Granada llega en calesa al primer gran día de Corpus
Mucho 'caseteo' y rebujitos a mares en un recinto ferial abarrotado este miércoles, que para muchos adelanta la fiesta hasta bien entrada la noche
Caen las cinco de la tarde y la sobremesa se convierte en tardeo bajo la sombra de las casetas del recinto ferial de Almanjáyar. Fuera, el sol tuesta la piel, pero no es impedimento para que el goteo inicial de jóvenes y mayores, familias completas, se termine convirtiendo en un caudaloso río de gente. En el núcleo de la feria, las calesas de caballos no dejan de dar vueltas a la manzana. Sobre el carruaje, Granada entera llega al primer gran día de Corpus, que adelanta la fiesta a un miércoles que ya a primera hora de la tarde se esperaba largo. Mucho 'caseteo' y rebujitos a mares hasta que la luna gobierne el cielo. Para algunos, incluso, hasta que vuelva a ceder el trono al astro rey.
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Antonio dirige la calesa con mil ojos. En ausencia de un carril específico para el carruaje, comparte el pavimento con centenares de personas que, despistadas, se le cruzan en el camino. "Esto hay que cambiarlo", espeta, en lo que burla como puede a un par de relaciones públicas que van ofreciendo abanicos de papel. Vira en cada esquina que marcan las casetas, repletas desde muy temprano. Entre los que todavía alargan el almuerzo y quienes llegan ya con visos de que les caerá la noche en el ferial, apenas cabe un alfiler. En todas y cada una de ellas, un corro de palmas que deja en el centro a quienes se atreven a sacar sus pasos prohibidos. Frente a la portada, tres chicas sacan el móvil y se hacen un selfie. Así inauguran un gran día de feria.
Todo se cuece en las barracas -con el calor, casi literalmente-. De unas rezuman notas flamencas mientras otras, que van recibiendo a los fiesteros más madrugadores, vibran al ritmo latino. En la de Caja Rural, se reúnen los integrantes del Covirán Granada, de comida que se estira hasta bien entrada la tarde. Enrique y su grupo de amigos, mientras, escruta cada una de las casetas con un objetivo. "Tenemos hasta mala cara del hambre. Estamos buscando dónde comer, porque mira la hora que es y todavía no lo hemos hecho", comprueba el momento en su móvil. Casi las seis de la tarde.
Fútbol en el ferial
En otra esquina del ferial, rueda el esférico. Un chico se deshace de la marca de su amiga con un recorte espectacular que dibuja en el chaval una sonrisa pícara. Una empleada de la caseta de Motril sale de repente y corta el pase, a lo que le devuelve la mueca alegre. Más al fondo, en la misma calle, otro niño con trenzas exhibe cualidades notorias en el regate, mareado su defensa. Igual, si algún ojeador del Granada se hubiera pasado por allí en aquel momento… Junto a las promesas del fútbol nazarí, una familia se despega de su puesto de patatas para sumergirse en la sombra. Despliegan sillas de playa y se sientan al fresquito, al menos hasta que algún cliente se les acerque para comprar una botella de agua. Una suerte de caseta propia.
En la tranquilidad, y con el recinto ferial ya de bote en bote, sucede algo. Cuatro agentes de la Policía Nacional esprintan hacia 'La Gaviota'. Localizan a un hombre, lo agarran y lo llevan a un aparte para cachearle y revisar su mochila. "No ha pasado nada. Es un viejo conocido y, como sabemos lo que hace, estamos previniendo", aclara un agente. En las casetas, como si nada hubiera sucedido, suena una versión de 'Tacones rojos'; abanicos al aire de manera instantánea. No hay quien pare una fiesta que enamora a propios y a extraños. "Me llamo Mario y soy de Almería", se presenta un joven, que disfruta de unas copas en 'La Malafollá'. Estudié la carrera aquí en Granada y, desde que conocí el Corpus, año tras año vengo a la feria", relata, una experiencia "increíble", sostiene en su tercer día de celebración. "Estoy disfrutando un montón; este sábado, ha sido de los mejores que he vivido aquí. El domingo estuve un ratito y hoy tocaba el día grande con los amigos", abunda.
El sol va alargando las sombras y, a menos calor, en la zona de atracciones se van acelerando corazones. Mario y Luigi, los mismísimos hermanos Bros, reparten globos junto a los columpios, aunque a más de uno les sorprende que no son gratuitos. En el Revolution, los valientes que se atreven dan vueltas y vueltas, a la vez que en los balanceos de la barca vikinga se aferran los jóvenes a los barrotes de la jaula. El AirMax pone muchos pies colgando y el Flip Fly deja a la gente suspendida en el aire. Decenas de muñecos Stitch, a todo esto, aguardan pacientes en la tómbola a que alguien los acoja en su hogar. "Al que no juega, no le toca", invita un feriante al otro lado del mostrador.
La luz natural se va apagando. En la puerta de una caseta, al intentar hacer recuento, surge una duda. No se preguntan cuántos rebujitos han bebido, sino "¡cuántas jarras han caído ya!". Y las que quedan. El primer día grande del Corpus también es largo.