La depresión del contador de chistes
Tengo un amigo que está un tanto deprimido porque de un tiempo a esta parte no puede practicar su afición favorita: contar chistes en cualquier improvisado auditorio, bien a sus amigotes en la barra de un bar o bien a los postres de cualquier comida familiar o de empresa. Antes mi amigo era un hacha contando chistes. Las reuniones las valorábamos en base a que asistiera a ellas este magnífico contador de chistes. Además, si decía de no parar, no paraba. Sus sucedidos eran tan extraordinarios y su repertorio tan ancho, que era capaz de estar tres horas practicando su afición favorita.
Pero, como digo, últimamente mi amigo ya no cuenta chistes. Dice que ya no lo hace porque la competencia de esas ocurrencias y chanzas que se envían y reenvían una y mil veces a través del guasap le han quitado el ánimo y machacado el repertorio.
-Quillo, ahora mismo todo el mundo oye los chistes del guasap. Si ves a alguien riendo y mirando la pantalla del móvil, es que está oyendo o leyendo un chiste.
Me cuenta que el otro día, en la boda de la hija de un amigo, intentó en la mesa en la que le había tocado contar unos chistes y resulta que todos los sabían. Además de que algunos de los comensales se tiraron toda la comida pasándose chistes por el móvil.
-¿Habéis oído éste? - decían uno al darle al play del móvil que ponía encima de la mesa.
-Escuchad éste que me ha mandado mi cuñado que está en Argentina -decía otro al hacer la misma maniobra.
-¿Pues anda que éste que me mandaron a mí el otro días?
Todas las conversaciones giraban en torno a las bromas, burlas, ocurrencias, chanzas, chascarrillos, gracias, agudezas, ingeniosidades y gilipolleces que salen hoy día por la pequeña pantalla del móvil. Y contra eso no tiene nada que rascar mi amigo. Es más, dice que si las nuevas tecnologías han acabado con la tradicional manera de hacer periodismo, contratar viajes o ver películas, por ejemplo, de igual manera lo han hecho con la manera tradicional de contar chistes.
Mi amigo tiene una teoría. Dice que antes se podía contar chistes de maricas, de putas, de suegras, de obesos, de deficientes mentales, de borrachos, de tontos, de gangosos, de tartamudos… Todo podía ser motivo de risa. En estos tiempos el humor de los chistes, por ejemplo, se ha reducido a esos que circulan por la red y que siempre los enseñas por el teléfono móvil. Ahora todos oímos los mismos chistes que te han enviado por wasap y que, por supuesto, han pasado por el filtro de lo políticamente correcto. Mi amigo está convencido de que dentro de una o dos generaciones no habrá contadores de chistes. Circularán por la red, pero no te los podrá contar nadie en la barra de un bar o en la sala de un velatorio. ¿Saben aquél que díu…?