Salida por el infierno: el fracaso de un club que lo hizo todo mal
El Granada regresa a Segunda División tras una gestión deficiente a todos los niveles que ha conducido tanto al descenso como al divorcio con la afición
Si el Granada salió de Segunda División por las estrellas, como presumió aquel documental que narra el ascenso del curso pasado, ahora abandona la élite por el infierno. El discurso que Sophia Yang, Javier Aranguren y Alfredo García Amado, integrantes de la cúpula rojiblanca, se esmeraron por construir en aquella producción televisiva se derrumbó en 350 días. Pasado este tiempo, el lapso durante el que ha sido un equipo de Primera, no queda nada de lo que se exhibía. Más que la crónica de una muerte anunciada, que lo es, el descenso del cuadro nazarí es el fracaso de un club que lo hizo todo mal. La secuencia de fiascos que nada tuvieron que ver con la fortuna o las vicisitudes de la competición, sino que fueron producto de una gestión deficiente a todos los niveles, pasiva en algunos momentos.
Cabe en la idiosincrasia de un club como el Granada alternar campañas en lo más alto con descensos a Segunda, coquetear con la quema en temporadas apuradas e, incluso, firmar algún curso tan malo en lo deportivo que no haya manera de sacar al equipo de lo más hondo de la clasificación. Lo que no entra en lo normal es el naufragio institucional que en esta ocasión ha llevado al conjunto rojiblanco a la Liga Hypermotion y ha fracturado su relación con el hincha hasta hacerlo sentir ninguneado. Lo de este sábado en Los Cármenes, con miles de abonados obligados a pagar un suplemento para ver a su equipo saltar al campo ya descendido y ofrecer un espectáculo bochornoso, fue el colofón. La indolente respuesta de la afición, ya sin ánimo ni para coordinar protestas hacia el palco, es la consecuencia de los bandazos de un consejo de administración y una propiedad incapaces.
Del amago de venta a los suplementos a los abonados
No hubo nada que hiciera bien el Granada desde que celebró en la Fuente de las Batallas su regreso a Primera División. Todo comenzó con el amago de venta del club y su consiguiente retraso en la planificación deportiva. Aquello tal vez habría tenido un pase si el proyecto no hubiera sido calamitoso. Fueron pocos los fichajes, menos aún los que realmente rindieron, y la operación salida casi se resumió en la liberación de futbolistas y la fuga de Samu Omorodion, un talento que el conjunto rojiblanco dejó escapar por falta de vista. Cayó de la dirección deportiva Nico Rodríguez por ello y le reemplazó Matteo Tognozzi, con una idea a largo plazo pero que se topó pronto con una ridícula eliminación de Copa por alineación indebida.
Con el italiano al frente del área deportiva, el club destituyó a Paco López, que suspiraba por llegar a enero y poder trabajar con una plantilla reforzada. Quien recibió los regalos de enero fue el Cacique Medina, un experimento de Tognozzi sin experiencia en Europa que salió como los del profesor Bacterio. Agrietó el vestuario y logró que el equipo se dejara ir antes de marcharse él a la francesa. En aquel mes de enero, el Granada tampoco supo retener a Álvaro Carreras, seducido por el Benfica, ni a Bryan Zaragoza, la mayor perla que ha producido la cantera en años. El malagueño sí dejó un buen pellizco, aunque da la sensación de que pudo dejar mucho más en las arcas. Para entonces, la entidad ya había abandonado a su suerte tanto al Recreativo, que descendió con más premura aún que el primer equipo, como al Femenino, que ahora es la única de sus plantillas mayores que se puede salvar.
En paralelo, se desintegró rápidamente el compromiso con la afición, que, según subrayó en aquel documental Javier Aranguren, adjunto a la presidencia, era “el eje fundamental” del club tras el descenso de 2022. “Ellos son el combustible de nuestro coche”, agregó la presidenta, Sophia Yang, sobre los hinchas, aunque al poco pareció cambiar a un vehículo eléctrico cuando la promesa de mantener los precios de los abonos tornó en un incremento encubierto con los días del club frente a Barça y Madrid, inamovibles ni con el equipo a la deriva. De ahí que este Granada haya logrado que su afición ni siquiera padezca el descenso, indiferente. Esta herida es profunda y no cicatrizará fácilmente.
La autocrítica del club por todo ello apenas se resume en un par de líneas de la carta abierta que la presidenta dirigió hacia la afición. “El desenlace evidencia que podríamos haber hecho las cosas mejor (...). No vamos a eludir la responsabilidad ni a ocultar nuestra decepción con este resultado”, promete la misiva. Papel mojado si no se sustenta en hechos, como las conversaciones con el Ayuntamiento para alcanzar un acuerdo de concesión a largo plazo del uso de Los Cármenes, que se cae a pedazos. Aunque esto, eso sí, también implica a quienes gobiernan en la Plaza del Carmen.
Futuro
El Granada hace tiempo que es un club hueco, una estructura vacía por dentro, además de opaca. Nadie sabe a quién se tiene que dirigir en la entidad para contactar con ella, incluso en materia de fichajes. En el seno interno tampoco es que lo tengan muy claro, a decir verdad, aunque insisten en la existencia de un proyecto a largo plazo. Y de ahí emana, en realidad, la incertidumbre que se inyecta en cada granadinista. La cosa no está en descender, sino en qué será de la institución de ahora en adelante.
El crecimiento que pretende y aseguran tanto el consejo de administración como la propiedad parte irremediablemente de un paso por el purgatorio que implicará cambios. A priori, no en la estructura, aunque la verdad es que hay algunas figuras de los escalones altos del organigrama de la entidad en las que se ha asentado la inquietud. Habrá que ver si esta postura es la misma después de las tres últimas pachangas. En cualquier caso, a más de uno le volverán a sonar en la cabeza las palabras con las que se despidió Diego Martínez, que con el tiempo han resultado proféticas: "El club será lo que la propiedad quiera que sea".