Judith Leyva, granadina experta en 'disciplina positiva': "Hablar con respeto no significa no poner límites a los hijos"

Este nuevo modelo de educación apuesta por la comunicación y la empatía con los pequeños para crear una "generación más competente"

niño de colegio privado
Judith Leyva ha creado el proyecto 'Educar para sentir' para ayudar a las familias a implementar esta 'educación positiva' | Foto: Archivo
Ainoa Morano
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Las rabietas sin aparente control, la adicción a las redes sociales o la imposibilidad de hacer que los más pequeños atiendan a razones sin pasar por un quebradero de cabeza. La educación de los niños es cada vez más complicada y los padres se preguntan exhaustos qué pueden hacer para que sus hijos crezcan en un ambiente emocionalmente estable y en un hogar donde los límites existan, pero sin tener que recurrir a las regañinas o a los castigos.

En los últimos años ha emergido con fuerza la idea de una educación basada en las emociones y el entendimiento entre padres e hijos. Un modelo de enseñanza donde los progenitores usan el respeto hacia sus descendientes como principal herramienta y donde la comunicación, el amor y la empatía forjan unas relaciones familiares sólidas y se consigue que el crecimiento de los hijos sea el adecuado.

Judith Leyva es una granadina que está dando sus primeros pasos con su proyecto ‘Educar para sentir’, una iniciativa en la que busca ayudar a los padres a reconducir su estilo de enseñanza para incorporar las bases de la ‘educación positiva’. La maestra, que actualmente goza de un permiso para dedicarse en cuerpo y alma a su proyecto, destaca como punto clave la importancia de entender que esta ‘disciplina positiva’ sí establece unos límites a los niños, solo que se hace desde la empatía y el entendimiento mutuo en lugar de ejercer una posición de autoridad sin razonamiento aparente.

“Cuando hago mis talleres siempre sale la pregunta de que si no se le ponen límites a los niños, que van a ser unos maleducados. El hecho de hablarle con respeto a tus hijos no significa que no se pongan límites. Si actuamos con autoridad hacemos que el niño simplemente sea obediente. Con la disciplina positiva cambiamos las órdenes por preguntas. En lugar de decirles: ‘Ponte los zapatos que nos vamos’, les preguntamos qué necesitan ponerse en los pies para poder salir a la calle. Es un mínimo cambio que hará que los pequeños tomen decisiones, que experimenten y que aprendan por sí solos”, explica la granadina.

 

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Esta nueva vertiente de la educación, que según detalla Leyva debe aplicarse tanto en los centros educativos como en el hogar, genera varias críticas o dudas a su alrededor. Además, de las dudas sobre si los pequeños crecen con unos límites marcados sobre qué deben y qué no deben hacer, la gran pregunta surge a la hora de afrontar un mal comportamiento. La palabra castigo aparece como un término tabú en esta rama de la educación, pero esto no implica que no exista una repercusión a un mal comportamiento. “La disciplina positiva defiende que ni castigar ni premiar funciona. Los castigos hacen que los niños se sientan inseguros, piensan que son malos. Por otro lado, los premios les crean una dependencia. No se les inculca el valor del esfuerzo, quieren trabajar para conseguir un premio. Es cuestión de buscar consecuencias naturales, las que surgen con el ambiente. Por ejemplo, si no se quiere poner el chaquetón, deja que no lo haga. Cuando tenga frío pedirá el chaquetón y entenderá que para salir a la calle debe ponérselo. Los niños aprenden de sus errores como los adultos”, comenta.

La 'educación positiva' para crear una generación más competente

Aplicar este tipo de enseñanza implica un proceso, no se trata de una decisión que se toma y se ejerce de un día para otro. Los padres deben tener muy presente que habrá días en los que se le levante la voz al pequeño o en el que se pierda la paciencia, pero que esto debe afrontarse con una disculpa y un aprendizaje también para los progenitores.

Leyva señala que la ‘disciplina positiva’ permite que los pequeños se “sientan plenos, algo que les llevará a ir bien en todos los ámbitos de la vida". "Si están psicológicamente estables pueden llevar su vida de forma más resiliente. Se trata de que los pequeños conozcan sus emociones, que no las repriman y que entiendan que pueden llorar o enfadarse. Cuando un niño se siente comprendido aprende todo lo que se le muestra”, añade.

En el mismo sentido, la granadina destaca cómo este tipo de educación permitiría en un futuro “erradicar el bullying, sabrían resolver conflictos, estarían estimulados académicamente y crearíamos una generación muy competente ya que le hemos dado desde pequeños las herramientas para ello”. Este tipo de educación más respetuosa con el menor también está vinculada a una falsa creencia de que se fomenta la mal llamada ‘generación de cristal’. Al respecto, Judith Leyva asegura que “si hay una generación de cristal es porque no se les estaba dando una educación adecuada. Ha habido una generación muy estricta, la de nuestros padres donde no había niños obedientes, sino sumisos. Y después una generación demasiado permisiva. Ahora es cuando se trata de llegar a ese punto intermedio donde se entienda que el respeto no está ligado con el miedo y que los pequeños pueden crecer en un ambiente de comprensión y entendimiento de las emociones”.







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