Ignacio Molina: “Nunca antes ha estado en peligro como ahora el proyecto de la Unión Europea”
Ignacio Molina es profesor del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), e impartirá una conferencia mañana en el Colegio de Médicos de Granada
El profesor granadino Ignacio Molina Álvarez de Cienfuegos dará mañana, jueves, una conferencia en el Colegio de Médicos de Granada en la que hablará sobre la encrucijada en la que se encuentra Europa y los desafíos que tiene que afrontar en el futuro si quiere seguir en la confianza de la ciudadanía. Ignacio Molina es profesor del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Es también investigador principal del Real Instituto Elcano. Doctor en Ciencia Política por la UAM. Ha sido investigador visitante en varias universidades (Oxford, Harvard o Trinity College Dublin) y es o ha sido profesor en varios programas de posgrado (IE, CEPC, UNIA o URJC) además de haber sido invitado para impartir seminarios en una treintena de centros académicos o institutos de análisis. Ha realizado proyectos de consultoría para, entre otros, la Unión Europea, el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación o el Instituto Nacional de Administración Pública. Colabora regularmente como analista en prensa, radio y televisión. Sus áreas prioritarias de interés son el estudio de la política exterior y europea de España, el futuro de la UE, la europeización del sistema político español, el análisis de la capacidad institucional del Estado y la calidad del gobierno en España. Sus investigaciones más recientes se refieren al impacto de la crisis del euro en el proceso de integración, la reforma estratégica de la acción exterior de España, el papel a jugar por las instituciones europeas y los parlamentos nacionales en la llamada unión política, o la mejora de la gobernanza organizativa en las democracias avanzadas. Ha participado en una treintena de proyectos de investigación, nacionales o internacionales, y tiene varias decenas de publicaciones incluyendo libros, capítulos de libro y artículos en revistas especializadas.
¿Cuál será el argumento de su conferencia? ¿Está realmente Europa en una encrucijada?
En los más de sesenta años que van desde la fundación de las comunidades europeas (poco después de la Segunda Guerra Mundial) hasta hoy, el proceso de integración ha vivido momentos de aceleración y estancamiento. Pero aunque existen varios precedentes de crisis económicas o institucionales que han frenado los avances, nunca antes había estado en peligro el leitmotiv político de este proyecto: “una unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos".
Es decir, hasta ahora nunca se ha retrocedido y, sin embargo, desde hace cinco años esa realidad está en peligro y existe un riesgo serio de revertir el proceso. La ruptura del euro —que llevaría quizás aparejada la caída de la Unión, tal y como la conocemos— es en estos momentos mucho menos probable que en 2012. Pero, aun cuando evitemos los escenarios más agoreros, es indiscutible que Europa se enfrenta hoy, al menos, a cuatro divergencias graves: (a) la que divide a acreedores y deudores; con la delicadísima situación de Grecia como exponente más dramático; (b) las distintas velocidades de los que participan o no en la moneda común, siendo muy alarmante la posición del Reino Unido que se plantea además un posible abandono; (c) la que aleja a los gobiernos nacionales de las instituciones comunes pues ahora no se trata de negociar una liberalización de mercados o fondos agrícolas, sino que está en juego nada menos que el modelo democrático, productivo y de protección social que, al menos hasta ahora, los estados habían creído poder decidir por su cuenta y (d) el alejamiento más preocupante que es el de la propia ciudadanía hacia Europa.
Luego hay otros mil desafíos, algunos tan graves como la agresividad rusa en la frontera oriental, la gestión de los flujos migratorios incontrolados, el complicado abastecimiento energético, el envejecimiento, la pérdida de competitividad… pero todo eso, pese a su relevancia, no es comparable con el riesgo de una regresión que afecte al proyecto en sí, Al fin y al cabo, es precisamente la vigencia de una Unión sólida la mejor herramienta para afrontar todos esos enormes retos. No hay que ser pesimista y, de hecho en los últimos años también pueden apreciarse signos positivos, pero la posibilidad cierta de ir hacia atrás en la construcción europea es la encrucijada a la que se refiere el título de la conferencia. Ojalá sepamos elegir el camino para seguir adelante.
¿Ve razonable todos los ajustes que impone Bruselas a España?
Una moneda única necesita un alto grado de coordinación centralizada con varios pilares económicos (monetario, fiscal, bancario y de reformas estructurales) y, en el plano político, un sistema de toma de decisiones que los ciudadanos consideren propio y por tanto legítimo. El euro nació con pilares bastante endebles, salvo en la parte puramente monetaria, y con un sostén político también precario: acuerdos entre élites difusamente apoyados por el consenso permisivo de la opinión pública… mientras la cosa fuera bien.
Cuando la crisis puso en evidencia la fragilidad de la situación (endeudamiento, pérdida de competitividad, fallos de diseño del euro) se tuvieron que articular reparaciones de emergencia para evitar el naufragio. En ese momento, y muy condicionados por el poder de Alemania que es además el principal estado acreedor, se decidió que el tratamiento a corto plazo pasaba por imponer austeridad y fuertes ajustes a cambio de algo de solidaridad (los rescates y un genérico apoyo a la irreversibilidad del euro) para salvar a los países deudores y, de paso, al sector bancario. Muchos de los ajustes que se impusieron no fueron razonables; en algunos casos, contraproducentes por un efecto no bien calculado y en otros incluso deliberadamente duros para mantener el apoyo al proyecto de los votantes en los países del norte. Una situación muy delicada que erosionó el apoyo popular a la UE
A partir de 2012, por una serie de cambios intelectuales y políticos en el triángulo Berlín-Bruselas-Fráncfort lleva a un cambio de medicación y se van suavizando esas imposiciones al tiempo que mejora la gobernanza del euro. La situación ha mejorado claramente aunque la sensación de imposición poco razonable sigue viva en importantes sectores de la ciudadanía que sufren la austeridad y devaluación interna (en Grecia, en particular). En todo caso, una moneda supranacional necesita coordinación central y capacidad de imponer incentivos o sanciones a quienes se desvíen de los parámetros acordados, pero ese “gobierno económico” ha de ser común y legítimo; no puede recaer sólo en los países acreedores o en una tecnocracia implacable como vino aquí a ocurrir durante la primera fase de la crisis.
¿Es necesario mantener el euro a toda costa?
A toda costa, obviamente no. Puede llegar el momento en que los costes de mantenerlo puedan superar los beneficios de mantenerlo. Hay quien defiende que ese umbral se habría cruzado en Grecia aunque yo lo dudo (y también la gran mayoría de griegos que siguen defendiéndolo. Para el caso de España es muy difícil encontrar expertos que sostengan la conveniencia de la salida pero no es malo que el debate se suscite. Entre otras cosas, porque paradójicamente ha ayudado a esa reciente mejora de diseño del euro puesto que los responsables políticos han temido que la ciudadanía le diera la espalda si seguía sintiendo que, por su culpa, pierde bienestar aceleradamente o la democracia se vacía de contenido.
Pero, pese a todo, el euro nos da mucho más de lo que nos ha quitado en términos económicos y políticos. Es verdad que durante los años de bonanza incluso contribuyó a engordar la burbuja y, como he dicho, durante la crisis, las recetas de austeridad han traído sufrimiento social, poca capacidad de reducir el endeudamiento y debilitamiento político frente a los países del Norte. Pero también es cierto que el euro es la mejor garantía de que la economía española pueda ser competitiva en la globalización y no hayamos perdido acceso a la financiación en todo este tiempo. La perspectiva de una salida del euro para que los políticos nacionales recuperen poder autónomo sin control ni incentivos desde Bruselas, francamente, no la veo, aun cuando eso suponga tristemente dudar de nuestra madurez como sociedad para identificar las reformas que nos conviene emprender.
Desde luego, está bien plantearse lo del euro a toda costa y no creer de forma ingenua que todo lo que viene de Europa resulta virtuoso, pero siempre y cuando tengamos también en cuenta el coste que tendría el no euro para España. A corto plazo los problemas serían enormes (máxime si también supone salir de la UE): dejaríamos de tener acceso a la financiación exterior y el ajuste de austeridad sería por tanto mucho más radical que el que hemos sufrido, tendríamos corralito, una moneda devaluada que ayudaría a exportar pero encarecería importaciones, enormes riesgos de fluctuación y tipos de interés alto, menos multinacionales, un modelo productivo aun más basado en salarios bajos… por no hablar de los efectos políticos en forma de populismo o una muchísimos más probable independencia de Cataluña o País Vasco.
¿Nos debe preocupar el que haya un alejamiento de la ciudadanía hacia Europa?
Absolutamente. En la primera pregunta he hablado de varias fracturas políticas en Europa pero, si hay un alejamiento que debe preocupar por encima de todo, es el de la propia ciudadanía hacia Europa. Las encuestas demuestran que la legitimidad de la integración se ha erosionado rápidamente durante la crisis. La gestión opaca de la crisis, en una tierra de nadie que parece ajena a los deseos de los votantes, ha resultado muy dañina tanto en los países acreedores como en los deudores y en ambos casos se ha asistido a colapsos de gobiernos y al auge del populismo. La opinión pública del Norte está molesta porque ha tenido que aceptar dosis de solidaridad que se perciben peligrosas e injustas. Y la del Sur ha visto cómo esas ayudas estaban vinculadas a la imposición de una estricta condicionalidad que ha agudizado su angustia económica y social, de manera que si ahora se les habla de esa unión cada vez más “estrecha” de la que hablaba al principio no están pensando en que ese adjetivo signifique cercanía o amistad íntima, sino más bien en sus siguientes acepciones en el Diccionario; esto es, como sinónimo de rígido, austero, miserable.
Con todo, pese a esa frustración, no parece que el proyecto europeo vaya a ser arrojado a la papelera de la historia. Como he dicho antes, la misma amenaza de colapso también ha alimentado en los últimos años un reforzamiento de la integración para alcanzar lo que se ha venido en llamar, de manera ciertamente enfática, como unión fiscal, bancaria, económica… y política. Las tres primeras modalidades de unión han permitido una ligera mejora de la situación y, de hecho, las encuestas más recientes apuntan a una recuperación del apoyo ciudadano hacia Europa.
Pero apenas se está empezando a discutir en qué consistirá la unión política que supuestamente debe relegitimar el euro y la Unión: ¿caminamos hacia unos Estados Unidos de Europa de tipo federal, seguiremos titubeando con pasos pequeños como hasta ahora o incluso –como decía al principio- podemos retroceder? Hay países (España entre ellos) dispuestos al avance ambicioso, otros que dudan (Francia o Alemania) y luego otros definitivamente escépticos (Reino Unido). Eso es lo que está en juego. Es normal que los ciudadanos anden inquietos por esa indefinición y porque sienten que, además de bienestar, en los últimos años han perdido poder democrático a nivel nacional sin ganarlo en el supranacional. El momento es tan interesante como complicado.