Esta columna y su nombre

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Panorámica de la ciudad de Granada | Foto: Archivo GD
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Mi primera publicación de reencuentro con GranadaDigital, el decano de la prensa cibernética granadina, medio de comunicación que nació con aspiración de afirmar las cosas maravillosas de nuestra tierra y para porfiar en mejorar aquellas otras no tan fantásticas, tengo que dedicarla ineludiblemente a explicar el nombre que he elegido para ella: El Dadario.

Dadario es un palabro resultado de la fusión de dos palabras concretas: dadá y diario. La primera es la que necesita explicación que realmente es la que sublima el nombre que presidirá este espacio que en el que deseo opinar y comentar aquellas cosas cotidianamente absurdas de nuestro entorno y que la mayoría de las veces suelen pasar inadvertidas, pero que no por eso dejan de afectarnos. Serán cuestiones que se den en la política, la cultura, la sociedad, la economía y, realmente en todo aquello, que suponga reconocerse vivo en el día a día granadino antes de reconocerse muerto. Ya habrán adivinado lo algo de ilógico que parece tener lo que acabo de decir, pero así es el dadá.

El dadá, o dadaísmo, permítanme recordarles, que fue un movimiento artístico y literario vanguardista surgido del tumultuoso panorama social y la agitación de la Primera Guerra Mundial. Conocido también como movimiento “antiarte” desafió convenciones y cuestionó la lógica establecida. Nació en Zúrich en 1916 y se caracterizó por el rechazo a las normas sociales y artísticas, promoviendo la irreverencia y la espontaneidad. Artistas como Tristan Tzara, Hans Arp o Marcel Duchamp lideraron este movimiento creando obras que celebraban lo absurdo y lo caótico. El dadaísmo influyó en diversas disciplinas, desde la pintura hasta la poesía, y desde la ética hasta el performance. Sentó las bases para movimientos subsecuentes, no sólo artísticos, convirtiéndose en una fuerza revolucionaria que cuestionó las estructuras establecidas y abrazó la libertad creativa.

El dadarismo, como continuación de aquél, es una manifestación sui generis del ser granadino que eclosionó en Granada con el confinamiento pandémico como forma de razonar sobre lo mucho delirante que en nuestra tierra acontece. Lejos de lo que López Calera identificó como lo nuestro propio y mucho más serio y creativo que la popular e idiosincriática malafollá de la que decimos adolecer los granadinos con no poca indolencia, es una manera de denuncia y protesta contra aquello que fuera de la lógica afecte, perjudique o zahiera a Granada en la mayor amplitud de su concepto, incitando a la insurrección —pacífica—, desde la libertad de conciencia y el respeto. Esto y más es lo que pretende ser “El Dadario”, un espacio para la opinión, la crítica, la propuesta, el raciocinio y la insurgencia, para influir en favor de Granada, removiendo conciencias y promoviendo el progreso, que no la simple progresía dialéctica.

Valga lo dicho como explicación de lo que ha de venir subsumido en este género periodístico en mi segunda época en GranadaDigital que, como fundador que fui de magnífico este periódico, retomo después de algunos años.