La Navidad sin luz de Conchi y Pepe en la zona Norte

Este matrimonio granadino afronta "con mucho miedo" la llegada de las fiestas por los cortes; ella es diabética y su dependencia del suministro energético entra en el ámbito de lo vital

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Pepe y Conchi, a la luz de la linterna en su casa | Foto y vídeo: Celia Pérez
Chema Ruiz España
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Pepe Márquez recibe a sus invitados con una sonrisa radiante. "Encantado, muchas gracias por venir", saluda con cortesía. En una mesita junto a la entrada, una bandeja con mantecados que no tarda en ofrecer. "¿Queréis tomar algo? ¿Un café calentito? ¡Hay que aprovechar ahora que tenemos luz!", invita. Parecía verlo venir, después de seis días sin un corte. En el salón, Conchi Sánchez, su mujer, se protege del frío con las faldas de la mesa. Preside bajo la televisión un coqueto belén, rodeado por un hilo de bombillas de colores. "¡Ay, el leñador!", exclama ella al descubrir que una de las figuras se ha caído. "Tiene mucho tiempo. Antes solía poner uno más grande, pero ahora solo pongo el nacimiento", precisa. Tiene 70 años, dos menos que su marido, y diabetes. Además, ha superado un cáncer de páncreas, lo que acentúa su dependencia de la insulina. De ahí, la inquietud diaria de este matrimonio de la zona Norte. Apenas una hora después de la visita de GranadaDigital, suena un mensaje en el móvil: "Ya estamos sin luz".

Esta es la historia de Conchi y Pepe, idéntica a la que podrían relatar Beatriz, Encarnita o cualquier otro vecino de las calles Soto de Rojas, Conde de Torrepalma y Joaquín Corral Almagro, las más afectadas en las últimas semanas por la intermitencia eléctrica. Son 116 los cortes que han sufrido durante noviembre, 66 en lo que va de diciembre solo en su barrio. En el resto del distrito hay que añadir 14 más en esta primera mitad de mes. Este matrimonio granadino lleva doce años viviendo en la última de las direcciones mencionadas, alrededor de 15 sufriendo los cortes en la zona Norte. "Vinimos aquí con la esperanza de que se nos mejorara un poco la cosa. Aquí, estamos igual. La misma circunstancia, el mismo frío, la misma escasez energética y, sobre todo, el menosprecio de parte de la empresa que lleva la energía", lamentan.

-Se acerca la Navidad…

-¡Estamos temblando! Hace dos o tres años, en Nochebuena y Nochevieja se fue la luz. Estábamos que no podíamos ni comer.

"Lo vivimos con envidia de ver cómo Granada goza, está iluminada, llena de luz, y nosotros estamos aquí, a través de una vela y con un plato de comida que tenemos que hacer para el día siguiente en prevención de que no haya electricidad", exterioriza Pepe. "Mira las fechas a las que estamos y yo todavía no he comprado nada por si se va la luz", interviene Conchi, que aguardará al día 22 para pensar en Nochebuena. No llenan la cesta cuando van al supermercado porque saben que lo más probable es que, con un corte que inhabilite sus electrodomésticos, se eche a perder. Viven al día. "No me voy a ir muy lejos: ayer hicimos la comida de hoy, por si acaso", ejemplifica su marido.

Una hornilla de gas portátil que guardan en la terraza, aunque antigua y con poca potencia, se convierte en su mejor aliado a la hora de comer entre apagones, habitualmente puntuales cerca de la hora de la cena. "No tiene fuerza para hacer comidas contundentes, pero sí para calentar un café, un poquito de sopa… Nos hacemos un par de cosicas y nos acostamos", exponen. Así es su vida cuando no hay luz en estos días de frío previos a las fiestas. "Yo siempre tengo ahí… -antes de que Conchi termine la frase, Pepe se levanta y abre una de las puertas del mueble-". "La linterna, siempre a mano", concluye él, al tiempo que pone el farol sobre la mesa. 

Durante la conversación, las bombillas que adornan el belén parpadean, revelando que alguna no enciende. "Se nos ha fundido una fase de las luces de Navidad. ¡Me habéis hecho quedar en ridículo!", ríe Pepe, que trata de tomarse la situación con humor. El fallo se debe a que, cuando Endesa devuelve el suministro, se produce una subida de tensión que estropea los aparatos. Un par de routers de wifi han tenido que ser cambiados ya en su domicilio, aunque quienes más sufrieron esta consecuencia añadida de los cortes de luz fueron sus hijas, Clara, Conchita y Alba, que se vieron obligadas a estudiar bajo la luz de una linterna. "Mi pequeña se cargó el ordenador cuando estaba en plenos exámenes, que estaba estudiando Diseño y tenía que preparar todos los dibujos ahí. Se le fundió. Casi todas las tardes se tenía que ir a hacer los trabajos por ahí porque aquí no se atrevía a estar", recuerda Conchi. 

Pero la intranquilidad de este matrimonio, que desde hace un par de años vive solo en el domicilio, va más allá del frío, la comida, los electrodomésticos o cualquier otra condición de una vida normal. Su dependencia de la electricidad entra en el ámbito de lo vital, lo que les asusta con cada apagón. Por un lado, reside en la bandeja más alta del reverso de la puerta del frigorífico, donde Conchi guarda su insulina. Debe permanecer fría, con lo que los cortes comprometen su conservación. Por otro, la propia regulación de su nivel de azúcar. Se mide con un aparato, un glucómetro digital, que, al pasar por encima del medidor de glucosa que tiene implantado en el brazo, arroja el parámetro exacto. Además, este dispositivo previene de bajadas o subidas de azúcar mediante una alerta. Un artilugio esencial en su día a día, pero que requiere carga.

"La luz no significa nada mientras ella esté bien"

"Me ha pasado un par de noches que me ha sonado, se me había olvidado cargarlo y no he podido registrarme el azúcar porque no tenía batería. He tenido que ir a enchufarlo al centro cívico, a la asociación de vecinos o a casa de alguien que tuviera luz", detalla Conchi, que en más de una ocasión ha tenido que pincharse a oscuras. "Vivo con la incertidumbre de que el aviso que no le llega de aquí lo pague ella con su salud", expone Pepe. Su mujer precisa la gravedad: "Puedo entrar en coma rápidamente". "La luz para mí no significa nada mientras ella esté bien. Como sé que para que lo esté tiene que tener esa puñetera luz, estamos siempre con miedo", expresa él, encargado de animarla cuando una caída del nivel de azúcar la va apagando.

"Estoy hecha una pena", bromea Conchi. A causa del cáncer que ha padecido, por el que le extirparon parte del páncreas, tiene un reservorio subcutáneo cerca de su clavícula derecha, lo que limita sus movimientos. Pero ahí está su marido para ayudarla en todo lo que puede. "Lo que el muelle le quita lo tiene que hacer Pepe. Ella no puede hacer esfuerzos, no puede levantar el brazo derecho, porque se le puede soltar el muelle. Yo me llamo mayordomo. 'Nena, ¿necesita usted algo del mayordomo?'", ríe.

En este punto de la conversación, la noche ya ha caído, pero la electricidad todavía fluye. En la placeta, un vecino optimista enciende una guirnalda de luces navideñas, sin saber que brillarían durante poco tiempo. "Es la cotidianidad que tenemos nosotros aquí", lamentan, sin una solución por parte de la empresa proveedora del suministro. "¡Ah! ¿Pero Endesa habla?", ironizan con resignación. "Ya no es que no les llegue, es que lo que les llega es de muy mala calidad", sostiene Carlos Salcedo, gerente de Tesa Energía. Su empresa instaló en la casa de una vecina, Beatriz, un aparato que recopila los datos sobre la corriente que reciben en las calles afectadas. Su tensión es de 180 voltios, cuando, por ley, recibir menos de 215 voltios "sería sancionable". Una variación que supone que la luz es "cinco veces más cara" en la zona Norte de Granada que, por ejemplo, en el centro de la ciudad.

"Es un drama", esgrime Salcedo, quien considera que "por poco que inviertan aquí, lo pueden solucionar". Eso esperan Pepe y Conchi, que recuerdan la promesa de Endesa de instalar un transformador en la calle Antonio López Sancho. "Nos lo dijeron en agosto", apuntan. "Hemos sido un poco egoístas hablando solo de nosotros. Nos hemos olvidado de los vecinos que tenemos al lado", se disculpan. Tienen presentes a "todas las personas mayores, que lloran cuando se va la luz porque tienen aparatos y no les funcionan". Ella se acuerda de Encarnita, vecina del bloque de enfrente, a quien se le desactiva el botón de teleasistencia que tiene en casa. Todavía brillan las bombillas navideñas en el balcón de al lado. "¡Calla! ¡Vamos a cruzar los dedos!", anulan el gafe. Poco después, un nuevo fundido a negro.