La mujer como personaje literario
“El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad”.
Que vivimos en una sociedad masculinizada es un hecho. Que este hecho está dando sus últimos coletazos también lo es. Y, muy a mi pesar, que la literatura no está recogiendo este suceso se configura igualmente como una triste realidad. Cela pronunció la siguiente sentencia: “La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”. No podría estar más de acuerdo, aunque ello me obligue a aceptar términos como “YouTube”, “BlaBlaCar” o “Twitter” en las novelas (que me ponen enferma).
No voy a hablar sobre machismo porque dar publicidad buena o mala (más aún mala, la mala publicidad es la mejor) a un asunto así me parece deleznable. Además, me aburre soberanamente. El machismo procede de la incultura y del miedo. Yo creo que el miedo es una forma de tristeza, la tristeza del condicional. Para mí, la traducción de este término se corresponde con “qué triste sería si...”. En el caso del machismo “qué triste sería si no fuese el sexo dominante de la especie dominante” (en este paréntesis van mis risas. Discúlpenme, se me derraman). Intenten mantener una conversación con un niño de un año sobre la superpoblación. ¿No pueden? ¿Por qué? Efectivamente, lo han dicho ustedes, no yo. ¿Van a seguir perdiendo su tiempo esperando a que su niño de un añito, por arte de magia, comprenda que la calidad de vida está disminuyendo por la elevada densidad de población? Mejor nos dedicamos a algo útil, ¿no creen? (Y menos aburrido).
Me decidí a escribir esta columna hace muy poco, al terminar Niebla en Tánger, de Cristina López Barrio (finalista del Premio Planeta 2017). Cristina es una magnífica escritora, para mi está en el top actual, sin embargo, y si me permiten la expresión, ha metido la pata hasta el fondo con su última novela. Muchos textos como este tendría que escribir Cristina para que yo dejase de comprar sus libros pues, como digo, es una magnífica artista y sería una injusticia que, por un desliz (aunque este desliz lleve el apellido que lleva), se tachen sus letras de algo que no son. Sin embargo, siento una tristeza muy alta al pensar que, dentro de cincuenta años, se volverá la vista cincuenta años atrás para encontrar un Premio Planeta en el que una mujer abandona toda su vida y se niega a aceptar sus problemas huyendo de ellos a otro país en busca de un desconocido que se la ha llevado a la cama después de una noche de copas y que, de la noche a la mañana, la ignora y desaparece. Es muy triste porque la mujer de 2017 no se corresponde con este prototipo. ¿Una ficción? Lo sé. Pero una ficción de 2017 y, en mi opinión, este hecho es crucial: Cristina ha tomado prestados los personajes de Emma Bovary, Anna Karenina o Ana Ozores quitándoles el can-can y poniéndoles unos vaqueros rotos lavados a la piedra. Los hay que dirían que, al final, Flora (su protagonista) recapacita, pero no puedo estar de acuerdo: el cambio ha de venir de dentro para que sea cierto. Si viene de fuera, será temporal. Y ya que el lenguaje del siglo XXI se está colando en la literatura me voy a permitir una licencia que detesto: “y le durará hasta el próximo polvo”.
Como decía al principio, la sociedad está masculinizada. No estoy hablando ahora de machismo, no son conceptos equivalentes (y como también decía, no voy a hablar de machismo porque me aburro demasiado). La unión hace la fuerza, es indiscutible. Por tanto, “divide y vencerás”, ya lo dijo Julio César. Los machistas (que no son todos los hombres, que esto no es contra los hombres si no contra los hombres machistas) saben que las mujeres unidas tienen una fuerza natural increíblemente potente, por lo que hay que separarlas. ¿Qué han hecho? Nos han puesto a competir entre nosotras. Así, como pavos reales que muestran sus magníficas plumas, las mujeres nos hemos dedicado durante muchos años a rivalizar precisamente por ellos, por los hombres: la lucha por ser la más guapa (espejito, espejito) para cazar el mejor marido y tener los mejores hijos. Más aún, cuando el hombre transgrede el precepto tenido por bueno, culpamos a la mujer (a la “zorra” que me ha quitado el novio), nunca a él. ¿Qué quiere decir entonces que la sociedad está masculinizada? Es bien sencillo: como mujer, mi rol es el que acabo de describir, por tanto, si pretendo que “se me tome en serio” (y “que se me tome en serio” no fue más que poder votar o tener una cuenta bancaria, “que se me tome en serio” no es más que poder acceder a un puesto de dirección empresarial) he de comportarme como un hombre. He de masculinizarme. Aristófanes, en su obra “La asamblea de las mujeres” (392 a.C.) no relata lo que acabo de decir si no que lo describe. En ella, un grupo de mujeres encabezado por Práxagora (mujer evidentemente masculinizada), deciden que el sexo femenino es el que ha de tener el control de Atenas para gobernarla de la manera adecuada y no como lo estaban haciendo los hombres. ¿Qué hacen para ello? Fíjense: literalmente, se disfrazan de hombres para entrar en la asamblea y votar. Solo camufladas con esta indumentaria, solo pareciendo hombres, convencen a los hombres. Les recomiendo encarecidamente la obra (mi ejemplar, de Ediciones Clásicas y tan solo 57 páginas, no llega a los cinco euros) porque es demoledora.
Surge así un personaje femenino que se repite constantemente en la literatura y está en la mente de todos: nuestra Ana Ozores (La Regenta, Leopoldo Alas Clarín, 1885), la rusa Anna Karenina (Tolstoi, 1877), la francesa Emma Bovary (Madame Bovary, Flaubert, 1857), la parisina Margarita Gautier (La dama de las camelias, Dumas (hijo), 1848) y un larguísimo etcétera que, por cuestiones de espacio, no se va a reproducir aquí. Este personaje está feminizado por el machismo, ¿qué significa esto? Nada más y nada menos que representa a una mujer que vive por y para el amor. Sin más. Cuidado, que nadie piense que mi crítica hacia estas novelas es negativa puesto que nada más lejos de la realidad: todas las mencionadas son obras de arte en todo el sentido de la expresión y se encuentran entre mis textos predilectos. Lo que pretendo decir es que están encuadradas en un contexto histórico en el que la mujer no participa de la vida pública si no que se ve recluida en la privada. Y, seamos sinceros (sobre todo sinceras), ¿han oído aquello de “la mente ociosa es el patio donde juega el diablo?” Poco más que decir. ¿Qué sucede cuando una persona, qué más da que sea hombre o mujer, se ve obligada a estar dentro de una casa cuidando niños y quedando, de cuando en cuando, con sus amigas para hablar de “cosas de chicas”? Es evidente: empieza a soñar para escapar de la realidad, una realidad insoportable para cualquiera. Vayamos un paso más allá: ¿qué o quién puede “salvarlas” de este hastío diario? (¿Recuerdan ustedes a Ana Ozores mirando por la ventana, desesperada, aburrida, la lluvia fija en Vetusta?) La respuesta, en apariencia, es el amor. Así queda mucho más romántico todo. Pero no es correcta: la respuesta es el hombre, precisamente porque él es libre y este tipo de mujer necesita libertad. El razonamiento es muy simple: ¿yo qué quiero? Libertad. ¿Quién es libre? El hombre. ¿Cuál es la manera de acercarme al estilo de vida de un hombre? Enamorarme de él (en aquella época no había otra). Por tanto, nuestros personajes se entregan a los hombres desesperadas. Desesperadas porque no tienen nada que perder, ya están muertas, muertas en vida así que, si por el camino fallecen (como es el caso de muchas), de un “ataque de amor”, no pasa nada. Todo lo contrario: terminamos la novela y suspiramos un portentoso “qué romántico...”.
Esta mujer, decía, estaba apartada de la vida pública, pero no piensen que hablo de no poder votar y asuntos por el estilo. No me refiero solamente a eso: esta mujer no puede trabajar, no puede realizarse profesionalmente. No tiene derecho a pensar, los hombres se lo impiden porque la mujer no piensa. Y, ¿saben algo? Todos necesitamos expresarnos. Todos. Si nos lo prohíben, si nos tragamos nuestras palabras, se van hacia abajo a formar unas úlceras preciosas. Esta mujer no puede elegir: tiene el marido que tiene y no puede abandonarlo; puede ser infiel, claro, y asumir las consecuencias. Esta mujer exalta el amor, y toda exaltación del amor termina en tragedia. ¿Cómo nos lo han vendido? Vestido con el halo del romanticismo. Ya saben “el amor es lo más importante de la vida”, por tanto, haga lo que haga por amor será correcto. Incluso morir. ¡Qué más da si es por amor! Esta mujer no es una mujer, es una desgraciada bajo el precioso antifaz de la lírica.
El personaje del que hablo se ha vendido hasta el extremo. No solo en literatura si no en todas las artes. En el cine, por ejemplo, se encuentra con una frecuencia excesiva. Las consecuencias son graves. Muy graves. Piensen en las películas Disney. No tengo hijos, pero, si alguna vez los tuviera, les aseguro que sería lo último que les permitiría ver. Esta pornografía emocional nos dice a las mujeres que podemos cambiar al hombre si nos esforzamos. Si lo queremos mucho, él, quizás, nos llegue a querer un poquito (oigan, no saben cuánto me estoy riendo al escribir esta columna). ¡Aunque sea una bestia! Si nosotras somos bellas, muy bellas, conseguiremos transformarlo en un príncipe. La bella, además de bella físicamente puesto que pasa su vida empolvándose la nariz, es muy paciente. Delicada. Todo lo soporta. Todo lo justifica. Por amor... por amor a su bestia que, en el fondo, es un príncipe. ¿Saben algo? Dicen los americanos que “si camina como un pato, grazna como un pato y nada como un pato... entonces es un pato”. Las consecuencias de esto son extremadamente graves pues a las mujeres nos han enseñado que el hombre que me grita o me prohíbe salir con mis amigos no es un maltratador, es un príncipe escondido al que hay que querer y comprender. Y, muy a mi pesar, la literatura, el cine... el arte en general, ha contribuido escandalosamente a ello.
¿Saben qué nos queda a las que decidimos escapar de esto? A las que no somos madres, a las que queremos a nuestras parejas pero no dependemos emocionalmente de ellas ni estamos dispuestas a morir física ni psicológicamente por ellos (¿a morir? No hace falta llegar tan lejos, no estamos dispuestas a aceptar un solo “cállate” de ellos), a las que nos expresamos con claridad a pesar de que nuestra opinión sea políticamente incorrecta, a las que no nos conformamos, a las que exigimos nuestro espacio, a las que estamos seguras con nuestra apariencia responda a las medidas que responda, a las que queremos un proyecto profesional y una vida social que nos llene... ¿Saben lo que nos ha quedado a las que reivindicamos nuestro derecho a existir? Masculinizarnos. Pero esto se está acabando. Esto está llegando a su fin puesto que las mujeres ahora somos conscientes de ello y no aceptamos como válidos estos personajes que nos ofrece la literatura o el cine. Las mujeres ahora somos conscientes de que hemos de apoyarnos y no debemos competir entre nosotras y los hombres, en su inmensa mayoría maravillosos y comprometidos con la lucha de la mujer (créanme, los machistas son un grupo marginal de incultos y cobardes... no hay tantos como quieren hacernos creer) están con nosotras. Y ya no aceptamos ese personaje femenino que nos ofrece la literatura o el cine como válido. Solo lo reconocemos cuando este aparece para hacer crítica, cuando su misión es enseñarnos lo incorrecto y no pretende hacernos creer que su actitud es la adecuada y normal. Por todo ello, y volviendo al inicio, como decía, siento una inmensa tristeza al leer Niebla en Tánger, novela actual donde las haya puesto que esa mujer no se corresponde con la de nuestra era: Flora es un personaje que se ha escapado del siglo XVIII para llegar a nuestros días. Nosotras disfrutamos de una noche de sexo con total naturalidad y normalidad y volvemos a nuestra vida. No necesitamos correr a otro país en busca de ese hombre (al que acabamos de conocer, además) para volver a verlo si es que él decide que no quiere volver a vernos. Está en todo su derecho, igual que si lo decidiéramos nosotras. Me da pena, mucha pena, porque nos ha costado mucho llegar a donde estamos hoy para retroceder de esa forma. Insisto, finalmente, Flora recapacita, pero a mí no me vale puesto que no es algo que brote de ella: el chico ya no le gusta, ahora le gusta otro que ni siquiera existe. Las manchas de las moras no se quitan con otras moras. Se quitan lavando. Y si no sale, se tira la blusa. Será por blusas...
Les deseo unos días de descanso maravillosos y literarios. Nos los hemos ganado, nos pertenecen, no nos los está regalando nadie. Hasta dos mil dieciocho, queridos lectores.
Comentarios
14 comentarios en “La mujer como personaje literario”
Mónica
18 de diciembre de 2017 at 16:06
Leí hace poco "Olvidé decirte quiero" de Mónica Carrillo y más de lo mismo: relaciones tóxicas en las que las mujeres morimos de pena por amor (de pena en el mejor de los casos). Nos quejamos de la "telebasura" y no nos damos cuenta de que también hay una cantidad de "librobasura" hoy en día alucinante.
BASTA YA. SERVIMOS PARA ALGO MÁS QUE PARA ENAMORARNOS.
Julia
18 de diciembre de 2017 at 17:31
Estoy de acuerdo, magnífica reflexión, un saludo.
Eva la de la manzana
19 de diciembre de 2017 at 10:23
totalmente de acuerdo en que nos han puesto a competir entre nosotras para separarnos, pienso que es el punto en el que se apoya la sociedad patriarcal. Tontos no son, eso esta claro, si hasta el dios que se han inventado es hombre. pero como dice el articulo eso se esta acabando (se ve claramente en vergüenzas como La Manada en donde hemos dejado claro que somos hermanas y si tocan a una nos tocan a todas). Manada somos nosotras y de ahi el machismo: estan muertos de miedo. os queda un telediario. y tb de acuerdo con la "librobasura" como dicen por aqui en la que las mujeres vivimos para enamorarnos y nada mas. esta claro que es lo que interesa a las editoriales (negocios, siempre, dirigidos por hombres) porque asi no pensamos en politica o en otras cosas mientras nos volvemos locas por los hombres.
ole este tipo de articulos tan directos y sin complejos en un periodico. no suelen encontrarse muchos. ole ole y ole.
Juan Pedro
19 de diciembre de 2017 at 16:18
La primera vez que leo algo así y no critican a los hombres. Bravo. Hay que tener cuidado para no caer en el hembrismo como hacen muchas mujeres. Nosotros no somos superiores a ellas ni ellas a nosotros. Somos iguales. Hay que recordarlo porque a veces parece que estamos pasando al otro extremo. Excelente artículo de opinión.
Naiara
19 de enero de 2019 at 14:57
El hembrismo no existe, parad ya de haceros las víctimas, cansa.
Elena
20 de diciembre de 2017 at 15:44
Con dos ovarios. Sí señora.
Maria
21 de diciembre de 2017 at 11:05
"Nosotras disfrutamos de una noche de sexo con total naturalidad y normalidad y volvemos a nuestra vida."
Que bonito y que moderno no? Por culpa de comentarios como este nos llaman putas a todas. Luego querremos que se nos respete.
No todas somos como tu.
Naiara
19 de enero de 2019 at 14:57
¿Acaso no puedo tener una vida sexual y que se me respete? Eso es muy machista, a un hombre no se le insulta por follar cuando le da la gana. Y la culpa de que nos llamen putas no es de comentarios así, sino de gente como tu que no acepta la vida sexual de la mujeres. El sexo es algo natural y que tiene muchos beneficios, si lo disfrutas porque avergonzarse. Y que quede claro que ser puta no es ningún insulto.
marino87
21 de diciembre de 2017 at 11:47
Creo que todo va a mejor, a pesar de que queda mucho que hacer.
Especialmente grave me parece la violencia doméstica, que desde mi humilde opinión viene de no saber lo que significa una relación de pareja. Creo que la dependencia emocional hay que saber controlarla, y algunos hombres no saben hacerlo, derivando éste hecho en violencia doméstica o incluso en asesinatos.
Comprender como funcionan las relaciones es algo que debería enseñarse en los colegios; desde primaria.
Creo que algunos hombres entienden a las mujeres como una "solución a sus problemas de autoestima y de vacío existencial", y viceversa, también algunas mujeres entienden sus relaciones de ésta manera. Ésto es un grave error con fatales consecuencias.
Enhorabuena por el artículo.
marino87
21 de diciembre de 2017 at 11:50
Y por cierto....
Ánimo a Granada Digital a contratar a mas columnistas del genero femenino! de momento están en el 25 %.
Pero bueno... Poco a poco!!!
Alba
21 de diciembre de 2017 at 13:20
Maria (como la Virgen), si un hombre llama puta a una mujer por acostarse con alguien es porque es un MACHISTA y un ENFERMO (además de probablemente un maltratador o un maltratador en potencia). Lo que dices nos DENIGRA a todas las mujeres, las cuales podemos tener la vida sexual que queramos, eso ya esta superado desde hace mucho tiempo para que vengan ahora puritanas como tu a dar la razón a los machistas y a la sociedad patriarcal. Estas muy equivocada, estas ciega. No hay nada peor que una mujer machista, eso deberia ser lo ultimo y resulta que hay casi tantas como ellos. desautorizad el comentario de esa mujer (si es que es una mujer xq no me extrañaria que fuese un hombre haciendose pasar por una de nostras) porque es machista y atenta contra la dignidad femenina.
Laura
25 de diciembre de 2017 at 10:27
Das mucha verguenza ajena, Maria. Si es que te llamas asi porque como dicen estoy segura de que eres un hombre acomplejado y lleno de miedos. FUERA MACHISTAS
Cristina
25 de diciembre de 2017 at 15:28
"Yo creo que el miedo es una forma de tristeza, la tristeza del condicional."
Precioso... Esta frase es poesía.
Nuria
21 de enero de 2018 at 23:59
Hacen falta más escritoras como usted: con los ovarios en su sitio. Felicidades y gracias.