José Guerrero se exhibe al completo en Valladolid

Una importante muestra del autor granadino -”Del relámpago al fulgor”- que recoge una gran selección de su obra y que abarca casi toda su trayectoria artística

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Exposición de la obra de José Guerrero
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El Museo Patio Herreriano de Valladolid presentó ayer la exposición  “José Guerrero. Del relámpago el fulgor”, comisariada por Francisco Baena, director del Centro José Guerrero, dependiente del área de Cultura de la Diputación de Granada, que se se podrá ver hasta el día 22 de mayo.

En total, la exposición consta de 29 telas de mediano y gran formato, 22 obras sobre papel, 13 grabados, 4 collages y 4 carpetas de obra gráfica que abarcan la carrera completa del artista. Hay que destacar que este museo vallisoletano cuenta en su colección, la Colección Arte Contemporáneo, con cinco importantes obras del pintor, muy representativas de los distintos momentos de su trayectoria que por primera vez expone todas juntas.

El recorrido propuesto -que en su inauguración ha contado con la presencia de la diputada de Cultura y Memoria Histórica y Democrática, Fátima Gómez, y con el alcalde de la ciudad, Óscar Puente- comienza con las obras realizadas por el artista granadino entre finales de los años 40 y los 60. A la entrada de la sala se puede ver una obra de Daniel Vázquez Díaz, maestro y referencia de los pintores de la época, entre ellos José Guerrero, titulada “El baño de María de Padilla” (1933) perteneciente a la Colección Arte Contemporáneo, que anticipa algunas claves interesantes para el conocimiento de los años formativos de Guerrero.

Guerrero se instaló en Nueva York en el año 1950. Allí se despidió de la figuración e inició una trayectoria pictórica dentro de la abstracción fundamentalmente dentro de la moda del “bioformismo” muy influida, entre otros, por Miró. A través de la galerista Betty Parsons entró en contacto con Rothko, Newman, Reinhardt y otros miembros de la "Escuela de Nueva York", en la que se integraría pronto.

A pesar del derroche de energía, sus obras logran acabarse en composiciones muy equilibradas, en las que el color, muchas veces limitado a pocas tintas, se distribuye en grandes manchas de apariencia todavía geométrica, aunque caracterizadas ya por la fuerza y el sentido de la materia pictórica que serán característicos de José Guerrero.

También se pueden apreciar ejemplos de la serie denominada Fosforescencias, iniciada en 1970 y mostrada entonces en dos galerías neoyorkinas y, al año siguiente, en Juana Mordó, de Madrid. La idea partió de una caja de cerillas planas de cartón que Guerrero tuvo en sus manos durante un viaje en avión de Nueva York a Estocolmo. La imagen de la cerilla le sugirió una estructura compositiva y formal de la que partir, respetando su colocación serial, aislando unos pocos elementos, o bien empleando sólo las cabezas, coincidentes, además, con un motivo muy apreciado por Guerrero: el arco. La energía desbordada de la década anterior queda más contenida y frenada. El color juega un papel primordial: concebido con gran intensidad y en amplias zonas, establece vibraciones entre matices y tintas puras. El blanco de la cal, el azul cerúleo, y el negro concebido como contrapunto y, a la vez, como un color lleno de vida.

Por último, en otra de las salas del museo, dedicada a la obra sobre papel y documentación de Guerrero y última en el recorrido propuesto por Francisco Baena, se muestra de manera expresa el dialogo entre la poesía y lo pictórico a través de cuatro carpetas que contienen textos de poetas de su generación como García Lorca, Rafael Alberti, Pablo Neruda o Jorge Guillén entre otros. Este fue el motivo por el cual en el año 82 se celebró en Valladolid la primera exposición de José Guerrero, la presentación de una carpeta denominada “El Color” y que contaba con seis poemas de Jorge Guillen.