Un vistazo al pasado

diego martínez
Del partido es mejor no recordar mucho, pues qué decir que los nazaríes no recuerden | Foto: Archivo GD
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Hace un año. Unos largos 365 días en los que la vida de la gente se alteró hasta tal punto que una pandemia paró el mundo. Todo cambió. El día a día. La rutina. Los motivos para ser felices. Y como aficionado al fútbol, concretamente al Granada CF, mi felicidad hace hoy justo un año se basó en llevar a mi equipo en volandas a su segunda final de Copa del Rey en toda su historia. Enfrente, uno de los reyes de la competición: el Athletic Club.

Ahí estaba yo. Solo. Tras un viaje de más de cinco horas. En Granada capital, sacando mi billete de metro desde la Estación de Tren para ir hasta la Parada Nuevo Los Cármenes. Iluso yo, pues una vez saqué el boleto llegó el metro con una marea rojiblanca que me iba a escoltar hasta el Estadio. Ese viaje me salió “gratis”. Eso me dijeron una vez subí, aparte de un “entra como puedas” que se impuso entre los cánticos de esa gente que, como yo, viajaba plena de ilusión en busca de una gesta que nunca antes habían visto, como me confesaba la edad de sus rostros iluminados por una sonrisa imposible de ocultar.

Joder, ¿a quién pondrá Diego?”. “¿Podremos darle la vuelta? ¡Pues claro hostia!”. “Con este equipo al fin del mundo”. Entre el coro general se escuchaba prácticamente el mismo tema en las conversaciones interpersonales. Y en nada ahí lo teníamos, engalonado como nunca para una cita histórica, con el cuádruple de gente de la que llegábamos, con el fin de unirnos todos como haría una afición ante ese panorama, como una piña. En la mente de cada uno rebotaba la palabra “coronavirus”. Aunque ese día el virus, a pesar de su peligrosidad, era lo de menos. Granada era una burbuja y estaba bien protegida. Hasta el cielo se pintaba de rojiblanco a raíz de los colores de las bengalas. Todo estaba correctamente preparado para la llegada del autobús que, por cierto, se retrasó de la hora prevista unos minutos, aunque justo a tiempo para comprobar cómo toda esa marea se unía para convertir un trayecto que se recorre en un día normal en unos 15” en otro totalmente distinto que se tardaría cerca de media hora en completar. La ocasión hacía que mereciera la pena tardar tanto en llegar al destino. Pelos de punta, lágrimas de emoción. ¿Y dentro del autobús? Sonrisas y ojos tiernamente conmovidos por lo que estaban viendo, como confesaban esos cristales translúcidos de tono oscuro: un grupo de gente que se iba a dejar las manos de aplaudir y la voz de gritar.

Ya en el parking, la fiesta debía seguir en el estadio. Todos a una. Todo un estadio volcado. Más de 20.000 almas, que se dice pronto, disfrutando del juego de luces que nos regaló la iluminación en ese tiempo que tardaba en pitar el árbitro el inicio del choque. Un himno que se escuchó como nunca antes se había escuchado. Un 11 que también se coreó con más fuerza que nunca. Y un nombre, el de Diego Martínez, que se convirtió en ídolo para todos. Se iba a hacer lo que él dijera, lo que él dispusiese. Nadie en su sano juicio hubiera dicho que esa persona, la tercera en discordia entre los favoritos de la Directiva para dirigir este proyecto cuando se hizo la selección final, iba a escribir la época dorada del club en todos y cada uno de sus partidos, dándole una identidad a su equipo y haciendo que la afición se viera ahora más identificada que en toda la vida que llevaban apoyando al club. Que el vacío existente por parte de una afición, que al fin y al cabo acabarán siendo los más importantes de aquí a unos años, los jóvenes, empezaran a vestir camisetas de su equipo por delante de las típicas de Madrid o Barcelona.

Del partido es mejor no recordar mucho, pues qué decir que los nazaríes no recuerden. Tocarlo con la yema de los dedos y que te quiten el premio cuando llegabas a la orilla… aunque el recuerdo sea doloroso, no se puede sentir más orgullo de lo que se vivió y cómo se compitió. Una garra y un carácter que ha permitido a este equipo seguir creciendo a pasos de gigante, pisar Europa. A fin de cuentas, hacerse respetar en todos los sentidos. Y todo en una situación en la que los guerreros han tenido que ir a la batalla sin su mejor arma, la afición, con la que crearon una unión casi imbatible gracias al nombre antes citado, Diego Martínez, que era el que iba poniendo miguitas para formar esta familia denominada Granada CF. 

Esperemos que más pronto que tarde, la vida nos permita volver a pisar un estadio y darle a este equipo la ovación que se merece, que se ha ganado con sudor desde hace mucho tiempo, y que con cada partido que pasan hacen méritos para que sea más atronadora aún de lo que se podría pensar en un principio. Gracias Diego, gracias Granada.

Moisés Corral Moral - @moises140400