La mesa de Julia

Mesa-comedor-
Martín Domingo
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El corrector de mi toshiba, que es un machirulo de manual, se resiste enérgicamente a escribir febrera y sufre tecleando octubra como lo hacía el viejo tren de Rafael El Gallo en las cuestas de Despeñaperros.

Programado por japoneses cipotudos, no consigue adaptarse a la neolengua orwelliana que, con vocación feminista, quiere imponer la Universidad de Granada desde su Unidad de Igualdad entre Mujeres y Hombres y viceversa.

En el ya famoso calendario morado de la UGR, la mencionada novedad ortográfica y conceptual se acompaña de doce imágenes -una para cada mes- que realizan un ejercicio estético que va del apropiacionismo al chonipunk, a mayor gloria del empoderamiento femenino y la sexualidad polimorfa.

Una muestra de ardor antimacho entre dogmática y naif, de velita encendida en un concierto de Bebe.

Igual que detrás del consultorio de Elena Francis, el confesionario radiofónico de las amas de casa del franquismo, había un tío, el autor intelectual de este almanaque feminista es Miguel Lorente, ex alto cargo de Zapatero, que está tan metido en el papel, que cualquier día se saca las tetas a la puerta de misa.

Lorente, llevado del mismo exceso de celo que animó a Tania Nuncaentrarenpodemospunto Sánchez a recordar a las abogadas (no) asesinadas en Atocha, ha declarado en la presentación del anuario que “el machismo ha presentado la realidad como una incógnita con el objeto de quitarle el significado a cada día, a cada mes, a todos los años”, que vete tú a saber qué coño quiere decir, pero le ha quedado la mar de aparente y feminal friendly.

En el tiempo de la posverdad, en que da igual que las mentiras sean mentiras porque la gente tiene ganas de creérselas o carece de arrestos para refutarlas, la casa oficial del saber ha decretado que enero sea enera y septiembre, septiembra, como la canción de los Earth, Wind & Fire.

Así que no te alarmes, joven estudiante, si en los pasillos de Derecho escuchas a un profesor comentar con algún colega: “Por la mesa de Julia pasan unas ratas extraordinarias”. Está hablando de unos amigos que en verano se divierten como cosacos.

Tampoco te extrañes si el camarero del bar de Ciencias te sienta en sus rodillas y empieza a relatar la historia de Blancanieves cuando le pidas la cuenta.

Puede ser aún peor: que le confieses muy ufano que te pirras por unas rabas y, en vez de ordenar un plato de calamares, te indique el servicio de caballeros.