Laica Navidad
No soy especialmente religioso, pero me gusta ese niño de Belén que está a punto de nacer
No soy especialmente religioso, pero me gusta ese niño de Belén que está a punto de nacer.
Le tengo cariño a esa familia pobre y perseguida y sigo mirando con ojos infantiles a los magos que llegaron de Oriente siguiendo una estrella para dejar en el pesebre oro, incienso y mirra.
Acusa Juan Manuel de Prada al podemismo municipal gobernante en las dos principales ciudades de España de querer arrasar nuestras tradiciones para convertirnos en masa cretinizada. Y de hacerlo, no por decreto, sino subrepticiamente, mediante sucedáneos paródicos y caricaturas grotescas.
Pasando por alto el habitual tono apocalíptico del escritor vizcaíno, es imposible negar que algo de eso hay. De ingeniería social, quiero decir, de transformación forzada, de que a España, pasados los años, no la conozca ni la madre que la parió.
El año pasado Manuela Carmena se sacó de la chistera lo de la reina maga y Ada Colau, el estandarte catalán del poder morado, no quiso ser menos ocurrente e invitó “a los barceloneses y barcelonesas a poner en valor los valores que nos unen a todos, celebrando el solsticio de invierno, la vuelta a la luz y el final de la oscuridad”. Al margen de la patada al idioma, parecía como si el anterior alcalde hubiera dejado de pagar los recibos de Endesa.
Lo del solsticio parece que le moló a la yaya madrileña y su concejal de Cultura y Deportes, porque el Ayuntamiento de Madrid ya ha avanzado una de las novedades de este año: un ‘desfile de luz’ que llenará Madrid Río de farolillos y otros elementos lumínicos la tarde y noche del 21 de diciembre, precisamente el día en que comienza el invierno.
Por su parte, la alcaldesa de Barcelona ha eliminado a los Reyes Magos del belén municipal y las otras figuras clásicas del nacimiento se encuentran semiescondidas en cajas de cartón, a la espera de ser desahuciadas en próximas ediciones.
Las navidades de petardos, familias numerosas y frío aterrador que nos mostraba el cine del desarrollismo ya no volverán, y nadie va a echar de menos esa España carpetovetónica, pero yo me resisto a felicitar el solsticio de invierno, con su sorteo de La Gorda, sus reinas magas, su niña Jesusa, sus progenitores A y B, sus pastores animalistas y sus caganers de la CUP.
Llámenme antiguo, pero a mí en Navidad lo que me gusta es escuchar a las familias gitanas que se reúnen junto al fuego, entre zambombas y guitarras, para cantarle villancicos de gloria al niño Manuel.