La verdad de una funcionaria
Soy funcionaria. Un día, tras terminar la carrera que mis padres costearon con esfuerzo(ayudados por una exigua beca), decidí preparar una oposición para conseguir un empleo estable. El sueldo era escaso, pero seguro, y yo necesitaba estabilidad en ese momento de mi vida. Gané la plaza con mi trabajo, ni me tocó la lotería ni me regalaron el puesto por agitar un carnet político que nunca tuve ni tendré; desde entonces (hace ya más de 30 años), y a pesar de la desmotivación, superé una segunda oposición y desempeño mi labor con honradez y vocación de servicio.
Pero otro día estalló la Crisis, y la burbuja inmobiliaria (en la que nuestros avezados gobernantes habían basado la economía de este país) estalló; millones de personas perdieron su empleo, la recaudación fiscal cayó en picado, se dispararon la deuda y el déficit, de los que ahora tanto hablamos, y esos políticos que con tanto descaro habían despilfarrado el dinero en Planes E, prejubilaciones en la TV pública a los 52 años y obras absurdas, esos visionarios que habían(y han) engrosado exponencialmente la Administración colocando a dedo a parientes, amigos y correligionarios como asesores o en cargos de confianza (que pasan por ser funcionarios sin serlo, y cuyos sueldos envidiarían los técnicos más cualificados), señalaron a los funcionarios como los culpables de la situación.
Antes el gobierno de Zapatero y ahora el de Rajoy (que con la excusa de Europa justifica recortes sociales, pisotea derechos adquiridos y sube brutalmente los impuestos) se aprovechan de nuestro colectivo (silencioso, manipulable, que se queja poco...) presentándonos como unos oficinistas vagos, ociosos, que se pasan todo el día desayunando, como una casta privilegiada que nunca engrosará las filas del INEM; alimentan la rancia idea del “Vuelva usted mañana” que popularizó Larra; mienten escandalosamente cuando afirman que sobran funcionarios (España ni siquiera alcanza la media de la Unión Europea) y, ante tal campaña de desprestigio, la sociedad aplaude las congelaciones y recortes de los chivos expiatorios en que nos han convertido.
Mientras duró la bonanza y las ganancias obscenas de la especulación y el fraude se hacinaban en paraísos fiscales, los funcionarios perdíamos (año tras año), poder adquisitivo;pero seguíamos trabajando de forma profesional y solvente; igual que ahora, aunque ya contablilizamos más de 5 años de congelaciones sucesivas, además del deterioro de nuestras condiciones laborales con los recortes de todos conocidos (eliminación de nuestra paga extra, bajada salarial, pérdida de días de libre disposición, descuentos en la nómina por baja médica …).
Por lo visto esto es lo fácil, lo difícil es atajar el déficit de las Comunidades Autónomas, disminuir ministerios, sanear la parte oscura de la Administración (empresas, entidades y consorcios donde recalan amigos y militantes), eliminar privilegios (aunque todos los trabajadores necesitamos 35 años para alcanzar el 100% de nuestra pensión, a los parlamentarios les basta con acumular 7 años de ejercicio para obtener cuando se jubilen la pensión máxima, o solamente jurar el cargo si forman parte del ejecutivo), reducir el nº de altos cargos, con sus dietas y gastos de representación, dejar de emplear a miles de asesores (que no son funcionarios de carrera) retribuidos con sueldos millonarios, suprimir las subvenciones a partidos políticos, sindicatos y patronal, bajar los sueldos obscenos de los altos cargos del sector bancario u obligar a los políticos condenados por corrupción a devolver el dinero robado.
Quiero enfatizar que los funcionarios de carrera son la garantía de independencia de la Administración, respecto de quien gobierne en cada momento, y que banqueros, políticos, presidentes, ministros, consejeros y altos cargos de Comunidades Autónomas y gobierno Central no son funcionarios; somos funcionarios el personal administrativo que gestiona las cotizaciones, ayudas y pensiones de los ciudadanos, los maestros y profesores que educan a sus hijos, los médicos y enfermeros que atienden sus urgencias y velan por su salud, los bomberos que se juegan la vida si se incendia o se inunda su casa y los policías que garantizan su seguridad y atienden sus denuncias.
Todos ellos han tenido que estudiar para obtener una titulación y superar unas pruebas de acceso; sin embargo, a los políticos que rigen los destinos de este país (esos que han reformado el sistema Educativo 13 veces en 3 décadas, hasta situar a nuestros estudiantes a la cola del mundo desarrollado), no se les exige superar ni una mínima prueba de capacidad, ni siquiera un nivel aceptable de inglés.
Me da pena esta España mía, donde un concejal de un Ayuntamiento de tercera gana más que un catedrático de Universidad, donde vale más el carné de un partido que una licenciatura universitaria, donde se rescata a los bancos y se deja morir a las personas, donde se abandona la investigación la cultura y el arte, y se exalta la mediocridad, la silicona, los anabolizantes y el “pelotazo”. Lamento profundamente que el pueblo español sea tan silencioso, que sólo vibre de patriotismo cuando gana Rafa Nadal o la Roja, y que calle cuando su Gobierno le miente y le traiciona endeudándolo por generaciones.
No, esta crisis no la hemos generado los funcionarios, ni los trabajadores, ni los pensionistas, ni los dependientes, ni los parados..., sino los políticos y las Entidades Financieras protegidas por éstos; y no son los funcionarios los que sobran en este país sino esos políticos sin escrúpulos que hacen del engaño y la corrupción su modo de vida.
A algunas nos ha cogido mayores, pero animo a los jóvenes a encontrar un Espartaco que nos libere de esta esclavitud, a que luchen para que la justicia social, la sanidad gratuita, la enseñanza pública, la solidaridad y la misma democracia no sean pronto sólo un recuerdo, a que lideren un proyecto esperanzador que aglutine las reivindicaciones y valores que la sociedad necesita, un proyecto que envíe al paro al Gobierno y la Oposición actuales, un proyecto que nos devuelva la fe en la integridad del ser humano, para que, en las próximas elecciones, no nos quedemos en casa hastiados y vencidos por el desánimo. ¡Sea cual sea nuestra edad, estaríamos a su lado!