Contestaos con sinceridad: ¿cómo es vuestra relación con la comida, con vuestro cuerpo?

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Una manzana y un donut | Foto: Andrés Ayrton / Pexels
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Hace unos días les pregunté a mis seguidores de Instagram cómo era la relación con su cuerpo y con la comida.

No os podéis hacer una idea de la cantidad de cosas que leí ni la magnitud de algunas de ellas. De las lágrimas que derramé empatizando con algunos de los testimonios ni lo identificada que pude llegar a sentirme.

Antes de meterme a fondo en el tema, en la herida, que así es como sienten (sentimos) algunos este tema, quiero agradecer de corazón a todas las personas que se abrieron en canal conmigo. Sabía que estaba abriendo un melón importante, pero no contaba con tanta sinceridad y crudeza.

A los que me estéis leyendo ahora mismo, os pediría que os hicierais la misma pregunta: ¿cómo es la relación con vuestro cuerpo, con la comida?

Hoy, al contrario que en la columna anterior, voy a hablaros primero de mí y después compartiré y me detendré en algunos testimonios.

Como ya he contado más de una vez, yo hace muchos años adelgacé muchos kilos, 20 en concreto.

Los perdí porque necesitaba perderlos, pero hasta que fui consciente de ello pasaron al menos 7 años.

A los 13 fue la primera vez que me sentí gorda, y a los 20 cuando dejé de hacerlo.

En todo ese tiempo, no hubo ni un solo día que no odiara lo que veía en el espejo.

Ni uno.

Mientras escribo esto me doy cuenta, una vez más, de lo que me ha ayudado a sanar verbalizar y compartir esto, hablar sobre el lado oscuro de perder peso, sobre los motivos que me llevaron a hacerlo. Porque sí, por supuesto que lo tiene. Ojalá fuese solo un ejercicio de voluntad donde no tuviera nunca cabida sentirse mal.

Sería genial poder contaros que de la mano de los kilos dejé también los complejos, pero no es así.

Ahora, 14 años después, sigo arrastrando y lidiando con algunos de ellos. Y aquí es donde entra en juego mi relación con la comida.

Hace un par de meses, una de las personas más importantes de mi vida me dijo que había empezado una terapia especializada en TCA.

Son muchísimas las conversaciones que hemos tenido, y tendremos, respecto a nuestra relación con la comida.

La normalidad y suavidad con la que me disparó aquella confesión me hizo a mí plantearme esa pregunta que yo os he hecho a vosotros. Y la respuesta es: no. No tengo una relación sana con la comida.

No la tengo porque me he dado cuenta de que mantengo siempre una tendencia compensatoria y de que cuando esa tendencia se ve alterada por la razón que sea, empieza mi bucle de machaque y desprecio hacia mi cuerpo.

Me explico: si una noche ceno de más o algo demasiado pesado o guarro, al día siguiente voy a procurar irme andando al trabajo, por ejemplo.

Si no lo hago, me rayo.

Y esto no es sano.

Cómo me sienta y me analice, lo que me permita o no comer, está también estrechamente relacionado con el ejercicio que esté siendo capaz de hacer en ese momento. Y de la ansiedad que tenga, da igual el motivo que la provoque.

Ahora que he retomado los entrenamientos y estoy siendo mucho más constante de lo que pensaba, el remordimiento se ha alejado un poco (que no desaparecido) y dejar los antojos que tanto reclama la ansiedad no me está siendo tan difícil.

Hay fotos en las que me veo y digo: me acepto, me gusto.

Si acto seguido pienso en mi cuerpo sin ver esa foto, la imagen que se dibuja en mi cabeza es totalmente distinta.

Está claro que hay algo en lo que tengo que trabajar.

Cuando leí a las personas que me escribieron, entendí que no soy la única que se ha sentido o siente así. De hecho, somos muchos más de los que pensaba.

Paso a compartir alguno de los testimonios:

“Relación tóxica con ambos, comida y cuerpo. La comida la amo (en exceso a veces) para luego odiarla por haber, precisamente, cumplido su función. Al cuerpo lo odio por ser como es y lo amo por estar entero y funcionar, por contradictorio que pueda parecer. Pero ese hilo taaan fino que separa esos dos conceptos es el que la sociedad usa para entretejer la idea de ‘cuerpo sano’ con la de ‘cuerpo delgado y esbelto de determinadas proporciones’ dando al traste así con la realidad de que un cuerpo sano es aquel que funciona bien, no el que luce conforme a equis estándar. Intentando conseguir ese prototipo es cuando algunas personas perdemos la salud, a veces no tanto la física sino la corporal, porque nos olvidamos de que todos somos diferentes y dejamos de valorar la importancia que eso tiene”.

“Intento comer bien (aunque no me obsesiono con eso) y hacer deporte. Es verdad que cuando cojo algunos kilos me agobio. Lo más importante para mí y mi cabeza es poder hacer deporte. De esa manera no me agobio con la comida y me veo mejor”.

“Quiero responderte por aquí a ese post tan triste y tan bonito a la vez. Tengo TCA y dismorfia corporal desde que tengo uso de razón y a la vez recuerdo tan lejanos mis peores momentos con la comida y mi cuerpo que me hace sentirme un poco mejor. Siempre he ansiado estar delgada y aunque llegase a pesar 45 kilos, para mí no era suficiente. Jamás he conseguido verme bien ni llegar a mi objetivo. Al final, tenía unas circunstancias personales tan horribles, que lo único que sentía que lo único con lo que tenía control era con la comida y mi peso. Era muy estricta conmigo misma y he maltratado mucho la piel en la que vivo. Siempre me ha limitado vivir en paz, socializar y hacer planes normales. Me ha limitado la vida, básicamente. Siempre he sido un poco consciente de ello, pero jamás he querido admitirlo del todo porque perder el control en lo único en lo que creía que lo tenía me daba pánico. Hasta que un día toqué fondo y llegué a desear mi propia muerte, y ahí supe que tenía que pedir ayuda.

Empecé a ir a terapia y me sentí indefensa. Lo primero que le dije al psicólogo entre lágrimas con mis 45 kilos fue: es que estoy muy gorda y no sé qué más hacer.
A día de hoy, a mi yo del 2019 le digo: gracias por dar el paso más importante y valiente de tu vida porque soy otra persona”.

“Sé que tengo un cuerpo bastante normativo, y esto mismo me produce también un sentimiento de culpa enorme. El caso es que me he pasado más de media vida odiando partes de mi cuerpo y maltratándome por ello. Primero privándolo de alimentos y, cuando conseguí volver a tener una relación sana con la comida, hablando muy mal sobre él.

En estos 20 años de mis 35 he sido mi peor enemiga. Ahora en terapia intento aprender a quererme y a ser amable conmigo. Después de 20 años vuelvo a pesar lo que pesaba con 15 y he pasado un mes de marzo lleno de miedo. Ahora toca seguir trabajando. Solo quería dejarte mi experiencia porque he descubierto desde que lo verbalizo que estamos rodeadas de mujeres que han pasado por lo mismo. Y al menos, igual nos sentimos menos solas”.

“La mía es de no prestar ningún tipo de atención ni a la comida ni a mi cuerpo, de no cuidarlo porque no me gusta, pero en rara ocasión lo comento con nadie porque al estar delgada nunca he tenido el derecho a quejarme ni a tener complejos. En parte, te respondo por privado por esta razón”.

“Mi relación con la comida supongo que no es mala, pero tampoco es buena. Ya no sé si la ansiedad que tengo siempre la uso de comodín y así queda mejor o es definitivamente real. No me cuido mucho, eso es cierto. Me siento desganada y no encuentro una motivación. No me gusta mucho sacarme fotos de cuerpo entero ni mirarme al espejo. Mucho menos, pesarme”.

“Como bien dices, somos nuestros peores enemigos. Deberíamos hablarnos más como si nos viéramos desde fuera y fuésemos nuestra mejor amiga. No sé si te ayudará mi respuesta, pero a mí me has ayudado a soltar mucho de lo que solo me digo a mí misma y nunca hablo con nadie. Mil gracias”.

“Si por un momento dejamos de quedarnos en la superficie y profundizamos, nos damos cuenta de que la relación con nuestro cuerpo y, por lo tanto, con la comida, no dista demasiado de la que tenemos con nuestra alma.

Siempre he sido flaco. Demasiado flaco. Por mucho que comiera. Y he pasado años sintiéndome avergonzado por esto, y sin tener el valor de admitírselo al mundo.
Durante estos años mi metabolismo ha cambiado y de repente apareció una pequeña barriga.

Así que ahora me veo demasiado delgado, pero con barriga. Obviamente esta condición también me generó ansiedad y tuve que empezar a lidiar por primera vez con la comida: qué comer, qué beber, cuándo, cuánto…

Ahora analizo mi mente y mi cuerpo, pero con un enfoque diferente”.

Escribiendo esto he tirado de los mensajes de Instagram, y todavía tenía algunos sin abrir.

Esto me hace sentir un orgullo enorme hacia todas y cada una de las personas que me han escrito, la mayoría desconocidos. Nos hace enormes, y nos acerca y nos use, hablar también de lo que duele.

Me he sentido súper arropada entre esas letras y solo espero estar a la altura con las mías.

Mi conclusión después de estos días dándole vueltas a esta columna es que tenemos muy estigmatizado este tema. Nos da verdadero pánico hablar de ello a los que, en algún momento de nuestra vida, nuestra salud mental se haya visto perjudicada por la imagen que tenemos de nuestro cuerpo.

Y no debería de ser así. No nos hace más débiles, nos hace más fuertes.

En lo que a mí respecta, y siendo honesta conmigo misma, el momento de que me convenza del todo lo que veo en el espejo aún lo siento lejano. También queda lejos la Claudia que contaba calorías, la que si se comía un helado una tarde de agosto luego no cenaba, la que se comparaba una y otra vez con cuerpos que sabe que nunca tendrá.

Y ahí está la magia, en que cada cuerpo es único.

Voy a trabajar en mi relación con la comida, con el espejo y conmigo misma.

Voy a intentar que no pase un solo día sin agradecerle a este cuerpo su existencia.

Ojalá todos fuésemos tan valientes como la chica del testimonio más duro, a la que por cierto quiero y admiro, y pidiésemos ayuda cuando la necesitáramos.

Os abrazo muchísimo.