Notas y despedidas
El mes de junio es sinónimo de notas. De premios en forma de pistolas de agua cuando era crío y de sudores fríos cuando fui creciendo. Sudores que no tardaron en convertirse, literalmente, en chorreones, mientras peleaba con los libros sentado en la silla del estudio de casa donde empollaba para tratar de recuperar en septiembre.
La evaluación de septiembre ya desapareció. Y para algo que se ha cumplido de todo lo que he soñado en mi vida, ahora va y me parece mal. Será la visión de padre, que me hace reconocer que maduré sudando sentado en aquella silla de color pardo.
Pero junio también es sinónimo de despedidas. Despedidas de los compañeros del instituto que las aprobaban todas y pasaban los dos meses de verano en la playa. Y despedidas de los mejores futbolistas de tu equipo de fútbol, si tu equipo de fútbol era uno más entre los tropecientos mil clubes humildes de la Segunda B. Siempre fue así en Granada. Se iban los que sacaban los sobresalientes como quien obtiene plaza en la Universidad de Harvard y nos quedábamos los suspensos y los mediocres, sudando. Sentados y sudando.
Llega nuevamente junio y me vuelven las mismas sensaciones al comprobar que, como siempre, se van los mejores. Se fue Rui Silva, se va Diego Martínez, se rumorea con la marcha de Darwin Machís. Y entonces me dio por pensar en las notas que habrían sacado todos ellos en el instituto. "Mejores que las mías, seguro", pensé. Y aquí me quedo yo sentado y sudando líquido rojiblanco, mientras temo por la descomposición del Granada. Mientras veo a los mejores irse a su Harvard particular.