La encarnizada desaparición de la piel y lo que surgió de aquello

Al principio fuimos más. También a veces menos. Éramos las que estábamos y no sabíamos cuánto, ni cuándo, ni cómo, ni quién, pero tratábamos de encontrarle un sentido. Había empezado a desaparecer poco a poco y asustaba.

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Ahora ya nadie recuerda quién lanzó el grito de alarma. Ya sabes, cuando las cosas vienen así, desprovistas de aviso, hay algo dentro que actúa rápido. Casi a pesar de una misma.  Así que nunca llegamos a encontrar el origen. Tardamos un tiempo en darnos cuenta de la naturaleza contagiosa de la afección, y para aquel entonces éramos suficientemente conscientes de que esto nos concernía a todos.

Reconozco sin embargo que desde el principio pude intuirlo. En cierto modo, creo que todos lo supimos siempre, pero admitirlo hubiera provocado un choque demasiado repentino. Hubiéramos omitido horas y horas de búsqueda torpe, de empeño desmedido por encontrar la causa. Y bueno, para qué negarlo, fue justo eso lo que nos hizo llegar hasta aquí.

Verás, es probable que no comprendas muy bien de qué te hablo.

Hay que perder la piel para llegar a entender siquiera la alarmante situación que supone encontrarte ante tu propia carne desprovista de cobijo.

Imagina nuestra tesitura: venimos de andar años y años recubiertos de la misma masa y de repente ¡paf! un hilo de pensamientos se te inyecta y comienza a ejercer su efecto. Claro que esto no lo sabíamos entonces. Hace falta habituarse, ninguna transformación profunda se puede llevar a cabo desde el apremio. Y menos esta.

Surgieron centenares de dudas acerca de cómo sería la culminación del proceso. Nunca nadie había conocido hasta ese momento alguien que hubiera pasado por lo mismo. O quizás sí, es difícil saberlo. Siempre el aprendizaje propio parece surgido por primera vez. Extrañamente, las búsquedas que en principio parecían dirigirse a encontrar qué era exactamente aquello que hacía emerger la afección, fueron derivándose naturalmente hacia la generación de nuestro propio espacio despellejado y descolorido.

Ahora se que la aceptación era la única alternativa. Fue curioso descubrirnos tullidos de creencias y de pieles al final, aunque esto no te servirá de mucho. No estábamos desnudos, estábamos al descubierto por completo, con la carne viva y palpitante. Se nos cayeron los colores, no te asustes.

Ahora te toca a ti, bienvenida.

Un artículo de Color Carne