Granada está sucia
El pulso de una ciudad, su proyecto colectivo, se mide a través de muchos indicadores. Podemos hablar de participación, de sostenibilidad, de cultura, pero también de aquello que nos afecta cotidianamente y hace que nuestro día a día sea mejor, más agradable y saludable. Así lo hacen las ciudades mejor valoradas del mundo. No cabe duda de que las condiciones del entorno donde vivimos, trabajamos o paseamos son fundamentales para gozar de la confortabilidad, protección y cuidado que debe proporcionarnos la ciudad donde vivimos. Y en ese sentido me preocupa Granada.
Empieza a haber sensación de abandono. No voy a hablar de la Escuela de Salud Pública, ni del Centro de Documentación Musical, ni de los problemas que acarrea la gestión sevillana a distancia del Parque de las Ciencias. Me voy a referir a esa sensación que vivimos cuando salimos de casa, vamos al trabajo o pasemos por la ciudad: Granada está sucia.
Lamentablemente comienza a ser un comentario habitual en la terraza de un bar o en la cola del supermercado. Pavimentos de plazas y aceras manchados y ennegrecidos, colillas por doquier, latas de refrescos aplastadas que han vaciado su contenido en el suelo, papeles, restos de comida o enseres en las zonas de recogida de la basura. Incluso empieza a oler mal, a veces a basura, a veces a orines, y no hay que irse a ninguna esquina alejada pues el desagradable perfume llega incluso a las inmediaciones de la céntrica Fuente de la Batallas. Por no hablar de los matojos que crecen feraces por el Albaicín, poniendo una nota de color a los restos de cera renegrida que aún quedan por algunas calles desde la Semana Santa. El abandono se extiende a los jardines, esos que se cantaran hace años para alabar la belleza de Granada. Da pena ver los raquíticos rosales de la Avenida de la Constitución, Gran vía o los Jardines de El Triunfo, por citar solo algunos.
No es solo un problema de imagen. Es algo mucho más profundo. Estamos hablando del valor que las administraciones, en nuestro caso el Ayuntamiento, da a aquello que nos concierne a todas y todos, a la vida cotidiana de sus vecinos y vecinas, a su bienestar y a su salud. Esa dejadez revela no solo una deficiente gestión sino un desprecio hacia lo público. Porque no hay nada más público que las calles por donde pasamos diariamente, las plazas donde quedamos con las amigas o los jardines donde se sientan las personas mayores y juegan los niños. Son espacios de encuentro y disfrute ciudadano, a los que cualquiera puede acceder sin necesidad de pagar o consumir. Por eso hay que cuidarlos como lo más preciado de cualquier ciudad. Su limpieza y conservación es signo de respeto y atención hacia quienes aquí vivimos. Su abandono, de dejadez y de olvido.
Granada necesita cambiar de rumbo y poner los problemas de los ciudadanos en el centro de las políticas locales. Llama la atención que la actual alcaldesa hiciera de la limpieza uno de los lemas de su campaña. Se le ha debido de olvidar porque después de un año no solo no ha mejorado sino que ha empeorado de forma ostensible. Toca arremangarse y trabajar. Va siendo hora.