Manual del buen educador

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El temor a perder lo que más se quiere en esta vida. O, simple y llanamente, miedo. En ocasiones, realmente tenemos miedo. De lo que les espera en un futuro demasiado incierto. Los queremos y renunciamos a todo por ellos. Excesiva protección, si queréis. Pero termina siendo como los médicos: ¿Cuál es mejor: el que cura, o el que previene? Pues la verdad,  todos, y por eso trabajamos: para intentar que sigan siendo normales.  Vulgarmente normales. Que no tengamos nunca que curarlos.

Eso me ocurre cuando miro a Dani. No es que no tenga un manual de instrucciones, es que ni tan siquiera hay una fórmula que  asegure el éxito de su educación. Nos formamos, vamos a cursos, a ponencias, a seminarios… enseñan  cómo ser buenos padres, los mejores padres. Y luego… luego fracasamos como cualquier otro. Es el riesgo de vivir continuamente junto al precipicio. El  fracaso escolar  crece a ritmo agigantado, y ese fracaso no se corresponde con ser rico o pobre, con que hayamos asistido o no a cursos,  con que todos los días nos preocupemos por ellos, con que no les falte de nada…

O sí, tampoco tengo fundamento para afirmar una u otra cosa. No somos especiales. Nuestros hijos tampoco lo son. A ellos también los formamos y erróneamente los conformamos hasta la extenuación, escondiendo bajo excesiva protección el miedo a que podamos fracasar como padres… deja niño, que esto se hace así, que ya lo hago yo… y nuestro niño con siete, doce, quince, dieciocho o ya no sé cuántos años, deja hacer, como si tuviere tres años aún, hiperprotegido,  supercuidado… vaya si nos deja hacer…

Psicólogos, maestros, pedagogos, policías, magistrados, fiscales… todos héroes sociales, todos reconocen y palpan el fracaso educativo. Realizan unos diagnósticos perfectos de la problemática. Describen con exactitud las consecuencias de inadapatación social inferidas a través de una deficiente gestión educativa en el ámbito escolar y familiar… pero también todos ellos, sin exclusión, cuando llegan a su casa, cuando son héroes, sí, pero en bata y zapatillas, disponen de los mismos motivos de preocupación y escasez de soluciones que nosotros. Sus problemas son los nuestros. En la búsqueda de lo mejor para los hijos, sienten ese temor a no dar con la tecla adecuada y todo salte por los aires. Castigan y regañan como nosotros. Sus errores son los nuestros. No. Definitivamente no hay manual.

Es ley de vida enseñarlos a vivir. Todas las mañanas cuando despierto a Dani, se ocupa de recordármelo. Y cada día que crece, más. Yo trato de aprender, de decidir con prudencia qué ámbitos requieren cada vez más de su personalidad, qué decisiones deben formar parte de un proceso de maduración individual, nos guste más o menos, y cuáles en cambio deben continuar mediatizados, sugeridos y controlados como padres para su beneficio. Eso debe ser educar. El problema, en cada minuto que transcurre, es encontrar un adecuado equilibrio a un proceso esencialmente cambiante y transformador.

La única verdad en todo ello es que el proceso educativo solo puede corregirse y adaptarse en cada paso a través del conocimiento de diferentes modelos, de diferentes experiencias educativas. Dicho de otra manera, debemos intuir la solución a cada problema desde ámbitos de verdadera complicidad con otros padres, educadores, agentes sociales, etc. En esta multitud de experiencias educativas, encontraremos herramientas que podrán ayudarnos a corregir y moderar nuestros errores y vacilaciones, o cuando menos, a ser conscientes que el título de padres no certifica que seamos los únicos en posesión de la verdad. Ese será el comienzo de un escenario adecuado: sin excesivas enfatizaciones, desde lo más simple del día a día: los motivos de nuestros pellizcos, las felicitaciones, los juegos, las sonrisas, las regañinas, nuestras reprimendas, los castigos del día a día…

Decía Epicteto de Frigia (55-135), Filósofo grecolatino, que “Acusar a los demás de los infortunios propios es un signo de falta de educación. Acusarse a uno mismo, demuestra que la educación ha comenzado”. Mirando a Dani, se me antoja que es un buen comienzo…