Las dos aceras
Las calles están llenas de gente. Las calles están vacías de sentimientos. Calles sin esperanza, llenas de bolsas y desilusión
Dice Dani que en estos días hay que taparse y abrigarse mucho los pies. Sobre todo los pies, que así no te resfrías. Hace mucho frío. Las ventanas se escarchan. La espesa niebla apenas permite ver el sol. Las calles son de hielo. A la altura de Mesones y en el Zacatín, Dani se ha vuelto a resbalar. “Dichosas suelas de material”, farfulla. Las calles están llenas de gente. Las calles están vacías de sentimientos. Calles sin esperanza, llenas de bolsas y desilusión. En Puentezuelas, una caja con viejas y raídas ropas de abrigo. Las nueve de la mañana y el alma aún tiembla. “Será del frío. Sí, de eso será”, medita Dani.
Otra navidad. De contrastes. De claroscuros. Frenéticas compras. Pero junto a ellas, la economía de subsidio. La que tranquiliza nuestra conciencia. La del trozo de ciudad que separa El Corte Inglés de la acera de Cáritas, de la de Cruz Roja o la del Banco de Alimentos. Para quienes transitan en la acera del oscuro, su vida hace tiempo les impide levantar la vista del suelo. Nada mejor que bajar la cabeza.
Dani sigue sin saber lo que buscan. Intento explicarle que a sí mismos, a lo que fueron, al trozo de vida y de historia que un día, de pequeños, les puso en custodia nuestra sociedad. No lo entiende. Quizás sea demasiado pequeño aún para entenderlo. Y mucho más aún para aceptarlo.
Para quienes con paso ligero y bolsas cargadas de miseria transitamos en la acera de la opulencia, para nosotros, quizá un día la historia nos devolverá la razón. Y la cordura. Quién sabe. Quizá un día dejaremos de construir políticas bajo la excusa de su desgracia y su eterno fracaso. Su fracaso, y el nuestro, el de quienes creímos que nuestra conciencia podría adormilarse cuando estos días diéramos nuestra limosna anual. El fracaso de un mundo que ilumina con leds la Navidad, mientras a escondidas cubre sus vergüenzas.
Granadinos de comedores sociales, de centros de asistencia, de casas de acogida. Hace siglos, Benjamín Franklin afirmaba que el mejor medio de hacer bien a los pobres no era darles limosna, sino hacer que ellos pudieran vivir sin recibirla. Siglos después, todavía hay para quienes no existe un deber de solidaridad, sino simples ejercicios de autocomplacencia. Me gustaría que esta Navidad nuestras almas permanecieran sin escarcha, que viéramos el sol, que renegaran de ocuparse sólo del llanto de quien apenas tiene; que un inmenso ejercicio de humanidad, no sólo procurara cobijo y alimento, sino reencontrar la dignidad de quienes hoy no la encuentran.
La del ser humano. La del que trabaja. La del que cobra su salario. La del que es feliz cuidando su familia. La del que levanta la vista del suelo. La del que celebra con los seres que más quiere la Navidad. La del que transita la acera del Corte Inglés. Con dignidad. Con mucha dignidad.
Mientras eso ocurre, en esta Navidad también hará frío… y Dani seguirá teniendo frío…y seguiremos transitando en dos aceras…