Hay ojos y ojos. Miradas y miradas
11 y poco de la mañana.
Se suponía que iba a llover a mares y, sin embargo, hace un sol de los que no puedes mirar fijamente más de dos segundos.
Como me pasa a mí con sus ojos.
No porque quemen, ni cieguen, sino porque los míos son aún incapaces de concebir que tanta luz e inmensidad puedan caber en dos espacios tan chiquititos.
Ayer fue el Día Mundial del Alzheimer y mi amiga Noe, @poesiayotrosvicios en Instagram, subió un video poema que escribió para su tía, quien padece esta enfermedad desde hace muchos años.
Con ella tengo un precioso recuerdo, de niña, bailando sevillanas en la feria de Granada.
En esa obra de arte en forma de poema participo yo pronunciando una sola frase: “Carmen, no llores”.
Carmen es el nombre de mi abuela.
Y no sé hablar de ojos sin pensar en los suyos.
Como ya he contado alguna vez, padece una demencia que dentro de no mucho será Alzheimer.
Nuestra forma de comunicarnos desde hace algunos años se basa en mirarnos y acariciarnos.
Y nos entendemos.
Nadie sabe la de cosas que me cuentan sus ojos cada vez que se clavan en los míos. Nadie.
La demencia de mi abuela, con la que es mejor lidiar que luchar porque es imparable, me ha enseñado a reparar más en la importancia de las miradas.
A entender que todo un mundo cabe en una de ellas.
Que nuestros ojos, nuestra forma de mirar, son capaces a veces de contar mucho más que las decenas de miles de palabras que nuestros labios pronuncian al cabo del día.
Que quizás sea la forma más real que tenemos de comunicarnos, imposible de disfrazar ni adornar, y que no entiende de sin trampa ni cartón.
Hay ojos, como personas, que basta mirar solo una vez para que dejen en ti una huella imborrable.
Miradas que se convierten en vínculos irrompibles en cuestión de segundos.
Que no vas a olvidar jamás, aunque no vuelvas a tener delante nunca más los ojos que te las regalaron.
Me he cruzado a lo largo de mi vida con millones de pares de ojos preciosos, pero solo unos pocos han conseguido hacerse un hueco en mi memoria, y otros, afortunadamente, permanecen a día de hoy y me recuerdan lo bonita que puede llegar a ser la vida cada vez que parpadean ante mí.
Ojos que marcaron mi niñez, los de Gemma. Mi vecina. Son enormes, de un marrón chocolate capaces de transmitir más dulzura que el mejor chocolate del mundo.
Con unas pestañas que, de los enormes que son, te dan ganas de echarte una siestecita en ellas.
Hace mucho tiempo que no tengo a Gemma delante, pero recuerdo sus ojos con el mismo cariño con el que nos mirábamos cuando teníamos 8 años.
Y con el que sé que volveremos a hacerlo cuando nos veamos.
Mi adolescencia la marcaron los ojos de mi primer amor; verdes oliva, como decía mi abuela. Enormes. Preciosos. Con una profundidad capaz de provocar vértigo en la persona más valiente del mundo.
Recuerdo mirarlos y sentir como en mi estómago, en cuestión de segundos, se provocaba un tornado que acababa vaciándome de todo lo que tenía dentro para llenarme solo de lo que sus ojos me contaban.
Era la primera vez que alguien provocaba eso en mí, que me miraba y me anulaba.
Y eso tampoco se olvida.
Y luego están los de ahora, con sus respectivas miradas.
Los que se van a quedar a mi lado espero que para siempre.
Los que me miran justo cómo y cuándo lo necesito, y nunca me juzgan.
Los de mis amigos.
El verde de Ali y Marta.
El azul de Alfredo.
La transparencia y nobleza de los de Noe.
La caricia que me dan los de Blanca, la Titi o Emi cada vez que me miran.
La eternidad que me prometen los de Iván.
Todo el amor que desprenden los de mis padres cuando me miran, donde hay un poco de mí en cada uno de ellos.
Y qué suerte la mía.
Los de Goku, que parece que tiene la raya hecha, y los de Vegeta, que son las canicas más bonitas del mundo.
Y, por supuesto, los de él, a los que hago alusión en el comienzo de esta columna; los que me curan, y cuidan, los que me quitan los miedos de un parpadeo y me declaran su amor cada vez que me miran.
En los que me quedaría a vivir el resto de mis días.
En la arruga que se le marca cuando sonríen, justo ahí.
Unos ojos que decidieron provocar un incendio en mí hace ya 7 años, donde el fuego permanece intacto, que me aviva y me da calor, pero no quema. Una vez se apagó y ahora entiendo que lo hizo para volver a prender como no lo ha hecho nunca.
En resumen, y volviendo a lo de antes, las miradas y personas que marcan tu vida nunca se van, ni siquiera si hace mucho tiempo que dejaron de estar.
Son como los traumas, puedes dejarlos atrás, pero nunca olvidarlos.
O como la muerte de un ser querido, que aprendes a vivir con ello, pero el recuerdo te perseguirá siempre.
Lo mismo pasa con este tipo de personas y sus respectivos ojos.
Porque ya sabemos todos que romper vínculos va mucho más allá de que la relación termine, aunque esto es otro tema de lo que me gustaría hablar más adelante.
Voy a comer temprano, esta tarde entreno y no me gusta hacerlo con la digestión sin hacer.
En la nevera me espera un potaje que hice ayer con el que, junto a la lluvia, abracé al otoño.
La ventana de la cocina está abierta y escucho a algún vecino cantar Platero y tú.
Creo que es el mismo que ayer dijo “a tomar por culo” cuando escuchó cómo se me reventaba una ensaladera de cristal enorme y se hacía añicos.
Entiendo que también oiría cómo maldecía mi suerte en voz alta manteniendo una conversación conmigo misma donde solo había lugar para las palabras malsonantes.
Hoy me incorporo al trabajo después de 11 días de vacaciones, y creo que tengo un poco de depresión posvacacional.
No pasa nada, sé que cuando vea a María José y al resto de mis compañeros se me va a pasar.
La suerte de sentirte como en casa estando fuera de ella.
La misma que me inunda cada vez que le veo entrar por la puerta.
Cuidaos mucho, a vosotros, a vuestra forma de mirar. Y de sentir.
Mimad a esos pares de ojos que os hagan sentir mejores personas y os regalen calma.
No los deis por hecho, no nos demos por hecho nunca.
Avivad los fuegos que solo os abriguen y apagad de una vez los que os quemen.
Os abrazo, y de qué manera.
Comentarios
2 comentarios en “Hay ojos y ojos. Miradas y miradas”
Fray Guillermo de Baskerville
27 de septiembre de 2021 at 07:17
Precioso una vez más, Claudia. En esta columna te has superado. Cómo se parece ese estilo tuyo al mío cuando me pongo a escribir. Y eso me gusta. Enhorabuena!!!
Claudia
29 de septiembre de 2021 at 13:31
Oh!! Mil gracias de corazón por leerme, Guillermo ?