No confundamos lo que decimos con lo que pensamos o la debilidad con bondad: Rompamos nuestra inseguridad
Sentirnos inseguros es completamente normal y nos pasa a todos, en un momento u otro de nuestra vida, especialmente cuando hacemos algo que nos saca de lo que es habitual.
Una cosa es darnos cuenta de nuestra inseguridad y tratar de hacer algo para seguir adelante a pesar de ella y otra muy distinta refugiarnos en “es que somos muy inseguros y no nos atrevemos” para quejarnos y no hacer nada.
Las personas con inseguridad no tienen confianza en su propia valía y habilidades. No creen en si mismos. Normalmente, una persona con inseguridad suele tener baja autoestima, aunque, ser insegura no significa no sentirse estable o cómodo en ninguna situación. La inseguridad se puede circunscribir a un área de su vida y sentirse seguros en las demás.
En esa línea, hace unos días Virginio Gallardo decía que no confundamos 9 cuestiones.
- El puesto jerárquico con el liderazgo
- La competencia con la arrogancia
- El presencialismo con la eficiencia
- El grupo sin conflicto con el equipo
- Lo que dicen con lo que piensan
- La inseguridad con la escucha
- La exigencia con no reconocer
- El silencio con la aprobación
- La debilidad con la bondad
De esas 9 afirmaciones, nos vamos a quedar con 2 de ellas: lo que decimos con lo que pensamos o la debilidad con la bondad. Y esas confusiones van ligadas a la inseguridad. Felicidades
Empecemos por lo que decimos con lo que pensamos
Nos hemos acostumbrado a decir lo que pensamos y no a pensar lo que decimos. Es vulgar cierta sinceridad que tanto alabamos últimamente y eso tiene que ver, como dice el poeta Luis García Montero, con la prisa generalizada, porque los dogmas suelen ser la prisa de las ideas, porque la conciencia nos obliga a estar vigilantes, a buscar el matiz, el pequeño SI que hay en la negación o el pequeño NO en la afirmación que asumimos. Eso es un trabajo de atención, pero es más cómodo abandonarse a la prisa, buscar opiniones tajantes y titulares simplificadores. Y hay un tipo de opinión que identifica sinceridad con decir lo primero que se le ocurre a uno y eso está en contra de la libertad. Y como dijo Machado, la verdadera libertad de expresión no se basa en poder decir lo que pensamos, lo importante es poder pensar lo que decimos, y nos hemos acostumbrado a decir lo que pensamos pero no a pensar lo que decimos.
Todos nosotros, tenemos nuestras propias opiniones de los demás, del mundo que nos rodea... pero en la mayoría de las ocasiones no expresamos o manifestamos aquello que verdaderemente sentimos, tendemos a distorsionar nuestras opiniones y pensamientos o producir mentiras, escondiendo lo que realmente creemos, pero ¿Por qué no lo hacemos? ¿Tenemos miedo a que no sea lo correcto y lo único que queremos es "regalarles los oídos a los demás"?¿Qué es mejor, cambiar lo que verdaderemente pensamos y manifestar aquello que sea más correcto, o ser sinceros e ir hasta al final con lo que pensamos y discutir las distintas opiniones y puntos de vista?
Hay quienes se sienten orgullosos por decir lo que piensan y algunos/as tienen este lema por bandera. Pero muchísimas veces no nos damos cuenta de las consecuencias que pueden tener el trasmitir nuestros pensamientos sin antes haberlos reflexionado. Consideramos, que al decir lo que pensamos, estamos ayudando a la persona que tenemos enfrente. Pero esto no es necesariamente cierto en la mayoría de las circustancias de la vida. Hay pensamientos que pueden herir, y mucho, y no tienen por qué ayudar a quien los escuha.
El mayor desafío de la comunicación se produce al hablar de nuestro mundo interior, especialmente de nuestros sentimientos, emociones o pensamientos. Y resulta imposible desligarnos de los sentimientos, emociones y percepciones que podemos generar al decir algo. Para comunicar siempre tomamos en cuenta la reacción que desatamos en quien nos escucha.
A veces, también buscamos que nos teman, nos obedezcan o que nos permitan imponernos. A veces somos conscientes de esto y a veces no. En ocasiones nuestro propósito al comunicarnos es crear confusiones. No que nos entiendan, sino que dejen de entendernos.
Es precisamente la intención lo que define la esencia de cada mensaje. Se puede halagar a alguien para reconocer sus virtudes, pero también para adular a esa persona y hacerla más vulnerable a algún tipo de manipulación que queremos poner en marcha.
Esa intención, sin embargo, muchas veces no es clara ni siquiera para nosotros mismos. Pensamos que nuestro objetivo es “sacar a otro de su error”, sin considerar la posibilidad de que sea el otro quien tenga la razón.
Básicamente es necesario aprender a comunicarnos desde el afecto. Aludir a lo que sentimos, de la manera más clara posible y evitar la desastrosa costumbre de referirnos a lo que siente el otro.
La buena comunicación exige serenidad y pertinencia. Buscar el momento, el lugar y el estado de ánimo adecuado para tratar temas difíciles. Dejar fluir espontáneamente nuestros afectos cuando estamos tranquilos y abiertos a los demás.
Las personas tenemos un deseo natural de sentirnos conectados emocionalmente con los demás. Con esa intención nos relacionamos y en esos intercambios es donde surge la posibilidad de múltiples interpretaciones y, por ende, de que tengan lugar los malentendidos.
Esto ocurre como consecuencia de que las interpretaciones son necesarias para comunicarnos y de que estas en sí mismas son diferentes y únicas en cada persona. Esto genera enfados, discusiones y rupturas afectivas. Nuestra manera de pensar determina lo que sentimos y, a raíz de lo que nos provoca tomamos como prueba de verdad aquello que pensamos. Esto es una capacidad increíble, pero también puede jugarnos malas pasadas.
La razón sin emoción ni sentimiento no tiene sentido. Los sentimientos son más duraderos que las emociones, pero las emociones son más intensas que los sentimientos.
La emoción está asociada con la personalidad y con la motivación de las personas. Las emociones son de menor duración que los sentimientos y son las que nos motivan a que actuemos. Son más intensas que los sentimientos, pero duran menos. El sentimiento viene del verbo “sentir” y hace referencia a un estado de ánimo afectivo, por lo general de larga duración, que se presenta en el sujeto como producto de las emociones. Los sentimientos son el resultado de las emociones.
Somos conscientes del gran poder de nuestras palabras. Nuestras palabras tienen el poder de crear y el poder, también, de destruir.
Nos da miedo el error. En lugar de parar y pensar y analizar el por qué, pensamos en qué hemos fracaso y nos bloqueamos. Es un bucle que nos impide avanzar. En ocasiones, los errores llegan porque se confunden los deseos y los propósitos. Algunos consejos para cumplirlos son:
— Ser sensato. No proponer retos demasiado ambiciosos es una de las claves para tener éxito.
— Concretar al máximo. Es fundamental.
— Ser graduales. Funciona bien programar un calendario con objetivos y propósitos, poniendo pequeños retos que, una vez conseguidos, permitan pasar a los siguientes.
— Explicar el objetivo. Que la gente de alrededor conozca las metas no solo aporta sensación de permanencia, sino que también aumenta el compromiso. La «sanción social» se convierte en un incentivo para seguir.
— Asumir el tropiezo. Lo importante es no dejarse llevar por los errores; ser conscientes de ello y remontarlos. Si hay alguna interrupción, no pasa nada. La recaída hay que tenerla prevista
Confundir bondad con debilidad
Hay términos que asociamos con otros. Igual que hay quien asocia belleza y simpatía hay quien tiende a confundir bondad con debilidad y tampoco son términos asociados. La confusión nace de que pensamos que una persona bondadosa tiene una gran capacidad de aguante y, por tanto, es un blanco fácil al que atacar porque jamás nos responderá en los mismos términos.
Ser bueno paga: un acto de bondad al día reduce el estrés y también protege el corazón y genera felicidad.
En un mundo altamente competitivo donde el individualismo es la norma, muchos creen que la bondad está mandada a recoger. La bondad es la clave para vivir más y mejor. Al hacer cada día un acto bondadoso cambiará nuestra vida y la del entorno: más feliz, más optimista y enriquecida. La bondad es una expresión de fortaleza y no de debilidad, pues requiere de mucho talento y sobre todo coraje, responder al odio con amor y al miedo con esperanza.
La bondad se expresa en acciones pequeñas y grandes: desde ayudar a alguien con una dirección hasta salvar a una persona de ahogarse. Consiste en ser amistoso, generoso y considerado. Es una mezcla de otras cualidades como la calidez, la confianza, la paciencia, la gratitud y la lealtad.
Algo beneficioso sucede al otro lado de la ecuación: dar bondad genera felicidad tanto en el receptor como en quien la da. Y es que la clave de una buena vida contestaba “ser más amable”. Es un valor reconocido.
Recientemente, la ciencia ha podido estudiar a profundidad esa actitud. Los resultados muestran que la bondad, más que una virtud, resulta clave para vivir bien pues no solo mejora el estado del corazón, sino que estimula positivamente la actividad cerebral. Enviar una carta de agradecimiento a alguien que hubiera tenido un acto bondadoso con uno sin que nunca se lo hubieran agradecido genera un nivel de felicidad mucho más alto y esos beneficios permanecieron durante un tiempo, ya que cuando hacemos o presenciamos este tipo de eventos el cuerpo segrega oxitocina, una hormona que incrementa la felicidad, la autoestima y el optimismo. Tal vez por eso la bondad aumenta la expectativa de vida. Se evidenció que aquellos que ofrecen su ayuda a los demás tienen menos riesgo de morir. Este tipo de actitud frente a otros ayuda a reducir los procesos inflamatorios crónicos, que son un factor de riesgo para determinadas enfermedades.
Aunque tener un corazón sano y más felicidad es suficiente motivo para ser generosos y así la bondad genera su propósito de sí misma, no de otros motivos. El deseo de ayudar, el placer de ser generoso y atento con la otra persona es un rasgo innato en el ser humano. Se dice que solo el 20 por ciento de la gente es bondadosa por naturaleza, que un 4 por ciento es antisocial y 1 por ciento es mala, mientras que el restante 60 a 80 por ciento se comporta como va soplando el viento.
Las bases para aprender a aumentar la seguridad en uno mismo
La seguridad en uno mismo se va desarrollando a lo largo de la vida, básicamente a partir de cómo los demás nos valoran y de cómo manejamos nuestros éxitos y los fracasos. No obstante, ser una persona insegura no tiene porqué ser algo permanente, la buena noticia es que podemos tomar riendas en el asunto y aumentar la seguridad en nosotros mismos. Veamos algunas claves:
- No convirtamos las críticas en una cuestión personal. Hay quienes no saben criticar y, en vez de señalar los comportamientos erróneos que se deberían cambiar, atacan a la persona. Sin embargo, la clave está en nuestra actitud: asumir la crítica como una oportunidad para mejorar y recordar que un error no nos define como persona.
- Desarrollar el sentido del humor. A lo largo de los años numerosos estudios han demostrado que enfrentar los problemas de la vida cotidiana con un humor inteligente nos convierte en personas más fuertes ante las adversidades, más felices y más seguras de nosotras mismas.
- No nos comparemos con los demás. No idealicemos a los otros porque todos tenemos virtudes y defectos, áreas en las cuales nos desempeñamos mejor y otras en las que somos menos talentosos. Cada persona es única en sí misma, ahí radica su grandeza.
- No busquemos la aprobación de los otros. Las personas inseguras suelen estar demasiado pendientes del juicio de los demás. Sin embargo, lo más importante es que nos sintamos satisfechos con los logros. No adoptemos las metas de los demás y no nos sometamos a su beneplácito porque, a la larga, esta actitud solo nos generará insatisfacción.
- Celebrar cada éxito, por pequeño que sea. Recordar que hasta el camino más largo comienza con el primer paso. Por tanto, no hay razón para que pasemos por alto las pequeñas conquistas que vamos haciendo a lo largo de la vida o de un proyecto. Esta mentalidad no solo aumentará nuestra seguridad, sino que también será un motor impulsor que nos dará fuerzas para seguir adelante con nuestros objetivos.
- Sanar las heridas del pasado. Trabajando con nuestras emociones y reconciliándonos con nosotros mismos podemos mejorar la visión sobre nosotros mismos y aprender a amarnos tal y como somos.
- No no exijamos la perfección. Si para nosotros nunca es suficiente nunca alcanzaremos la felicidad ni estaremos a gusto con nosotros mismos. El perfeccionismo es uno de los mayores enemigos de la autoestima. Aprender a aceptar que la vida no es perfecta, y que los humanos tampoco lo somos.
- Salir de la zona de confort. Enfrentarnos a los miedos y asumir nuevos retos nos ayudará a ganar seguridad en nosotros mismos.
- Mantener el diálogo interno bajo control. Aunque no nos demos cuenta, pasamos una gran parte del día hablando con nosotros mismos. Es decir, involucrado en un diálogo interno que determina nuestras actitudes y comportamientos. Por tanto, es esencial que aprendamos a escuchar nuestro monólogo interior y que cambiemos este tipo de pensamientos por ideas más constructivas.
Muchas veces nuestra mente estará llena de incertidumbre, generándonos la intranquilidad que acompaña a la inseguridad, de no saber qué va a pasar, no estar claros qué decisión debemos tomar o sencillamente no poder entender un determinado escenario. Trabajemos para conseguir no CONFUNDIRNOS.