Pon un Antonio en tu vida

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"La página colapsó en el momento en que la abrieron y la primera persona que pudo acceder a la inscripción lo hizo el día 14 a las 9 de la noche" | Foto: Remitida
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Llevo mucho tiempo detrás de escribir esta columna, pero han sido muchas las razones que me han llevado a no hacerlo hasta ahora.

La primera, y principal, el miedo a que mis palabras se politicen.

Quien me conoce sabe que soy la persona más apolítica del mundo y que esta columna se aleja muchísimo de bandos, ideales y partidos.

Tengo la casi certeza de que va a ser imposible que alguien lo haga, politizar mis palabras digo, pero, por si acaso, me adelanto a los acontecimientos: si lo que espera alguien de esta columna es saber algo de mi ideología política, entonces este no es su sitio.

Lo digo porque no está el tiempo para perderlo, vamos, por si se lo quiere ahorrar.

Creo que nunca voy a olvidar aquella noche del 14 de noviembre de 2022.

Meses antes, en enero, la Junta anunció una ayuda para el alquiler con unos requisitos que, a priori, cumplía.

Me informé bien, me empadroné en el piso en el que estoy y esperé ansiosa a que llegara el día.

Eran 250 euros al mes durante dos años destinados al alquiler, algo que, a mí, trabajadora a media jornada que normalmente no llega a los 1.000 euros, le iba a suponer un desahogo bastante notable.

A mí y a las decenas de miles de jóvenes andaluces que se encontraban -se encuentran- en una situación como la mía.

Lo de que si hace diez años me dicen que nuestra generación iba a verse necesitada de una ayuda del Gobierno para llegar a final de mes yo me hubiera reído fuerte es otro tema del que ya hablaré en profundidad más adelante.

Volvamos a ese 14 de noviembre.

Estaba de baja aún por la operación del pecho (para quién se perdiera esa columna, no, no fue un aumento, fue una reconstrucción compleja que actualmente mi salud mental agradece a diario) y ni podía ni tenía nada que hacer.

Podríamos solicitarla desde las 9 de esa mañana hasta febrero, creo recordar, o hasta que se completasen las entre 14.000 y 18.000 solicitudes que iban a ofertar (este dato variaba en función de la fuente de donde proviniera la información).

Yo me desperté a las 7:00 para tenerlo todo listo y, con mi puntualidad inglesa, estar delante del ordenador a las 8:45.

Cafecito en mesa, manta eléctrica en cintura, bata bien atada.

Sonrisa bobalicona, ingenua de mí, pensando en los churros que me iba a comer conforme echara la inscripción; total, más de media hora no me debería llevar.

Pues eso, repito, ingenua de mí, y de todos los que estuvimos pegados a la pantalla del ordenador, entre 20 y 48 horas. Literal. Esa noche dormí dos horas, de 4:00 a 6:00.

La página colapsó en el momento en que la abrieron y la primera persona que pudo acceder a la inscripción lo hizo el día 14 a las 9 de la noche. 12 horas después. Yo conseguí hacerlo el día 15 a las 10 de la mañana, 25 horas después, de las cuales pasé 22 pegada al ordenador y convirtiendo a la tecla F5 en una prolongación de mi cuerpo.

Lloré de la frustración, también de la alegría cuando conseguí echarla.

Me generó muchísima ansiedad, a todos. Este día que describo, y el silencio que ha habido por parte de la Junta durante casi siete meses, es lo que más daño nos ha hecho, más que haber cobrado tarde o no haberlo hecho aún.

La desinformación, ver que en otras comunidades ya habían cobrado y que nuestra ayuda parecía estar en tierra de nadie, después de lo complicado y largo que fue para los que conseguimos echarla.

Porque, claro, de todos los que nos pusimos delante del ordenador aquella mañana, fuimos una minoría los que pudimos dedicar el día entero y parte del siguiente a ello.

Muchísimas personas que probablemente necesitasen esa ayuda como yo, se tuvieron que ir a trabajar o a estudiar sin poder echar la inscripción y con la esperanza de poder hacerlo cuando volvieran a casa.

Pero tampoco.

Hubo quien se pidió el día libre para poder estar sin separarse de la pantalla el tiempo que hiciera falta y, con todo y con eso, no lo consiguió.

Yo, que jamás había solicitado ninguna ayuda de nada, creo que voy a tardar bastante en olvidar el malestar que me supuso solicitar esta.

Fueron pasando los meses y, de nuevo, silencio.

De vez en cuando, alguna noticia con pincelada política rondaba por los medios, pero nada que a los jóvenes pudiera darnos un halo de esperanza o nos aclarase alguna de las tantas dudas que teníamos.

Partidos políticos buscando culpables y recordándose lo que han hecho mal, pero nada de fechas, nada de soluciones y muy poco de asumir errores.

Recuerdo que la primera semana de mayo tuve vacaciones y me fui un par de días a Madrid a escribir.

Una mañana, minutos antes de salir por la puerta del apartamento, el teléfono sonó.

Era un tal Antonio Bautista, trabajador de la Consejería de Fomento y Vivienda.

Me dijo que mi solicitud estaba bien presentada y que había que mirar si cumplía actualmente todos los requisitos.

Fue bastante breve y escueto.

Al colgar, esa incertidumbre que mantenía desde hace meses se multiplicó y se mezcló con un atisbo de esperanza que no había sentido antes respecto al tema.

Un rato después, el teléfono volvió a sonar. Era Antonio, de nuevo, para decirme que efectivamente cumplía todos los requisitos.

Creo que aún tiene que haber restos de mi felicidad, que me nacía a borbotones, entre las losetas de Malasaña.

A los pocos días de esto, me metieron en un grupo de WhatsApp y otro de Telegram creados por gente de Granada que también habían solicitado la ayuda y que, al igual que yo, no sabían en qué punto estaba el tema.

Del de Telegram tardé dos días en salirme (demasiado pesimismo para mí, pese a entender perfectamente el ánimo y desesperanza de la gente), pero en el de WhatsApp, al que llegué más tarde, me quedé. Seguimos conservándolo.

Resolvíamos dudas (las pocas que podíamos), nos dábamos ánimo e intentábamos transmitirnos calma.

Aquí fue cuando el nombre de Antonio Bautista empezó a aparecer cada vez con más frecuencia. Sólo el suyo.

Decenas de personas contando que él, insisto, sólo él, era quién nos estaba contestando a todos a los correos, uno a uno, deteniéndose en cada expediente, siempre con respeto y una empatía a la que desgraciadamente ya no estamos acostumbrados.

- “Es imposible que haya una sola persona llevando 3.000 y pico expedientes”-, nos repetíamos una y otra vez.

Al tiempo supimos que no está sólo él, pero ante nosotros ha sido quien ha dado la cara durante meses. Mañana, tarde y noche. De lunes a domingo. Y lo sigue haciendo, a punto de cumplir el año desde que empezó todo este proceso, aunque ahora con refuerzo y más personas trabajando en esto codo con codo con él.

Recuerdo que cada vez que me contestaba a un correo, le decía a mi madre: no falla, mami, es el mejor funcionario con el que me he topado en mi vida.

Y así es.

En julio, cuatro personas más y yo fuimos a la sede de Fomento y Vivienda para asistir a una reunión planteada por José Antonio Espinar, jefe de servicio de Vivienda, en la que querían informarnos personalmente de todo para que así pudiésemos transmitírselo a todos los integrantes de ese grupo del que ellos ya tenían conocimiento.

Gracias a esa reunión, en la que se nos resolvieron todas y cada una de las dudas, y en la cual pude conocer a Antonio, entendí la magnitud de una ayuda de esta índole, la cantidad de organismos que hay detrás y las innumerables manos por las que tiene que pasar antes de llegar a ti.

Entendí también que Antonio, y el resto de funcionarios trabajan con las herramientas que la Junta les proporciona, y en este caso, y con todos mis respetos, fueron insuficientes y erróneas desde el primer momento la gran mayoría.

Se nos informó acerca de los procedimientos y de los plazos de cobro, plazos que, aunque esté yendo muy lento, se están cumpliendo.

Hemos estado al tanto también de que en cada provincia se ha gestionado de una manera y en Granada, viendo el panorama, ha sido de las pocas en las que ha habido transparencia y hemos podido tener acceso a la información que hemos necesitado, aunque en ocasiones esta nos haya resultado insuficiente; en otras no cogían ni el teléfono.

Me atrevería a decir que me llevo muchos colegas y algunos amigos de ese grupo de WhatsApp; a David, Jordi, Germán, María, Isra, Ana, Julia, Natalia… y a tantísimos otros: gracias.

Por las risas, por el apoyo, por el respeto.

También, y a esto no me hace falta atreverme, a que ese cariño que le tengo yo a Antonio, tan real, tan de corazón, lo sentimos la gran mayoría de nosotros.

Antonio, has sido el rayito de luz de muchos de nosotros en todo esto. Me siento afortunada de haberme topado con alguien como tú. Si alguna vez necesitas algo de mí, silba, que yo vuelo.

José Antonio, gracias por tu implicación, por tu saber estar, honestidad y palabra.

Ha sido crucial.

En lo que a mí y a muchos otros respecta, vuestra gestión y trabajo ha sido impecable.

Nunca podré decir nada negativo de las personas que trabajan en la Consejería de Fomento y Vivienda en Granada; sé que, si de ellos hubiese dependido, hubiéramos cobrado todos hace ya.
Gracias, de corazón.

Nos vemos en dos semanas.