amor tiene muchas vertientes y he abrazado algunas de ellas.
Que para sentirse amado y hacer sentir amado a alguien no hace falta estar enamorado.
Que mirarse al espejo, reconocerse y verse guapo también es una forma de amor.
Y abrazarte con alguien que apenas conoces, pero que te aporta paz.
Me he dado cuenta de que son muchas las veces, y somos muchas las personas, las que anteponemos el amor romántico, el de pareja, al resto.
Y es un error catastrófico.
La llamada de teléfono que te hace tu madre para preguntarte cómo estás o si necesitas algo, eso sí que es amor.
El que había en la mirada de la Titi esta mañana cuando me decía lo guapa que estoy con los labios rojos, también.
Los besos de Goku y Vegeta.
Emi leyéndose todos mis post de Instagram y viendo mis fotos para ver cuáles escogía para hacerme el calendario.
Que te digan que te echan de menos.
Hay amor por todos lados. Estamos rodeados de amor y de maldad a partes iguales.
Supongo que, al final, el mundo está hecho de ambos y que no existiría la bondad sin la maldad.
No pretendo que parezca que estoy desencantada con el amor; sigo siendo la misma romántica de siempre, dándole a Pepe una media de 150 besos al día y emocionándome también con el amor ajeno.
Sigo prefiriendo ir de su mano a sola.
Creyendo en él y, quizás, con más fuerza que nunca. En el amor y en Pepe.
Es solo que, bueno, si algo me ha enseñado este 2021, es que idealizar, en general, es una mierda: personas, ideas, sentimientos, trabajo, relaciones…
Y que cuantas menos expectativas tengamos más vamos a disfrutar lo bueno que el amor pueda ofrecernos.
Que la vida cambia, y sigue, y que es absurdo detenerse y sufrir en aquellas cosas que se escapan de nuestro alcance.
Y que, al final, son ley de vida.
Me ha enseñado, también, mucho sobre la importancia de escucharse, aceptarse y quererse, y me ha hecho darme cuenta, reconocer y asumir que yo llegué a dejar tan de lado todo eso que me acabé construyendo una coraza para protegerme de mí misma.
Ahora la he roto, y tengo la sensación de, por fin, vivir siendo y sintiendo acorde a lo que llevo dentro.
Ahora, uno de los primeros puestos siempre será para mí.
Jamás volveré a dejar de ser honesta conmigo misma.
Sigo amando al amor. ¿Cómo dejar de hacerlo? Es el motor de la vida.
Pero ahora lo hago de una manera más realista, sabiendo que no siempre es eterno; con más cautela, pero disfrutándolo cada segundo como si fuera el último.
Creo que en esto está, en parte, la clave de que la llama se mantenga viva.
Aprovechemos estas fechas para dar mucho amor a los nuestros, pero también a nosotros.
No se nos olvide que no nos queda otra que soportarnos toda la vida y que cuanto más nos queramos más felices seremos.
Abrazo inmenso.