La peligrosa falta de identidad del fútbol moderno
Hay cosas que nunca cambian en el Granada. El club puede jugar en Tercera, Segunda B, Segunda y Primera. Ascender dos categorías de forma consecutiva y llegar a la élite del fútbol tras más de tres décadas sin hacerlo. Puede tener un presidente como Quique Pina, o un dueño chino, muy propio del fútbol moderno. Un entrenador jugón, como Paco Jémez, y uno 'amarrategui', como Caparrós. Pero lo que siempre va a ser fijo en el Granada es perder un partido en el tiempo de prolongación. No exagero si digo que en cada temporada de las cinco que el Granada ha acumulado de manera seguida en Primera, ha perdido más de una decena de puntos pasado el minuto noventa. En esta sexta, pronto, en la tercera jornada, ha empezado con esas 'malas constumbres' que tanto daño hacen al devenir del equipo. Contra el Éibar, rizando el rizo, se dejó tres puntos tras estar una hora con un futbolista más.
Pero, al margen de este fantasma contra el que parece que nada se puede hacer, yo me quedo con otro dato del partido ante los armeros. Tito, con tres meses en el Granada, fue el capitán del conjunto nazarí. A veces, el fútbol de hoy da miedo. El exrayista es un profesional como la copa de un pino. Nada que reprocharle. Él es una pieza más de esta frenética noria en la que se ha convertido el deporte rey, alejada de historia y tradición. El ochenta y cinco por ciento de la plantilla del Granada de esta temporada es nueva. No enjuicio si es bueno o malo, esa es otra película, pero lo que queda claro es que la identidad, tan importante en cualquier aspecto de la vida, y en el fútbol, claro, es protagonista en el Granada por su invisibilidad. Ojalá esto sea una anécdota a final de temporada, pero las raíces no solo sirven para estar bajo tierra.