Historias de sequía
Cayó un turbión este miércoles, cuando empezó a llover antes de la madrugada y no paró en todo el día. He mirado el mapa del pronóstico del tiempo y... volvemos a la casilla de salida: ni una nube en el horizonte para los próximos ocho días. Soleado hasta el viernes y el sábado, muy soleado. De los siguientes no se sabe, pero lo iremos sabiendo y nada indica que vaya a cambiar la tónica.
España es un país seco, acentuado en el el sureste. Se sabe. Se dice que las sequías siempre vuelven, que son cíclicas, pero este término se queda ahora corto. Ahora, cada vez son más prolongadas y las lluvias se concentran en unos pocos días del año, jornadas de fuertes precipitaciones y a esperar la próxima tormenta.
Entretanto, y dado que no truena y, por tanto, tenemos pocos argumentos para acordarnos de Santa Bárbara, sorprende que los gobiernos que se han sucedido no tomen medidas para atenuar los efectos de esta falta de aguas que pronto, de no mejorar la situación, abocará a cortes y restricciones, con los que habrá que convivir como un pesar cotidiano como los que sufrimos mediados los noventa, cuando vinieron cuatro años consecutivos de sequía.
Ahora va uno y medio, pero la situación de partida es más negativa que la de entonces.
Se trazaron planes, sí. Pero cuando la situación abocaba a la desesperación... comenzó a llover. Y todo desapareció de las prioridades de los gobiernos. Es cierto que el Gobierno de Zapatero trazó medidas cuando la falta de lluvias acució entre 2007 y 2008, pero igualmente pasaron a segundo plano en cuanto empezó a llover. También Aznar presentó un Plan Hidrológico Nacional que se quedó en el tintero cuando el PP perdió las elecciones en 2004. Un plan que más que preservar el agua perseguía un mapa de pantanos y trasvases, diseñado para el negocio de las grandes constructoras y obviando el elemento principal de la cuestión: las reservas de agua cuando aprieta la sequía no están en los embalses sino en los acuíferos.
Y aquí entra la segunda cuestión: organizaciones ecologistas denuncian que existen más de un millón de pozos ilegales en España. El propio Gobierno lo reconoce, con un rictus impotencia y resignación que induce a pensar que todavía no hemos comprendido la magnitud del problema. Por más pantanos que se construyan, ¿cómo estarían a fecha de hoy, en plena sequía? Vacíos. Como están los existentes. Los acuíferos son la reserva de emergencia, pero puede que alguna vez nos llevemos la sorpresa de que ilegítimamente nos los han secado con extracciones ilegales que ni siquiera respetan zonas tan hiperprotegidas como Doñana o Daimiel.
Por encima de todo, en cualquier caso, permanece la idea de que las medidas deberían afrontarse en años de pluviometría abundante, que los ha habido entre sequía y sequía, y no bajo la presión de las carencias, cuando los pantanos ofrecen estampas desoladoras y los acuíferos son atracados sin que se ponga remedio al atraco. Pero en torno al agua hay un gran negocio: hay derroche porque las conducciones en las ciudades no se renuevan y por parte de los consumidores. Ha habido sinrazón en aquellas urbanizaciones de golf-sala, que ponían el campo debajo de cada piso, como si toda España se hubiese puesto de golpe a jugar al golf (No eran tantos, pero como todo el que jugaba al golf venía y te lo contaba pues... parecían más) y a las necesidades de agua que conlleva esa práctica nadie parecía poner coto. También se extendieron los cultivos de regadío, que consumen casi el 80 por ciento del total... Y, además, sonados casos de corrupción, por ejemplo en Valencia en torno a empresas públicas de gestión del agua donde se saquearon sus fondos sin escatimar el destino de esos fondos en hoteles de luminosos colorines donde se practica el intercambio de fluidos corporales...
En fin, que estamos en el día que estamos, abocados a decretos anti-sequía que, por el camino que vamos, afectarán hasta al vasito de agua que pedimos después de tomar café...