Mikel Izal desnuda su alma en el diván del Generalife

El artista navarro aborda el miedo, el grito, la fe y el paraíso en su terapéutico primer disco en solitario, que presentó este sábado en el ciclo ‘1001 Músicas – CaixaBank’

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Mikel Izal mostró a Granada la imagen de un tipo sencillo | Foto: GD
Juan Prieto
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Mikel Izal se desnuda en el escenario. En el sentido figurado, claro. No es que el cantante navarro se muestre como nació al mundo en cuerpo, pero sí lo hace en alma. Reconozco que sé muy poco de su trayectoria. De hecho, solo lo vi una vez en directo, en 2018, con la banda que hace ya un par de años que se disolvió. Era cabeza de cartel en el Bull Music Festival y realmente no le presté excesiva atención porque estaba deseando que saliera al escenario Rosendo -mi gran reclamo para asistir ese día- y porque, además, cuando IZAL comenzó a tocar me pilló mil filas por detrás y casi no los distinguía. Menos mal que tenía una fría cerveza en la mano para consolarme.

Por ello anoche fui al Teatro del Generalife con la mente limpia para escuchar algo prácticamente nuevo para mí -otra vez-, muy alejado de mis gustos musicales. Según la entrevista que había leído en GranadaDigital, firmada por Diana Ioana, Mikel Izal iba a mezclar en el recital las canciones de su primer trabajo en solitario –‘El miedo y el paraíso’- con una revisión de los temas que más le marcaron como compositor con el desaparecido grupo.

Me llamó la atención lo de la transición del miedo al paraíso y estuve atento a los títulos de las canciones y a esas letras que exhiben su estado emocional a lo largo del tiempo: miedo, grito, fe, gula, rabia, presente, verdad, huida, lo bueno y paraíso. A cada una de las diez canciones que componen el trabajo les pone un tono adecuado hasta completar una transición desde el temor al nirvana. Lo hace dividiendo el concierto en cuatro partes en las que, además, incluye esos temas revisados de su anterior etapa y un juego de luces para cada ocasión, que va evolucionando de colores más oscuros y agresivos, como el rojo, a más vivos y optimistas, como azul, amarillo, verde y naranja, conforme avanza la actuación.

Es cierto que muchos artistas componen en base a sus experiencias personales y de sus estados de ánimo. Así lo hace Izal, que va de la angustia y las dudas que se transmiten en la incomodidad de ‘El miedo’ (“No hay peligro más grande que no ser capaz de dejar de esperar lo peor”) hasta la euforia y el optimismo de ‘El paraíso’ (“En el paraíso no hay forma de saber si fuera está lloviendo y no importa, el tiempo es infinito y puede ir al revés”). Mikel se entrega en el diván del Teatro del Generalife, arropado por buenos músicos y ese juego de luces acorde a cada momento, para contar, y cantar, a quienes le escuchan sus negativas y positivas experiencias y emociones, algunas de las cuales se sienten como propias en el patio de butacas. Él no pretende dar lecciones ni evangelizar, es su terapia. Se psicoanaliza, descubre ‘sus mierdas’ -como las denomina- y busca el desahogo.

Quizás por eso, por cómo transmite esa angustia o alegría, y por abrir su corazón de esa manera tan humana, la imagen que proyecta desde las tablas es la de un tipo normal, sencillo, alejado del divismo, con altibajos y vaivenes en la vida, que podría ser el vecino del quinto, un compañero de trabajo, quien se sienta al lado en el autobús, el que está tomando una cerveza en la terraza del bar del barrio o, simplemente, tú o yo.







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