Las Lomas del Genil un año después del incendio, cómo se recupera un monte
A la espera de poder ofrecer la ansiada noticia de la extinción del incendio de Los Gualchos, Granada Digital echa la vista atrás sobre el paraje de Las Lomas del Genil, el monte que hace casi un año ardía en Cenes de La Vega | Una visita a la zona que en compañía de Francisco Valle, Catedrático de Botánica de la UGR, permite evaluar la recuperación y conocer las claves de la prevención de los incendios forestales
Mientras aún humean los rescoldos de lo arrasado por el fuego en la Sierra de Lújar, los vecinos miran incrédulos e impotentes cómo un paisaje con alcornoques de más de cinco siglos y que hasta el pasado miércoles fue parte del contexto de sus vidas, se desvanece en apenas unas horas.
Cuesta creer, aunque se presencie, el avance irrefrenable de las llamas mientras desde tierra y aire se les rocía con agua. De repente uno se vuelve pueril e imagina uno de esos días lluviosos que contempló en ese mismo lugar y entonces desearía un diluvio, un milagro.
Pero la realidad es que en este verano, que sucede a una primavera igualmente seca, una ola de calor azota la tierra y caldea la madera que la intervención humana -en un 95% de los incendios- convierte por negligencia o intencionadamente a los árboles en teas. A la desolación le sustituye, al ritmo en que las brasas dejan de respirar, la resignación, y tras ella la convicción generalizada de que el bosque no volverá a ser lo que era, o que nosotros no lo veremos.
FUE UN 22 DE AGOSTO DE 2014
Hace casi un año, vecinos de Cenes de La Vega y los miles de senderistas, ciclistas y corredores granadinos que transitan la llamada 'ruta del colesterol', asistieron en directo o por los medios al incendio de 'Las Lomas del Genil', parte del bosque cercano a Granada que surca el Camino de Los Neveros.
Fue un 22 de agosto durante las fiestas de Cenes de La Vega cuando, cerca de las cuatro de la tarde, se declaraba un incendio fruto de una negligencia: un ritual con velas de por medio, una imprudencia fatal y trágicamente absurda que dio como resultado una calva de 200 hectáreas.
A poco más de un mes para la efeméride, Granada Digital visita la zona devastada junto a Francisco Valle, Catedrático de Biología Vegetal de la Universidad de Granada para conocer el estado de la zona. Esta autoridad en botánica viene acompañado de Patricia, estudiante de Ciencias Ambientales a la que tutoriza en su Proyecto Fin de Grado. La temática: estudio de distintos tipos de intervención en una zona incendiada para su recuperación.
EL ANTES
A las nueve de la mañana el calor ya aprieta en un lugar sin árbol al que arrimarse. Y sin embargo, en este paisaje ya se observan plantas que, pertinaces, se abren camino entre la desolación y ante la intemperie en una franja de monte que albergó dos tipos de manchas de vegetación.
De un lado había pinares de repoblación, con árboles de la misma edad y tamaño, plantados muy cercanos entre sí. Una cercanía entre plantas que en el caso de los pinos dificulta enormemente que nazca otro tipo de especie entre ellos. De otra parte, manchas de matorral, donde había más variabilidad de especies, con predominancia de retamas, torvizcos y pies de encinas, parte de la familia del bosque mediterráneo, el conjunto de especies autóctonas propias de nuestro país.
LA INTERVENCIÓN TRAS EL INCENDIO
En este año mal contado, la intervención en el terreno comenzó con la construcción de diques de contención. Una medida urgente que perseguía evitar que las cenizas arrastradas por la escorrentía llegaran al río.
En las manchas donde hubo pinar, se talaron los ejemplares quemados y se arrastraron ladera abajo. Una limpia del terreno que en su arrastre habría de remover la tierra y favorecer que las semillas de pino, las que aún estuvieran presentes en el suelo, acabaran germinando.
Por otro lado y allí donde existió matorral, la administración repobló con pinos y encinas con objeto de "reforzar" y acompañar el renacer de las especies de matorral.
LA OTRA OPCIÓN: INTERVENIR LO MÍNIMO
Patricia toma notas atareada monte arriba y abajo. Para su estudio ha delimitado varias parcelas en las que se han tomado alternativas distintas a las descritas anteriormente.
En una parcela donde había pinar, la opción elegida fue talar los pinos quemados pero no retirarlos
del sitio, sino trocearlos y dejarlos sobre el terreno. La madera así se pudriría y aportaría abono al terreno. El resultado frente a la opción de corte más ingenieril es sorprendente. La densidad de pinos que vuelven a nacer es sensiblemente mayor aquí, donde la intervención es mínima.Además, allí donde se retiraron, no sólo se observan menos pinos, sino que las hierbas que acompañan son las llamadas "colonizadoras" o vulgarmente conocidas como "malas hierbas". Especies que no pertenecen al bosque mediterráneo.
En otra parcela donde había matorral, la opción frente a repoblar con ejemplares de pinos y encinas ha sido la de "no hacer nada". Las retamas, el torvizco y las encinas rebrotan entre aulagas. En este caso la diferencia entre una opción y la otra no es tanto ecológica como económica, dado el coste de la repoblación.
LA EXTINCIÓN COMIENZA EN LA PREVENCIÓN
La experiencia y la conclusión de esta mañana muestra una realidad tozuda. La virulencia de incendios como el de Cenes y tantos otros, es mayor en zonas donde no se ha hecho una gestión adecuada del bosque, o allí donde no predominan las especies del bosque mediterráneo.
En 2002 el Parque Nacional de Sierra Nevada emprendió una campaña de limpieza de sus pinares. Se 'entresacaron' árboles para clarear el bosque y disminuir la densidad de los pinares de repoblación. En palabras de Luis Ceballos ingeniero resonsable del Plan de Repoblación Forestal de 1938: "el bosque es una población vegetal, no un ejército de árboles".
La medida suscitó discrepancias pero que tenía un propósito a largo plazo: favorecer la diversidad de especies y que los pinos, especies también propias de la zona, dejaran paso a las otras oriundas del territorio: las "chaparras" o encinas, los agracejos, el lentisco, el 'rascaviejas', el enebro, el quejigo o el alcornoque, una especie que hasta el pasado miércoles fue testigo silencioso en la Sierra de Lújar de cinco siglos de nuestra historia.