Una de cal y otra de arena
-Tengo el corazón raro otra vez- le digo a Pepe casi a diario cada vez que nos sentamos a comer y ponemos de fondo las noticias.
Sé que mucha gente ha optado por no verlas, y lo entiendo; al final, queramos o no, estamos expuestos a una sobreinformación constante acerca de la pandemia, y dan igual los esfuerzos que hagamos por no empaparnos de ella, que por una vía u otra nos va a acabar llegando. Si no es la tele son las redes. Si no el anuncio de concienciación que te salta en la radio entre canción y canción, como si 8 meses no hubiesen bastado para tomar conciencia de la magnitud de todo esto. Y si no será la vecina de al lado hablando con la de enfrente de lo mal que está la cosa. Y, además, de verdad señora, qué mal está la cosa.
Que ya está la vacuna.
Y las UCIS casi llenas.
Que estamos siendo relativamente responsables.
Pero los datos no bajan.
Y así todo el rato, una de cal y otra de arena. Mira que he sido siempre muy fan de esta técnica para según qué cosas, pero no sabéis la tirria que le estoy cogiendo a la expresión.
Volviendo a lo del corazón raro, después de tanto tiempo repitiendo esta frase sigo teniendo la sensación de que no define exactamente eso que sea que siento ahí dentro, pero sí se acerca. Y digo raro porque unos días es solo esperanza y otros, hastío. Unos días late sonriendo y otros solo lo hace porque no le queda otra, pero me confiesa que si pudiera huiría de todo lo de fuera. Unos días me mima él a mí y otros tengo que hacerlo yo. A veces lo mantiene todo en orden y otras lo pone todo patas arriba.
Y es que siento pena, siento pena por muchas cosas, como todos. Pero hay algo que me ronda últimamente todo el rato la cabeza y cuanto más pienso en lo cierto que es más me hace perder la esperanza en eso que decíamos todos en el mes de abril de que esto nos iba a hacer más fuertes y mejores personas.
Yo miro afuera y solo veo bandos.
Los que se creen la pandemia y los que no.
Los que han perdido a alguien y los que no.
Los que respetan las normas y los que no.
Los que politizan esto como única verdad y los que, como yo, preferimos mantenernos a la sombra de la política y que peleen otros. Porque yo defiendo y peleo lo que conozco, en lo que creo que soy una ignorante prefiero no entrar. Y en esto lo soy porque detesto absolutamente todo lo que tenga que ver con la política de este país. Y oye, no tengo ningún interés en dejar de serlo.
Siento que a estas alturas hay más rechazo al que opina distinto a ti que empatía, cuando debería de ser justo lo contrario.
Que si decido respetar las normas soy antes una marioneta del Gobierno que alguien que simplemente está haciendo lo que está en su mano para contribuir a que esta puta odisea acabe.
Y qué pena, de verdad. Estamos ‘des-evolucionando’, si es que esa palabra existe.
Me pregunto si todos aquellos que no creen en la pandemia tendrían el coraje de ponerse enfrente de alguien que haya sufrido la muerte de algún familiar o amigo cercano, mirarlo a los ojos y decírselo. Así, con la misma soberbia y seguridad con la que lo suelen hacer: NO HAY PANDEMIA, ES PLANDEMIA.
Me pregunto si no les temblaría la voz. Si su corazón no se aceleraría. Si sus mejillas no se tornarían de rojo.
No basta con las muertes diarias por Covid-19 y otras muchas razones y enfermedades que también tienen que morir relaciones solo por el hecho de pensar distinto.
De verdad, por favor, que alguien me diga dónde está la evolución en todo esto.
Encima han sacado ya el anuncio de Navidad y, según dicte mi ánimo, a veces siento que han ido a dar donde más duele, como si no hubiese ya exceso de dolor.
-Para emocionar no hace falta meter el dedo en la llaga-, pienso.
Luego me enfrío y llego a la conclusión de que este año es imposible hacer un anuncio que te enternezca y te recuerde a los tuyos sin que a la vez te raje un poquito por dentro. Con lo que me gustaban hasta ahora y lo rápido que voy a cambiar de canal cuando salga en televisión.
El otro día me dijeron que es tiempo de tomar aire y no decisiones, e intento recordármelo a diario.
Yo, que soy una ‘fuguillas’ y no concibo mi cabeza sin un runrún constante, voy a tener que posponer casi todo lo que me rondaba, tomar de ese aire y esperar.
Soy fuerte, pero el anticiclón que nos visita lo es más, así que no voy a malgastar energía y me la voy a reservar para cuando todo esté en orden.
Para cuando todo brille, brillemos.
Para ese ansiado momento en el que reparemos más en la sonrisa de la gente (sin mascarilla) que en sus miradas tristes.
Ya sé que dije que en esta columna hablaría de una decisión que tomé hace poco, pero me he tomado la libertad de dejarlo para otro momento, la próxima quizás.
No es tan relevante como sí lo es la actitud que tengamos ante la vida en estos momentos y, si no lo es para mí, para vosotros muchísimo menos.
Cuidaos mucho, porfa. A vosotros y al de al lado. Quered más aún que ya sabemos que viernes 13 puede ser en cualquier momento.
Y, de repente, un día se hace tarde.
Os abrazo fuerte, muy fuerte.