Los chicos del centro
Daniel había sacado a pasear a su perrita por su barrio, los Alminares, un día cualquiera de este año, bien entrado ya el siglo XXI... Supongo que, vigilando al pequeño animal, paseaba absorto en sus cosas, en el intenso periplo vital que ha tenido que superar para poder reconocerse en el espejo, para dejar atrás las tribulaciones y miedos propios de todo tránsito, aunque sepas que lo que te espera es una vida mejor. No, no habrá sido un camino de rosas, porque como dijo Jean de laFontaine, ningún camino de flores conduce a la gloria.
En esas estaba cuando unos chicos jóvenes, tal vez como él, que apenas supera los 20, le dijeron que con Franco esto no pasaba, que una persona atrapada en un cuerpo de otra que quiera salir de él para, simplemente, tratar de ser feliz, sería fusilado sin más. Que era un degenerado y vicioso, le dijeron los angelitos descerebrados, aprendices de fascistas, tan duchos, al parecer, en pensamiento político contemporáneo. Luego, sin mediar aviso, llegaron los golpes sin piedad y a la paliza. En el centro de Granada, en el centro de la ciudad que aspira a ser Capital Europea de la Cultura. Ahí mismo, en el centro, que no en el corazón.
Me pregunto a quién puede hacer daño que alguien trate de ser feliz a su propia costa; que alguien quiera vivir la vida que elija y no la que se encuentre o la que le impongan; que alguien, en definitiva, quiera ser libre. Me lo pregunto porque, sinceramente, no lo entiendo. No entiendo que han escuchado los agresores en sus casas, quién los ha educado, a que mesa se han sentado a comer, en nombre de qué Dios bendecía sus comidas, en qué colegio han estudiado; dónde, finalmente, han perdido toda la humanidad e inteligencia innata que portaban en sus cunas. Y una última pregunta: ¿cómo se puede vivir con tanto odio y tan pocos motivos para tenerlo?