Volver a perder

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Bryan Zaragoza y Perea presionan a Zé Ricardo durante el encuentro | Foto: LaLiga
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Escribo esta columna semanal sin saber quién ganará el Mundial, no sé si será Messi quien, por fin, levante la copa del Mundo o si, por el contrario, será Mbappé quien la obtenga por segunda vez; pero eso ya indica que lo más importante del fin de semana futbolístico fue otra cosa. El sábado jugó el Granada en Lugo a la vez que Croacia y Marruecos se disputaban el bronce mundialístico. Aunque tengo que reconocer que no vi ninguno de los dos partidos, me coincidieron con la comida de Navidad de la empresa.

Las comidas de empresa son algo así como jugar fuera de casa. Vas con los de siempre, con la gente que ves cada día, pero parecen diferentes. Estás en otro lugar y el ambiente es distinto. Las caras, más o menos, son las mismas, pero están más arreglados, sonríen más, incluso huelen de otra manera. Estáis allí, juntos, pero te sientes un tanto desubicado.

Al igual que los partidos fuera de tu estadio, este tipo de eventos hay que saber jugarlos. La táctica siempre es la misma: saber dónde sentarte, de qué hablar, cuándo parar de beber y en qué momento retirarte a casa sin perder un ápice de dignidad. Pero, no sé por qué, la cosa nunca suele salir del todo bien. Por mucho que lo hubieras repasado en la cabeza, al final te toca al lado del jefe, coges el pan de la derecha o el de la izquierda -nunca sé cuál es el mío- y te sirves el vino en la copa del agua.

Algo así le pasa al Granada lejos de Los Cármenes. Por mucho que parezca que la cosa va a ir bien, al final siempre aparece un gol inesperado, un fallo inexplicable, una expulsión, un penalti dudoso, una lesión o un cambio desafortunado; que hacen que pierda el partido. El Granada fuera de casa es un poco como las comidas de empresa: aunque hayas conseguido sentarte en el sitio idóneo, hayas comido lo justo, no hayas bebido de más ni hablado de ningún tema espinoso, al final, cuando has creído llegar a casa con toda la dignidad intacta, te llega por WhatsApp la foto de la cena y sales con los cuernos puestos. Y entonces te das cuenta de que, por mucho que hayas intentado no meter la pata durante la velada, una vez más, has vuelto a perder el partido.