Novela literaria vs novela comercial
“Un buen escritor puede escribir sobre cualquier cosa (…) y un mal escritor no tiene esa capacidad” (Almudena Grandes).
Por cuestiones de espacio he reducido el título de esta columna pero, realmente, respondería al que sigue: novela literaria vs novela comercial o del ego de escritores y lectores o hasta qué punto el ser humano es capaz de perder el juicio (y esta última palabra no es gratuita).
Esta semana he desayunado con Oscar Wilde. Ernest y Gilbert y Cyril y Vivian pertenecen a aquel diminuto grupo de personajes que soportan una relectura sin traiciones, así que repaso las obras El crítico como artista y La decadencia de la mentira un par de veces al año por el placer de quedarme ciega. ¿Han visto esas preciosas nubes que, a veces, se colocan delante del sol y crean un itinerario dorado a su alrededor? Eso. Hay una parte a la que siempre llego nerviosa, como a una cita con un desconocido: me gusta este tipo, pero, como todos los tipos que me gustan, a veces su exotismo va un poco más allá y me deja ciega. Sin embargo, como a esa nube, no puedo dejar de mirarlo. ¿Se pueden ustedes creer que Oscar Wilde se quejaba de la ¡VULGARIDAD! de la literatura de su época? Les cito textualmente:
“Una de las principales causas del carácter singularmente vulgar de casi toda la literatura contemporánea (como lo oyen, yo tampoco doy crédito) es, indudablemente, la decadencia de la mentira, considerada como arte, como ciencia y como placer social”.
“Lo que puede decirse del arte creador moderno en general es que es un poco menos vulgar que la realidad...” (surrealista. Lo sé).
Como estos ejemplos, muchísimos dentro de las dos obras. Peor aún, pone verdes, si me permiten la expresión, a genios de la literatura acusándolos de vulgares (no me atrevo a escribir los nombres porque, se lo juro, me siento como si estuviera profanando tumbas solo con pensarlo). Oscar Wilde, genio, maestro, artista donde los haya critica en estas dos obras, arte donde se encuentre el arte, la literatura de su época (no estoy refiriéndome a su propuesta de imitación entre la vida y el arte, ojo, ese tema merece una columna para él solo y estoy de acuerdo en lo que plantea, además). Y la literatura de su época es la de Dumas padre, Hauptmann, Mark Twain o Unamuno. La llama vulgar. ¿Cómo es posible?
Prefiero no pensarlo pero, me temo, que si este genio estuviese vivo participaría de la charlatanería que da nombre a esta columna de opinión decantándose por aquello tan tergiversado de la “novela literaria” frente a la “novela comercial”.
Si Oscar Wilde no hubiese pronunciado estas palabras no les haría perder el tiempo con esta columna, pues, antes de descubrirlas, el asunto me parecía tan absurdo que no merece, ni siquiera, que se comente. Sin embargo, parece que este genio participaba de él. Lo he pensado bastante y la conclusión a la que llego es que hay personas (¿o es una tendencia natural de la persona?) que necesitan sentencias condenatorias firmadas por un juez. Pero no cualquier juez: no les vale la criba de una editorial, el reconocimiento de los premios literarios, el filtro del público. No. El único juez al que escuchan se llama tiempo. Historia. Hay un número (demasiado elevado, para mi gusto) de personas que hasta que una novela no supera los cientos de años y sigue siendo considerada “buena” no la dan por “buena”. Es decir, lo contemporáneo es malo porque es contemporáneo.
Si fuese una cuestión exclusiva de escritores lo entendería mejor. Por desgracia hay una cantidad desmesurada de artistas (que aburrimiento) que se sienten tocados por el dedo índice de dios (el día que descubra qué dios es el verdadero lo pondré con mayúscula, hasta entonces no). Se sienten genios superiores al resto de la humanidad por la estúpida estupidez de considerar su trabajo mejor o más importante que el de otros. Porque su material de trabajo es el arte (¡oh!) y no el tornillo, la fruta, el código civil, el bisturí o el secador de pelo.
Hay una serie de escritores que no saben escribir, y que por esa razón no son leídos, que justifican el rechazo al que el público los somete argumentando que, hoy en día, solo sirve lo comercial y no hay espacio para lo literario (se lo juro, se me parte el corazón al imaginarme a Oscar Wilde pronunciando estas palabras si es que alguna vez lo hizo como sospecho). La humildad es necesaria e imprescindible y, si no sale de uno mismo, la impone la propia vida. Aquellos escritores a los que me refiero olvidan dos cuestiones fundamentales: la primera es que nosotros somos contadores de historias y la segunda es que, aunque nacemos escritores, no nacemos sabiendo escribir.
Con respecto a la primera. Imagínense una tribu alrededor del fuego. ¿Reconocen al que siempre narra las leyendas y los cuentos? Ese es el escritor. Un escritor es un contador de historias. Bien. Imagínense que ese contador, alrededor del fuego, se empeña en narrar sucesos y aventuras que no interesan al resto de su tribu y los tiene allí, calentitos, eso sí, pero muertos del aburrimiento. Ese narrador tendría dos opciones: la primera sería irse, indignadísimo, porque los miembros de su tribu son una panda de paletos que solo quieren oír historias de mamuts y tigres y no les interesa, por ejemplo, a qué distancia están las estrellas del suelo. Porque son unos palurdos y solo disfrutan con las historias en las que hay sexo y vísceras. Eso es, exactamente, lo que hacen los escritores de hoy en día que defienden aquello de la novela comercial frente a la literaria (les regalo un paréntesis con mis risas, me es imposible quedármelo): denigrar al público. Y, queridos compañeros, el público decide. Afortunadamente, el público decide y cada artista está donde tiene que estar. Esto no está reñido, por supuesto, con el espíritu inconformista que creo que hemos de tener todos. Hay veces que los autores a los que leemos se relajan, algo comenté pasadas columnas sobre el género negro y la mujer como personaje literario. No pasa nada, todos a veces nos relajamos en nuestro trabajo. Y sí, hay que decirlo, porque los lectores son los jefes de los escritores y a veces hay que llamarlos al orden como bien hace cualquier jefe que descubre un uso abusivo de Facebook en horas de trabajo. La segunda opción con la que contaría este personaje es una cura de humildad y bajar un poquito al suelo, como un globo que se nos está escapando y de cuya cuerda tiramos para que siga con nosotros. No sé si alguna vez la habrán escuchado, pero hay una frase muy típica en el mundillo literario que dice “yo escribo para mí”. Fíjense bien, si tienen la oportunidad de oírla saliendo de los labios de un escritor, en su caja torácica porque es muy divertido ver cómo casi se rompe por el ensanchamiento. ¿Si ustedes escriben solo para ustedes porque van llorando de editorial en editorial porque no les publican sus obras? ¿Por qué intentan publicar sus obras? No recuerdo las palabras exactas, pero decía Cortázar algo así como que uno tiene que escribir para uno mismo y uno mismo también son los demás. No me cansaré nunca de repetirlo: los escritores somos trabajadores como tantos y nuestra función es la de contar historias a los demás. Un cirujano no puede aumentar los pechos de una mujer en dos tallas en vez de en una porque él piense que así estaría más guapa: el cirujano tiene que hacer lo que le pida la paciente. Un juez no puede decirle a una mujer que no va a darle la custodia de sus hijos porque sus hijos son una auténtica pesadilla y está mejor sin ellos. Los escritores tampoco.
Vayamos un poco más allá enlazando con la segunda cuestión que olvidan estos escritores que odian tanto la “novela comercial”: se nace escritor, pero no se nace sabiendo escribir. Saber escribir no es ubicar las tildes en la vocal correcta, utilizar el subjuntivo y el punto y coma cuando proceda, colocar la h intercalada sin meter la pata, saber qué es una catacresis o conocer el orden en el que, supuestamente, ha de hacerse la descripción de un cuerpo. No es solo eso. Saber escribir es saber contar, ahí reside el arte y no en lo que se cuenta. Cuando se sabe escribir (contar) un texto que, solamente, hable del vestido morado que lleva puesto una mujer se convierte en la historia más apasionante del mundo. Y cuando no se sabe escribir, un texto en el que se desvele el origen de la vida es tan aburrido que lo abandonamos en la primera página. Un escritor nace con la vocación de contar, pero ha de aprender a hacerlo. Es cierto que se trae algo de serie, a veces más y a veces menos, pero, en mi opinión, nunca es suficiente como para no necesitar formación. Y ahí es donde pecan estos detractores de la “novela comercial”, como decía antes se sienten tan tocados por el dedo de dios que no creen necesitarla. No aceptan que historias malas no hay, lo que hay son historias mal contadas. Dominando esto, hasta los genios incomprendidos, pueden convertirse en superventas. Vamos a aceptar por un momento esas inteligencias y sensibilidades supremas que creen poseer. ¿Usted quiere escribir sobre dolor, amor desmedido, traición o acontecimientos históricos? ¿Quiere usted tratar los sentimientos y la historia humana a nivel filosófico y metafísico? Muy bien. Hágalo. Pero va a tener que encontrar la manera en que no me aburra. Porque, y aquí lo que no entienden, que yo me aburra no es problema mío porque sea una paleta como los de la tribu antes mencionada, es suyo por no saber entretenerme. Porque su función es en-tre-te-ner-me. ¿Y eso en qué se traduce? En que usted ha de conseguir que yo sienta, que yo piense, que yo reflexione, que yo me rompa, que yo llore, que yo me enamore. Por eso le compro los libros, porque nunca olviden que en los libros uno invierte tiempo y dinero. Y, si no lo consigue, no le voy a regalar los míos.
He participado como jurado en premios literarios de relato y sé de lo que hablo: hay veces que, de tres cientos textos, solo se pueden leer diez sin ingerir cafeína. Por muy políticamente incorrecto que suene. Y esos doscientos noventa, literalmente, ilegibles, no implican que sus autores sean malos y deban dedicarse a otra cosa: esto no significa más salvo que han de leer y escribir más. Mucho más. Hay que ser más humilde y hacer todo lo posible por estar a la altura del público, a ninguno nos ha tocado el dedo de dios, no se engañen: esto va de trabajar a pico y pala y no de desprestigiar a los que lo han conseguido refiriéndose a ellos como “comerciales” porque a quienes realmente insultan es al público. A los lectores.
Terminemos con algún ejemplo. ¿Quieren ustedes dolor? Lean a Víctor del Árbol. Este maravilloso escritor es Premio Nadal (por mencionar uno de sus muchos y merecidos galardones) y vende muchos libros. ¿Comercial? No. Víctor sabe contar y en eso reside su éxito. Un éxito que, si es algo, no es más que pequeño en comparación con el que merecería. Este autor trata eso que tanto gusta a los detractores de la “novela comercial”: el ser humano. Cómo afecta el dolor al ser humano, cómo lo transforma. Y lo trata tan deliciosamente que, a quien acaba transformando, es al lector, pues logra que percibamos ese dolor en la propia carne. Víctor podría contar lo que cuenta y no vender un solo libro, podría escribir un largo y aburrido tratado sobre la vida que no le interesara a nadie salvo a su ego. Pero no lo hace. Él ha aprendido a escribir. Ha encontrado la manera de hacer daño, de ejercer un nivel de crueldad tan alto sobre el lector que consigue que terminemos sus títulos como si viniéramos de la guerra y hubiésemos presenciado, con nuestros propios ojos, lo que es capaz de hacer el ser humano. Y, más aún, consigue que lo entendamos, que no nos quedemos en “que malo es el hombre”. No. Nos pone sobre la mesa los motivos que llevan al hombre a hacer lo que hace. Y nos acojonamos. Literalmente y si me permiten la palabra, porque con él entendemos que sus personajes, al inicio, eran tan normales como nosotros mismos. ¿Quieren ustedes historia? Acabo de terminar “Lo que esconde tu nombre” de Clara Sánchez, libro que tenía pendiente desde hacía tiempo. Esta fabulosa escritora también es una superventas. En este título trata el nazismo sin convertirlo en una historia aburrida y que, por ejemplo, un adolescente rechazaría. Estoy segura de que cualquiera que lo termine va directo a Google a informarse sobre Aribet Heim y el campo de Mauthausen. No se sientan ustedes mal si no les interesa la historia de la humanidad, busquen aquellas personas que la cuentan de manera apasionante, tal y como fue, no aburrida.
Podría citar una larguísima lista de autores best sellers maravillosos (Jonathan Franzen, Javier Marías, J.K. Rowling, Vicente Luis Mora, Andrés Neuman, Philip Roth...). Por supuesto también los hay ilegibles, para mi gusto, claro. Pero, la cuestión radica en que el ejercicio de humildad ha de ser un poco más alto, no necesitamos ser tan esnobs: la literatura es buena o mala en función de sí misma, de lo que cuente y, principalmente, de cómo lo cuente. En nada influye la época en la que se escriba. ¿Pruebas irrefutables? ¿Saben ustedes cuál fue uno de los primeros best seller de España? El primero, quizás. ¿Saben qué libro se vendió en el siglo XVII como churros, como hoy se venden los de Víctor, Clara o tantos escritores? Efectivamente. El Quijote, que, en su época, no era nada “literario”, sino de lo más “comercial”.
Comentarios
9 comentarios en “Novela literaria vs novela comercial”
Anónimo
22 de enero de 2018 at 13:13
BRAVO.
Me encantaría saber cuántos de esos "genios" han leído las obras de Wilde que comentas o, algo de Wilde que no sea El retrato de Dorian Grey. Me encantaría saber cuántos han leído a Platón. Lo explicas muy bien cuando hablas del ego: hay textos en los que el autor se dirige a su ego y no a los lectores. Que se los compre su ego.
BRAVO.
Pablo Montes
22 de enero de 2018 at 16:34
Mas de acuerdo imposible. Yo leo best sellers y muy orgulloso, y tambien libros claasicos. Hay que ser muy pedante (o muy tonto) para meterse con grandes escritores llamandolos "comerciales" porque les envidian. Muy buen repaso les ha metido usted, y muy buena leccion de humildad. saludos.
Juan
22 de enero de 2018 at 18:07
Dijo usted en Twitter que no le estaba gustando Berta Isla y ahora recomienda a Javier Marías. Se contradice. No estoy de acuerdo con esto, hoy todo son contactos y hay muchos artistas que no los tienen y nunca saldrán a la luz.
Marino
22 de enero de 2018 at 20:11
Gran artículo! Si mal no recuerdo, comento en twitter que no le estaba llegando ese libro en concreto, pero admiraba mucho a Javier Marías.
Solo añadir que los egos desmedidos son incurables...
Saray
22 de enero de 2018 at 21:31
Eso no es verdad, mira a Dolores Redondo que estuvo siglos intentando publicar y mira donde ha llegado... Que fácil sería todo si fuese como lo pintas... Pero la realidad es otra, este es un país de enchufados
Mariluz
22 de enero de 2018 at 22:08
jajaja todo el mundo sabe que a Dolores Redondo le dieron el premio planeta para promocionar su pelicula, a ver si te crees que son tontos y les interesa la buena literatura y no el dinero. los libros de esa mujer son pateticos.
Inma
23 de enero de 2018 at 13:25
Gran artículo. Leí hace poco uno parecido pero este es mucho más completo y mejor formado y coincido con la opinión de Men Marías: mucho ego suelto por ahí. Afortunadamente, no hace falta atarlos, la vida no los deja moverse. Saludos.
Peter
23 de enero de 2018 at 15:29
Gracias por sus recomendaciones pero antes de leer la basura esa que dice Pongo salvame.
Laura
24 de enero de 2018 at 17:00
Con muchas ganas de que llegue marzo para leer tu nueva novela. Felicidades por el articulo, es muy sensato y humilde por tu parte.