Lecturas para refrescarse en el mar
«¿Qué sería de la juventud sin el mar?»
Ocurrió el pasado jueves, ya lo saben. Siempre me ha recordado al polvo atrapado en los rayos de luz; ya sé que el polvo estaba dentro de casa, pero lo que no se ve, no existe (como sucede con las juezas, las médicas y las químicas: ¡no tengan miedo a utilizar el lenguaje que corresponde al sexo femenino, es correcto!) ¿Ustedes cuándo se dieron cuenta? En mi caso estaba tomando algo cerca de la Plaza de Toros y mi inteligentísima sobrina empezó a repetir la palabra «pica». Mosquitos.
Ya están aquí. Los mosquitos han pulsado el botón del verano. Se acabó la lluvia en los cristales (¡oh!), el frío y el olor a castañas en la calle Mesones (¡oh!), el café sin hielo en la Plaza Bib Rambla (¡oh y mil veces oh!). Y llegaron las bolas de fuego que este cielo de Granada, de una vastedad imposible, de un azul con fiebre, esputa cada verano sin piedad.
Cada uno se refresca a su manera. En mi caso, en esta época, solo leo autores rusos, porque, además de ser los mejores, utilizan los elementos del invierno como protagonistas. Me baja la temperatura seguir al Vladímir de Pushkin por las ventiscas y las nevadas confundiendo el cielo con la tierra. Pero los hay que prefieren la playa. El mar. ¿Con qué lecturas podemos surcarlo?
Con Mar al fondo, de José Luis Sampedro, empezamos esta humilde lista por todo lo alto. En esta colección de relatos, la fiereza y el milagro de las letras de este autor recrean el espíritu de diferentes mares desde la inspección humana: los mares del Sur, el Egeo, el Báltico, el Mediterráneo... cada mar tiene un espíritu, siendo el patrón común la fuerza y la potencia de cada uno de ellos. A su vez, el autor busca en las profundidades diferentes emociones humanas, quizás por el anhelo del personaje en lo relativo a fundirse con el mar. Simplemente, existir.
La tempestad, de Shakespeare, es otro buen lugar al que huir del calor. En él encontramos a Próspero, duque de Milán, en una isla desierta tras ser expulsado por su hermano. Dedicado al estudio y al conocimiento de la magia, Próspero entra en contacto con espíritus como Ariel, que desata fortísimas tormentas. Con su ayuda, Próspero urdirá un encantamiento para llevar a cabo su venganza.
Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, quizás sea la que más consigue refrescarnos. El profesor Pierre Aronnax es hecho prisionero por el Capitán Nemo y conducido por los océanos a bordo del submarino Nautilus. La descripción de los paisajes que visitan es increíblemente minuciosa, la personalidad de Nemo obsesiva para los que sentimos debilidad por este tipo de personas, pero, sin duda, el innegable protagonista de esta novela es el propio submarino, el Nautilus. Casi diría que esta recomendación es especial, no se la pierdan. Toda la obra de Julio Verne, en general.
No olvidemos, por supuesto, la poesía. La canción del pirata, de Espronceda, además de recrear ese ambiente marino que tanto anhelamos en esta época, nos acerca a la exaltación de una personalidad que vive al margen del grupo despreciando las convenciones y anhelando la libertad. En El mar, de Neruda, las olas se despeñan a lo largo de los versos, y en El mar, de Borges, las palabras saben a sal. Oda marítima, de Pessoa, nos revuelca en una resaca de la que no querremos salir, y Cementerio marino, de Paul Valéry, hace que los pies se nos llenen de arena húmeda.