Hacer posible un imposible lorquiano
La Fundación Caja Granada Obra Social en colaboración con el Secretariado de Extensión Universitaria de la Universidad de Granada han puesto en marcha el ciclo “Haciendo posible un Lorca imposible: Así que pasen cinco años”, donde se reflexiona en la teoría y en la práctica sobre los límites del teatro lorquiano. Foto: Rafa Simón
Foto: Rafa Simón
Bajo el epígrafe de “comedias imposibles” catalogó el crítico Miguel García Posada las dos propuestas teatrales más vanguardistas del poeta de Fuentevaqueros: Así que pasen cinco años y El público. Se trata de dos obras complejas, ambiguas, oníricas, que beben del surrealismo aun sin ser plenamente surrealistas; dos obras absolutamente modernas, equiparables al mejor teatro europeo de la primera vanguardia (Beckett, Ionesco, Jarry) y que, como él, llevan la experiencia teatral a sus límites, hasta el punto de haber sido consideradas “irrepresentables” por el propio García Lorca desde un punto de vista del teatro convencional. De ahí el título de la interesante propuesta organizada por la Fundación Caja Granada Obra Social en colaboración con el Secretariado de Extensión Universitaria de la Universidad de Granada: El ciclo “Haciendo posible un Lorca imposible: Así que pasen cinco años”. En él, no sólo se ha podido asistir a la representación de dicha obra de Lorca por la compañía granadina Teatro para un instante, dirigida por Miguel Serrano (los días 6 y 7 de noviembre, en el Teatro Isidoro Máiquez), sino que ésta se ha complementado con sendas mesas redondas (los días 5 y 7, también en el teatro) donde se ha discutido sobre la posibilidad de representación de las comedias imposibles lorquianas, así como sobre la propuesta concreta de Miguel Serrano y Teatro para un instante.
Por lo que respecta a la representación teatral, el montaje de Teatro para un instante es una apuesta arriesgada (en la medida en que trata de hacer posible lo imposible), por momentos muy personal, pero al mismo tiempo fiel al planteamiento general tanto textual como escénico de Lorca. Según señaló Francisco García Lorca sobre Así que pasen cinco años, “la obra está concebida y ejecutada con la libertad de un poema, y que sólo una determinada unidad poética mantenida por una serie de correspondencias temáticas, asegura su carácter de drama”. El acierto del montaje consistió en poner de manifiesto este carácter poemático, esto es circular, rítmico, pleno de correspondencias sutiles, reiteraciones y variaciones sobre los mismo temas, y servirlo con una sobriedad general, vanguardista y atrevida pero alejada de tentaciones tremendistas que hubieran introducido un ruido innecesario en un mecanismo significante tan complejo y que además poco impresionan ya a un público avisado. De hecho, los problemas que presentaba el montaje provenían precisamente de cuando éste se alejaba de dicha tónica e incurría en la tentación de una lectura excesivamente personal y provocadora, como sucedía en el tercer acto, donde el bosque de anchos troncos y un telón lorquianos se transforman en botellines hinchables de cerveza “Alhambra” (sí, aparecía la marca) y una cortina hecha de tiras de elementos de desecho atados entre sí. No obstante, estas y otras opciones —riesgos que todo director debe correr en cualquier caso— no empañan los numerosos aciertos, como son la estilización de las acotaciones escénicas de Lorca, conservando empero su esencia —una biblioteca sugerida a través de lámparas de lectura y sillones, o un dormitorio camp conseguido mediante una única cama hinchable que incluía dos enormes columnas jónicas a modo de cabecero. Especialmente interesantes resultaron otras soluciones, como el que la mecanógrafa aparezca al principio de la obra en un pupitre móvil y ante una máquina de escribir ya que, paradójicamente, una obra simbólica y no realista como ésta necesita que sus elementos se hallen presentes en toda su literalidad para conseguir así su pleno efecto evocador; o el diálogo entre el maniquí y el joven, que se solucionó con gran elegancia gracias a una actriz interpuesta que se encarnaba en una suerte de alma o sombra de aquél.
La música y la armonización de alguno de los muchos momentos en verso de la obra, resultó, en general, otro acierto en la medida en que reforzaba la intención de espectáculo total de Lorca, así como el carácter lírico de la propuesta. No obstante, cabría señalar que la música, sin ser en absoluto mala, sí resultaba algo convencional y se alejaba de los presupuestos vanguardistas tanto de la obra en sí como del presente montaje en particular. También en ocasiones ésta parecía constituir un subterfugio para eludir la dificultad por parte de los actores para decir el verso (es más fácil cantarlo). Lorca explota con maestría en Así que pasen cinco años todos los recursos métricos a su alcance y se trata por tanto de un elemento que hay que cuidar al mismo nivel que la iluminación, la escenografía o el texto y, si bien el verso en líneas generales no se dijo mal, tampoco se le sacó el partido suficiente.
En cualquier caso, cabe destacar la valentía de la propuesta y la entrega de los actores: en su representación subyacía verdad teatral, entendida ésta como un creerse lo que estaban haciendo y no estar escatimando nada ni reservándose, y esto conseguía transmitirse al patio de butacas. En líneas generales, esta fue la impresión general de los críticos teatrales que asistieron a la obra, y que participaron en la segunda de las mesas redondas que se organizaron, y en la que el director de la compañía valientemente se sentó junto a ellos para discutir la obra. La experiencia resultó enriquecedora y estimulante: Bonifacio Valdivia, Mónica Francés y quien escribe estas líneas expusieron su opinión sobre el montaje que habían visto —en mi caso la expresada en el presente artículo— y el director pudo contrastarla, explicarse e incluso replicar, una oportunidad que rara vez tienen éstos. También parte del público asistente a la mesa, al final, participó en un animado coloquio. La anécdota la protagonizó el tercer acto, y, en particular los botellines de cerveza Alhambra y la cortina de basura, solución escénica que no gustó a la crítica por unanimidad, pero que Miguel Serrano pudo explicar como una elección personal y fundada en un imaginario propio donde el bosque lorquiano, que simboliza el bosque de la vida (a la manera de la Comedia de Dante), era percibido por él como una densa acumulación de cerveza y desechos; esto además permitió una interesante reflexión del director sobre la tensión existente entre el proyecto que se tiene en la cabeza, ambicioso e ideal, y el resultado final, producto también de las circunstancias materiales y la escasez de medios.
En conclusión, el ciclo ha sido una iniciativa acertada, que fomenta la reflexión y la crítica más allá del arte —pero que la incluye— y que esperamos que se repita.