Irse para volver más fuerte, para volver mejor

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Imagen ilustrativa | Foto: Pexels
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Me veo aquí, sentada frente al ordenador, y me acuerdo perfectamente de cuando me senté en esta misma mesa a escribir mi primera columna.

Aquel día también había un café casi hirviendo a mi lado, y muy cargado.

Los perros dormían plácidamente en el sofá y la pregunta de si me merezco un lugar como este, donde ser tan yo, también me rondaba la cabeza.

Exactamente igual que ahora. Mismos nervios, misma ilusión. Casi 3 años de diferencia entre una columna y otra.

Hace unos días le pregunté a Juan (al que sigo queriendo lo mismo o más que hace 3 años, y 7), qué creía él que era mejor: si volver “como si nada”, hablando de un tema que tengo pendiente desde hace tiempo, o hacerlo explicando los motivos que me han llevado a esta ausencia forzosa estos meses atrás.

- “Bueno, Claudia, yo creo que a los lectores les va a gustar saber por qué has dejado de escribirles, siempre contando hasta dónde tú quieras, claro”.

Conforme leí el mensaje de Juan volví a ser consciente de la suerte que tengo: que detrás de esta pantalla haya lectores, personas que no me conocen de nada, preguntándose por qué llevo tanto tiempo sin aparecer por aquí, esperando a que lo haga y a dedicar su tiempo a leerme es, simplemente, y perdonen la expresión, un puto regalo.

Después de esto, creo que lo mínimo que puedo hacer es volver disculpándome:

Lo siento, de corazón; siento haber desaparecido así, sin decir ni mu, de una manera tan cobarde.

Hace unos meses mi vida dio un giro de 180 grados y es ahora cuando soy capaz de entender, sin culparme demasiado, que, a veces, el autocuidado va justo de eso, de sentirte libre, de elegir cuándo parar y cuándo seguir, cuándo hablar o cuándo callar.

Y yo sentía que o me cuidaba y desaparecía para volver estando bien, o la que iba a terminar desapareciendo era mi esencia.

Tuve miedo, no os voy a engañar.

Os cuento:

En mayo, el que ha sido mi pareja y compañero de vida durante casi 9 años y yo decidimos poner fin a nuestra relación.

Fue una decisión muy masticada y meditada por ambas partes, pero eso no quita que fuera muy dolorosa también.

No es sólo tomar una decisión de esa magnitud, es también llevarla a cabo.

Es despedirte de una vida en común, que uno tenga que hacer las maletas e irse, pensar en cómo lo vamos a hacer con los perros, decidir qué y cuándo contarle a los familiares y amigos, los que, a su manera, también van a sufrir con todo esto.

Son muchos factores y todos ellos delicados.

El otro día vi un vídeo en Instagram de una psicóloga a la que sigo y me flipa donde hablaba de lo largo que es en realidad el proceso de una ruptura, y más cuando se trata de una relación tan larga como era la mía; de la importancia de respetar el duelo y sus tiempos, de entender que al final un trocito de ti se está perdiendo y tú tienes que aprender a vivir sin ese trocito que te falta.

Se detenía en la importancia de recalcar que no todas las situaciones dolorosas nos hacen más fuertes, pero que, en concreto, una ruptura bien gestionada nos puede regalar un aprendizaje mucho mayor del que a priori, nublados por el dolor, podemos llegar a imaginar.

Y cuánta verdad.

Sigue habiendo un poquito de Pepe en cada cosa que hago, en cada decisión que tomo, en lo que soy.

Sigo mirando a la cocina y lo sigo viendo a él, apestando el piso cocinando coliflor, con la encimera llena de cosas, descalzo, bailando de esa manera tan suya que al final acabé haciendo tan mía.

Si voy a la carnicería marroquí a por pollo y han traído alguna especia nueva, el primer pensamiento que me inunda es el de comprársela para que la pruebe.

Si llega el atardecer y el sol se pone de esa manera que tanto nos llegó a unir, también lo recuerdo.

Me acuerdo de Pepe a diario y está bien.

Está bien porque mi propósito no es desvincularme de él ni de su recuerdo rápido; de hecho, creo que, en cierto modo, siempre vamos a estar vinculados.

Mi propósito era, es, vivir sin él y que no me duela, ser feliz.

Y se está cumpliendo.

Quererlo, lo voy a querer absolutamente siempre.

He entendido que el amor es sólo una pequeña parte del secreto del éxito en una relación y, por eso, ahora estoy trabajando en el mío y en mi relación conmigo misma.

Me estoy permitiendo el lujo de poner límites cuando me nace, de disfrutar de mi soledad, de decir: “No, nos vemos otro día, hoy me apetece quedarme sola en casa”, y no sentirme culpable por ello.

Estoy disfrutando de dormir sola, de salir a pasear sola, de poder hacer planes con los del trabajo al terminar el turno. Que no es que antes no pudiera, por supuesto que sí, Pepe y yo hemos tenido una relación muy sana en ese sentido. Pero cuando sabes que hay alguien en casa esperándote, dejas de hacer muchas cosas que en realidad te apetecen porque te sientes ‘responsable’.

He conocido a personas que me han hecho reír y sentirme guapa; me han pasado el brazo por encima del hombro mientras paseaba, me han respetado y regalado tiempo de calidad, han aceptado mis límites y me han dado cariño de una manera totalmente desinteresada.

En resumen, estoy conociendo, una vez más, a una Claudia que hasta el momento no había podido conocer, sólo intuirla.

Me pregunto cuántas Claudias me quedarán por conocer en este proceso y abrazo a todas y cada una de ellas.

Todo este vuelco que ha dado mi vida, sumado a un verano de muchísimo trabajo y mucha escasez de tiempo libre, son los principales motivos de mi ‘descanso’ literario.

Quedan 3 días para que llegue mi mes favorito, y la verdad es que estoy bastante expectante.

No le pido mucho a octubre, sólo recuperar el gusto y el olfato (he pillado el Covid a estas alturas de la vida por primera vez y el bicho me ha pegado una paliza), pasar un cumpleaños bonito a pesar de lo distinto y seguir durmiendo inundada de la paz con la que duermo desde hace algún tiempo.

Que sean muchas las noches de manta y peli (sola o en compañía), que Cristina siga durmiendo conmigo una vez al mes y que, llegado el momento, el otoño no me provoque el vértigo que me provoca ahora pensar en él.

Y ser capaz de llenar esa libreta vacía de la imagen de momentos para el recuerdo y metas cumplidas.

A vosotros, os pido que no os vayáis, y os agradezco de corazón que sigáis estando.

Juan, Manu, gracias a vosotros también por vuestro cariño y vuestra confianza.

No me iré más.

Os abrazo.