Serrat se despide de Granada con los ojos llenitos de ayer
El cantautor catalán, que hoy repite en la Plaza de Toros, emociona en ‘El vicio de cantar’, gira que supone su adiós a los escenarios tras casi 60 años de carrera
Uno, que a estas alturas ya no estudia Historia, sino que la recuerda, se sentó anoche, como tantos otros, en el tendido 12 de la Plaza de Toros de Granada a escuchar a Serrat, pero, también, a rememorarlo. Anuncia su adiós alguien que es parte intrínseca de nuestra vida, estandarte de generaciones que se rebelaron contra el franquismo o de hijos de la Transición y de la Democracia que se inspiraron en sus letras, como la de otros grandes cantautores, y vivieron durante años una ilusión ahora diluida. Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina, Miguel Ríos, Carlos Cano, Víctor Manuel, Lluis Llach, Paco Ibañez, Rosa León y otros muchos, pero, sobre todo, Joan Manuel Serrat, son recuerdos de una España renaciente, limpia, pujante, moderna e ilusionante antes de que, poco a poco, partidos y políticos generaran a borbotones -y borbones- una corrupción que ha provocado el desencanto, la decepción, la desidia… la resignación actual.
Sí, el cantautor catalán es el estandarte de una generación que creyó en la libertad, en la más amplia concepción de la palabra. Porque Serrat suena a Mediterráneo, y a Machado y a Miguel Hernández; a La mujer que yo quiero, a Penélope, a Lucía o a esa Señora de 40 años de la que nunca se supo su nombre; a todo lo que fuimos en el ayer y a lo que somos hoy; pero, sobre todo, golpe a golpe y verso a verso, suena a libertad, palabra prostituida hoy día pero que, les puedo asegurar, hubo un momento en que tuvo un valor y significó algo.
Joan Manuel Serrat se presentó en Granada para despedirse uno a uno de todo un público entregado desde el principio y que siempre le ha sido fiel. Nobles y villanos que bailaron y se dieron la mano sin importarles la facha en una Fiesta de despedida que hoy tendrá una segunda parte en el coso granadino. Como ya sucedió hace casi 40 años, cuando en el mismo escenario, en unas fiestas del Corpus, el autor de este artículo escribía una de sus primeras crónicas musicales sorprendido porque el cantautor barcelonés hizo hasta ¡ocho bises! antes de verse obligado a salir ya del camerino, casi descamisado, para pedir al personal, que seguía en pie aplaudiendo, que se marchara a la feria a divertirse, que ya no había más concierto. Y, por eso, porque lo de anoche fue la despedida, casi todos los asistentes hacían balance de cuántas veces han tenido la ocasión de verlo y disfrutarlo; porque han sido muchas las ocasiones que Serrat ha cantado en Granada en el último medio siglo, bien en solitario en diversas ocasiones, o bien con Sabina en el Dos pájaros de un tiro, o Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos en El gusto es nuestro y su posterior segunda parte veinte años después.
La fidelidad del público de Granada ha sido inquebrantable durante este tiempo, y la media de edad de la Plaza de Toros así lo reflejaba. Él es parte inspiradora de nuestra vida, de nuestros hogares, de nuestros amoríos y símbolo de una época que siente nostalgia, sobre todo, por la juventud consumida. Por eso, nada más salir al escenario, la atronadora ovación dejó claro por parte del respetable local que no se negociaba la lealtad a quien había sido compañero de viaje tanto tiempo. Y que esas canciones que forman parte de la banda sonora de nuestras vidas iban a ser escuchadas en directo, por última vez, con la ilusión de siempre, aunque con el aire melancólico de la añoranza.
La complicidad de Serrat era total. Sabedor de su última aparición, bromeó sobre la vida y la muerte bordada en la boca, como en el Romance de Curro ‘El Palmo’, o sobre su despedida de los escenarios. Y también aprovechó para dar las gracias a sus músicos, como su inseparable pianista Ricard Miralles, o a los autores que le han ayudado a lo largo de todos estos años y que “al escuchar sus canciones se hace un nudo en la garganta y se eriza la piel”. Como sucedió en sus interpretaciones de anoche, donde faltaron pocas de las canciones más representativas de su repertorio. Es cierto que a lo largo de las dos horas y cuarto que duró el recital era imposible cantar todo lo magistral de su prolífica trayectoria, pero lo interpretado satisfizo al personal, aunque cada uno echara de menos una canción en particular (Paraules d’amor, en el caso del arriba firmante).
En sus alocuciones él también hizo memoria, como los presentes, y se acordó de su maestra de la infancia, fallecida ese mismo día, o de sus padres. Hizo honor a las palabras de Pablo Neruda, quien pidió que a Miguel Hernández se le recordara en la luz, pues murió en la oscuridad, hizo una interpretación magistral de Nanas de la cebolla y de Para la libertad. Y Cantares para rememorar a Machado.
Tu nombre me sabe a yerba, Es caprichoso el azar, Hoy puede ser un gran día… Fue subiendo el nivel hasta pedir a todos cantar juntos Aquellas pequeñas cosas. Después, un primer bis en el que ya aprovechó para un “ha sido un placer haberles conocido” y un lacónico “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Se acabó la fiesta y, con la resaca de lo vivido a cuestas, volvió el pobre a su pobreza y el rico a su riqueza, tarareando la canción que el cantautor catalán dejó como último legado: Penélope. Así, Serrat se despidió de Granada: con los ojos llenitos de ayer. Para nosotros, su recuerdo será cada día más dulce y el olvido solo se llevará la mitad. La otra parte permanecerá siempre en nuestros corazones.