La historia de Granada, a través de sus pilares
Una ruta marcada por estos surtidores de agua relata siglos de cultura que han ido conformando la ciudad que hoy se conoce
Recostado sobre la cara externa del edificio de la Delegación de Educación, al final de la céntrica Gran Vía y junto a los Jardines del Triunfo, el pilar Berta Whilhemi es testigo silencioso del desarrollo de la vida de Granada. Como un oasis para viandantes, contempla el paso de miles de transeúntes que merodean en torno a los Jardines del Triunfo y ahoga la sed tanto de turistas como de ciudadanos. Lo lleva haciendo desde que fue puesto al servicio de los granadinos en 1984, después de haber pertenecido a la acaudalada señora alemana de quien recibe su nombre. Comienza desde él una ruta que relata, a través de estos surtidores de agua, siglos de cultura que han ido conformando la urbe que hoy se conoce.
El de Berta Whilhemi recuerda a una figura que destacó como empresaria y por su lucha por los derechos de la mujer, como recoge Francisco López en su blog ‘Mis paseos por Granada’. Construido en piedra gris de Sierra Elvira, se trata de un pilar que consta de una pila rectangular y tres caños de bronce, en cuyo frontal se inscribieron las iniciales ‘D. M. A.’. Más deteriorado está el de San Juan de Dios, al final de la calle que recibe este nombre, que acusa el paso de los años y tiene, incluso, varios boquetes. Incrustado en una pared agrietada de un local, data del siglo XVIII y ganó fama porque se extendió que sus aguas tenían propiedades poco menos que únicas.
Escondido junto a la calle Arandas, el pilar de la calle San Jerónimo se halla en una pared encalada, entre zonas de arbustos. Está bien conservado, pero sus chorros ya no tienen la fuerza que antaño y en el agua de la pila flota algún residuo. Sobrio, con pocos adornos y también cincelado sobre piedra gris de Sierra Elvira, antecede en este paseo al pilar de la Puerta del Perdón. Este último se encuentra a la espalda de la Catedral, en la calle Cárcel Baja, recibiendo la mirada de los turistas que por allí se dejan llevar. Barroco, acusa sus cuatro siglos de vida y luce tan agrietado como desgastados sus bordes, si bien sigue surtiendo de agua.
No lo hace, sin embargo, el coqueto pilar de Diego Siloé, hasta el que guían los pasos desde la Catedral, en el lugar en el que el arquitecto habría comprado una vivienda. Abollado y agrietado, apenas llama la atención junto a un pequeño banco de piedra. Una placa sobre él reconoce la labor de Siloé. Constituye la parada inmediatamente anterior a la estación que es en este camino el Real Monasterio de San Jerónimo. En él, son varios los surtidores de agua que forman parte de su encanto histórico, aunque pocos funcionan. Una pila octogonal, descuidada, acumula polvo en su interior; otra, rectangular, se cobija a la sombra de unos árboles; dos de forma circular reciben formando una suerte de pasillo… A las afueras, en una plaza de naranjos que le da nombre, se halla otro, también inactivo, que fue construido en 1565 por Francisco Hernández Córdoba y que hoy almacena los enseres de algunos indigentes que acampan por la zona.
En el Realejo
Esta propuesta continúa por el Realejo, donde recibe el pilar del Vía Crucis. Este, muy pequeño y seco, se encuentra adosado en el Carmen de Maurón y dispone encima de un retablo de piedra en el que se grabó la escena del Descendimiento de Cristo de la cruz. Un poco más arriba, engastado en el mismo edificio, está el pilar que fue nombrado como dicha vivienda, que data del siglo XIX y en la actualidad se encuentra grafiteado.
Siguiendo las huellas de quienes levantaron la Granada que amanece, al principio de la Cuesta del Realejo, adosado a uno de los muros del Convento de Santa Catalina, hay un pilar que, observado por la Virgen de la Misericordia y desgastado por los años, fue construido en 1616. Es lo poco que hoy permiten deducir sus grabados, difuminados por los siglos y sus reubicaciones -inicialmente se hallaba en Fuente Nueva-. El pilar de la Antequeruela Baja pasa desapercibido en una acera de la pendiente que lleva al hotel Alhambra Palace. Apenas expide agua por uno de sus chorros, incrustado en la pared junto al patio de una vivienda. Dispone de elementos barrocos, por lo que se estima que se realizó en el siglo XVII. Con dificultad, se puede leer sobre su superficie las iniciales “I. H. S.”, que significarían “Jesús, salvador de los hombres”.
En una pared de la iglesia de San Cecilio que ya sufre el paso del tiempo, se encuentra bien conservada la pila que recibe el nombre del templo, construida por varios materiales, que hacen destacar sus detalles rojizos. Fue realizada en el siglo XIX, pero no fue hasta entrado el siglo XX cuando se trasladó de Ogíjares a su ubicación actual. Muy cerca, en el muro de contención que sostiene la plaza, otro pilar casi se rompe por el lateral a causa del roce con las manos de quienes acuden a beber agua allí. Ya en el Campo del Príncipe, saluda un pilar pequeño, en el que las caras grabadas ya lucen magulladas por los años bajo unos arbustos florecidos, algo descuidado y entre grafitis.
Hacia el Albaicín
Concluye la etapa del realejo el pilar de la Cuesta de Escoriaza, que se sitúa en la placeta Joe Strummer, muy respetada por el ser humano, pero no por el tiempo. Desde allí, la ruta invita a adentrarse en la Alhambra para contemplar, primero, el enorme pilar de Carlos V, acorde con el palacio, a las puertas del complejo. Fue diseñado en 1545 y cautiva a los turistas y granadinos que por allí pasan. Pasa más desapercibido el pilar de Washington Irving, que apenas gotea.
Camino hacia el Albaicín, en la siempre concurrida Plaza Nueva, el pilar del Toro es desgastado por quienes, sedientos, se acercan antes de continuar su paseo por la ciudad. Aun reformado, exhibe las arrugas que sus más de cinco siglos de vida le han generado. En la Placeta de los Carvajales, con un estilo en apariencia mucho más moderno y minimalista, el agua corre por el pilar que adopta el nombre de su ubicación mientras los jóvenes, arriba, se turnan en el balcón para hacerse fotografías ante el paisaje.
El pilar de la Placeta de San Gregorio, mientras, se convierte en parada obligatoria de los turistas, que sacian su sed durante las explicaciones de sus guías. Fue construido en el siglo XVI, alrededor de cien años antes de que se levantara el pilarejo de Ágreda. Impone el blanco que hoy lucen los ojos de las dos caras de las que sale el agua, que observan a quienes, entre dos árboles, se refrescan al término de este paseo histórico y cultural.