El primero de la clase
La mandíbula gruesa y la frente larga y cuadrangular como un campo de baloncesto, la cara del niño tenía la forma de un ocho. Vino en el metropolitano desde el Cerrillo de Maracena. Se bajó allá por la Hípica y tomó un autobús hacia el Serrallo. Estudiaba tercero de la Educación Secundaria y rumiaba la culpabilidad de no haber terminado los ejercicios de Matemáticas y de Lengua y Literatura. Tenía la piel parda, y me dio la impresión de haberlo visto en algún periódico. Quizá en este propio medio. Pensé que sería un joven prodigio. Un cerebro que no presta atención en clase pues todo es ya sabido y fácilmente realizable. Mantenía una dulce voz blanca, fría como un susurro a madrugada o el espacio velado que dejan las bufandas mal colocadas. Hablaba, además, un excelente francés, y un estudiado pero mediterráneo inglés. Su nariz era fina y vertical; un eje de líquida mucosidad, que pareciera un fiambre al sol.
En el parque del Serrallo todos los niños tenían un patinete. El chico se sentó en un banco, introspectivo como si tuviera lejanos recuerdos a los que recurrir; o la mirada ausente de los que, con prontitud, ya han vivido lo suficiente como para entender el dolor. Para estos, el tiempo toma una dimensión gélida. Si bien, a esa edad se vive en la percepción de cierta eternidad. Le haría, demasiado joven, un niño escéptico. O bien, un niño ingenuo. (Un niño que no sabe de sí, que no podría nombrar su condición. Pues quien no nombra algo es porque no sabe lo que es, y por tanto para él no existe, o quizá lo percibe desde la intuición sensorial, humana, de lo sentido más allá del lenguaje. Olivier Twist no sabía lo que significaba la orfandad. Ser huérfano. El chico de la cara con forma de ocho no sabría lo que es la soledad pronta, lo parentético y la marginación respecto de lo que alrededor acontece.)
El joven rubio le dijo que no era un patín, sino un patinete. Que no era lo mismo. Patín – e – te. Un patín tiene cuatro ruedas que soportan una tabla hecha de fibras de vidrio y de madera sobre todo, mientras que un patinete se construye con dos ruedas más una sujeción con manillar. Y no, tampoco te lo puedo dejar. Es nuevo. Al menos ya sabes lo que es un patinete.
Tras el rechazo, decidió seguir al joven rubio. No parecía ofendido. Al contrario, fue tras él con una alegría denotada, canina. Traba de alcanzarle dando saltos de notable altura. Sonreía como quien requiere del decoro en una reunión o en un acto público. Una sonrisa pronunciada, de mal gusto. Le alcanzó cuando el chico rubio yacía en el suelo. Un chino se había atrancado en la rueda delantera. Sangraba en el lado derecho de la cabeza. Decía no poder levantarse, pues no podía mover la pierna. ¿Qué parte? Allá, indicó. Y podría haber señalado cualquier parte. El niño con cara de ocho se le aproximó y, apuntando su pierna con el dedo índice, dijo; Pe – ro – né; ti – bi – a; ró – tu – la.