Las excusas del fútbol
En esta columna pensaba escribir algo sobre los disfraces y sobre mi dudosa caracterización como zombie en la fiesta del viernes. Sobre las chucherías y los sustos. Pensaba escribir sobre un Granada C.F. faltado de truco y sobrado de trato, y sobre los empates a cero. Porque con la excusa del fútbol se puede hablar -y escribir- sobre casi todo. Hasta de Halloween.
Aún tengo el traje colgado en la percha y lo cierto es que me da rabia no escribir sobre esto. Pero no porque me fastidie la columna ahora que rozan ya las 00:00 horas, si no por el deplorable motivo que me ha hecho cambiar de idea. Ahora que mis hijas reposan plácidamente en sus respectivas camas, me dispongo a abrir el ordenador y me sorprenden unos vídeos de una pelea en las inmediaciones del Cartagonova. Y siento vergüenza y tristeza a partes iguales. Vergüenza por ver a parte de la que considero mi afición actuando así. Tristeza por ver su comportamiento en una tierra tan bonita como acogedora. Ahora mismo, la verdad es que los fallos de Callejón, Uzuni y Puertas me dan un poco igual. Paso hasta del empate.
Pienso que el fútbol es una excusa perfecta para muchas cosas. Una excusa para pasar tiempo con los amigos, para visitar lugares y para descongestionarte del día a día. Una excusa perfecta incluso para conocer algo de historia. Pienso que este partido era una gran excusa para visitar el Teatro Romano y pasear por las entrañables calles peatonales de Cartagena. Una excusa perfecta para tomarse un asiático y una marinera. El fútbol debería ser la excusa para muchas cosas, pero jamás para la violencia.