Fin de ciclo
El descenso del Granada pone fin a la etapa de mayor éxito en la historia del club, que aterriza en Segunda un año después de pisar Europa, con un futuro difuso
El Granada cerró este domingo el ciclo de mayor éxito en su historia. El equipo que paseó al escudo de la bala por Europa pertenece ya a una etapa pretérita, que concluyó con una temporada que, por momentos, rozó el esperpento. El conjunto rojiblanco despilfarró el colchón de siete puntos con respecto al descenso con el que inició el año, desaprovechó una primera oportunidad de certificar la permanencia en el Benito Villamarín y desperdició su ventaja en la última jornada de Liga. Un ejercicio funesto, en el que siete fechas consecutivas sin perder dibujaron una raya en el agua, que se desvaneció por pura inercia. La afición rompió en un silencioso llanto por despertar del más dulce de sus sueños, pero también por mirar hacia un incierto futuro con una herida más en el corazón.
La vida era bella para los nazaríes con Diego Martínez en el banquillo, y no solo por todo lo que el conjunto rojiblanco celebró con el vigués. El equipo tenía una identidad, arraigada a unos valores fundacionales a los que era fiel, y en el club reinaba la estabilidad. A todas luces, aquella cita en Old Trafford era, en realidad, el último baile del mejor Granada, y lo que vino desde entonces no fue más que un epílogo demasiado largo. Porque el descenso se consumó en la noche de este domingo, pero para cuando Jorge Molina erró el penalti que pudo cambiar todas las portadas, hacía meses que los pilares habían colapsado.
Contra el Espanyol, la presencia del cuadro granadinista apenas se intuyó en un par de arreones, uno al inicio y otro al final. En este último, era ya el calor de las llamas lo que empujaba a los de Karanka, conocedores de que ganaban Mallorca y Cádiz. Ellos cumplieron, mientras los nazaríes se diluían como un azucarillo en el café. El encuentro fue una suerte de adaptación a esos 97 minutos de lo sucedido durante las 37 jornadas anteriores, que dejó el cuerpo cortado a los casi 20.000 aficionados que se reunieron en Los Cármenes. Incluso Yangel Herrera, de visita en el Zaidín, debió de sentir un pellizco en el estómago.
El Granada, como sucedió durante toda la campaña, presentó pocos argumentos para cuestionar el empate, más allá de cierto empuje. El aturdimiento se había propagado como en otros momentos de la campaña, previos a la llegada de Aitor Karanka al banquillo. Por primera vez en el último mes, el conjunto rojiblanco se había desconectado, tornaba en aquel insulso grupo de futbolistas que no sabía a qué jugar cuando tenía la pelota. Los pericos sí lo tuvieron claro. Combinaron el propio Yangel Herrera, Sergi Darder y el habilidoso Nico Melamed hasta casi hacer que los nazaríes pidieran clemencia en algunos tramos del duelo. Y, aun así, el destino estuvo en un disparo.
En Jorge Molina se vieron representados todos aquellos aficionados que decidieron ver el final del partido de pie. El ariete, máximo goleador del Granada, no pudo contener las lágrimas ante una hinchada completamente compungida. Se rindieron mutuo homenaje, aún entre la tristeza y el shock por lo ocurrido. No deja de ser llamativo que fuera él, el hombre que más veces avivó la hoguera de la esperanza rojiblanca en este curso, quien fallara el penalti con el que todos en la grada creyeron salvada la situación. Más de uno debió de verse ya en la playa, aguardando las noticias sobre los fichajes con los que su equipo trataría de acercarse de nuevo a cotas altas en la clasificación, mientras el alcoyano trotaba hacia el balón.
Paralelismos
Aunque este descenso no adquirió la extravagancia del certificado en 2017, existen ciertos paralelismos reseñables en el guion. Este ‘remake’ comenzó con la incorporación de un entrenador célebre. Entonces, fue Paco Jémez; en esta ocasión, Robert Moreno. El técnico catalán, como en su momento el canario, vivió un inicio nefasto, en el que tardó en descubrir que su estilo no casaba con la plantilla rojiblanca. Cuando lo hizo, respaldado durante semanas por la cúpula del club -tampoco en las alturas fueron rápidos para ver que el barco tenía fugas-, el equipo despegó, pero era una quimera.
Antes de que se vislumbrara el pinchazo, llegó un mercado invernal de fichajes ostentoso, en el que la entidad desembolsó más de diez millones de euros, en cuatro futbolistas cuyo futuro ahora es borroso. Ello escondía una pifia en la salida frustrada de Darwin Machís al Charlotte estadounidense. La marcha fue anunciada por Patricia Rodríguez y Pep Boada, y el jugador hizo las maletas para recalar en el conjunto norteamericano, pero su causa abierta con la justicia le llevó de vuelta a la Ciudad Deportiva. Una de esas cosas que solo parecen ocurrir en Granada.
Rubén Torrecilla, como interino, sustituyó a Robert Moreno cuando el equipo había empezado ya una caída libre difícil de frenar. El plasentino dio otro aire a la plantilla, pero la empresa era demasiado complicada. Fue destituido en un volantazo en apariencia improvisado, horas después de que fuera convocada su rueda de prensa previa al encuentro frente al Atlético de Madrid. Emergió Karanka por sorpresa, y, con él, la tranquilidad. Fue bajo su mando como el Granada realmente se pareció a aquel que reconcilió a club y afición, integró la normalidad en el día a día en las instalaciones rojiblancas, pero no dispuso de margen suficiente para obrar el milagro.
Este curso, y no solamente por el descenso, volvió a abrir esa brecha. Buena parte de los hinchas que resistieron en la grada entre sollozos al final del partido miró hacia la zona más céntrica de la Tribuna, donde contemplaban el choque Patricia Rodríguez y Sophia Yang, entre otros directivos, ante la ausencia de un presidente a quien expresar su disconformidad. Quién sabe si el próximo curso conservan su localidad en el palco. El escenario ahora es difuso. Cabe esperar una profunda reforma, como sucedió en aquel verano de 2017 y en el posterior. La plantilla, presumiblemente, sufrirá un lavado de cara. Aquel camino que inició la entidad de la mano de Diego Martínez desembocó en el más duro de los desenlaces. "El club será lo que la propiedad quiera que sea", indicó el vigués en su despedida. De Europa, el equipo aterriza en Segunda. Toca iniciar un ciclo nuevo.