No hay química con la afición
Uno de los factores a los que debe agarrarse un club que pelea por la permanencia es el binomio afición-equipo, mezcla que debería hacer de los partidos en feudo propio una odisea para los rivales. Ganar, aproximadamente, el sesenta por ciento de los encuentros como local es asegurarse al 99% la salvación. El mejor Granada que mis ojos han visto, el de Fabri que ascendió de Segunda a Primera en 2011, era un trasatlántico en Los Cármenes. De allí no salía vivo ni el árbitro, permítanme la exageración. Y por ahí se cimentó aquel histórico ascenso.
En los cuatro años en la élite del Granada, temporada tras temporada, jugar en casa se ha convertido en un pesadilla más que en un alivio. En materia de resultados, los rojiblancos se han mostrado muy poco solidos como locales. El factor campo nunca han logrado explotarlo como sí hicieran en Segunda, y quizás por ahí se explica el desencanto de la afición, que paulatinamente se ha ido marchando de la grada (daba pena ver la media entrada ante el Villarreal), y bastantes de los que no lo han hecho permanecen con ganas de bronca. Pitar al equipo es el objetivo de muchos cada dos fines de semana.
La relación causa-efecto es incuestionable. Jugar en Primera es un lujo del que presume y mucho en la tierra de Boabdil, pero eso no es óbice para que el respetable esté hastiado. No hay química entre la grada y el equipo. Y se nota. Son pocas las veces que se ha disfrutado de una propuesta atractiva desde que se está en Primera. Sandoval parece que quiere ir hacia esa idea, pero errores impropios de la élite como ante el Villarreal, que provocaron una inocente derrota más en Los Cármenes, no ayudan y, además, alimentan a ese sector de la afición que se muestra tan crítica con el equipo, cansada de tantos años de sufrimiento. Afortunadamente, tiene solución: victorias y buen juego. Otra cosa es que sea fácil.