Estamos desbordados
En un principio, si tuviéramos que definir a la actuación docente de los últimos tiempos, tendríamos que decir que están desbordados. Es la sensación predominante de un colectivo que, si hace varios años ya tenía el síntoma de ‘quemados’, ahora, con la excesiva carga de ‘burrocracia’ digital, desborda y mitiga la dedicación vocacional didáctica de buscar métodos y tareas motivadoras en función del ritmo de aprendizaje.
Al comentarlo con una compañera lo explicaba como "un ente no personal que nos exprime" con una exigencia de rellenar una cantidad desmedida de documentos que es tan sobredimensionada que agota a cualquier profesor joven o maduro. Lo curioso del problema es que no se trata de un jefe personal sino de un "ente autómata" que no tiene en consideración el necesario descanso para la preparación de las diferentes clases de sus grupos donde no importa la cultura del esfuerzo y que dejen aprender a quien lo desee.
Es un hecho parecido a lo que me contaba un sanitario médico, que le ocurría igual, pues apenas podían levantar cabeza para ver el rostro del paciente cuando se le quejaba de alguna dolencia, pues tenía que dejar constancia de un informe digital que le quitaba tiempo necesario para atender adecuadamente el número adjudicado de cartillas de usuarios encomendados. Por si fuera poco, y encima es demoledor, la triplicidad de información exigida por distintas vías para recabar lo mismo; sin tener en cuenta que podían cruzarse los datos que comunican lo mismo en varias ocasiones, cuando no lo hacen las distintas administraciones por la ineficacia de la que ya vaticinaba nuestro gran articulista del siglo XIX Mariano José de Larra. Por tanto, así nos va en este mundo de descalabro de eficiencia y operatividad, valga como ejemplo ilustrativo que este año los cursos impares se rigen por una normativa y los pares por otra.
Luego, si queremos mejorar verdaderamente la educación, debemos mejorar, antes de todo, la dedicación de los educadores; si no, pronto naufragará también el sistema educativo. Por otra parte, entonces hay que preguntarse cómo mejorar. ¿Qué estamos haciendo mal o bien? ¿Se esfuerza y llega bien la comunicación, o bombardea y se dispersa o distrae, no cumpliendo su objetivo de plataforma digital suficiente, como diría Chomsky?
¿No sería más fácil atender por prioridades? Por ejemplo, un tutor familiar que no sabe o no puede gestionar una clave, ¿no se podría facilitar por teléfono? Porque hay que orientar a los padres para ayudar a una generación bastante debilitada para gestionar la autoestima, por la costumbre a recibir todo hecho, sin capacidad para resistir la frustración y el rechazo de una vida llena de oportunismo, injusticias, golpes bajos y trampas, cuando no mentiras; asimismo, la apatía y la formación académica sin exigencia contribuyen más si cabe a esta juventud desorientada, y para colmo, según José Antonio Marina, con una mermada humanidad sin respaldos éticos, que podrían acercarse a la crueldad; entonces si el Quijote viera la destrucción de la educación, volvería a ser caballero andante, seguro...
En definitiva, Saramago en su ‘Ensayo sobre la ceguera’, ya diagnostica una "podrida y desencajada" sociedad anulada por el egoísmo, sin control de nada. En un mundo deplorable en cuanto a los valores, ¿cabría alguna esperanza? Emilio Lledó nos da la clave en la única respuesta: recuperar la lucidez y rescatar la comprensión, la empatía, pues el valor de la honradez está por los suelos. Tan preocupante como la pobreza material y espiritual incrementada en riesgo de exclusión social por la recesión económica, y retroceso en casi todos los ámbitos de la vida. Juzguen ustedes.