¿A qué le entregas tu libertad?
¿Hasta qué punto las personas conservarían su estatus si fueran despojadas de sus ropas?, se preguntaba Thoreau hace 150 años.
¿Qué debería importar si vestimos según los colores de la temporada o usamos un parche en la rodilla? Una «falsa piel» para obtener un falso respeto, simplemente por una posesión accidental y arbitraria de riqueza.
«Si mi chaqueta y mis pantalones, mi sombrero y mis zapatos son aptos para adorar a Dios —proseguía Thoreau—, servirán, ¿no es así? Si sirven para vivir una vida apasionada; la ropa vieja servirá también, ¿no?»
La pregunta obligada es: ¿a qué objetos, además de la ropa, le estamos entregando hoy nuestros poderes y libertades? Despojados de nuestra profesión y reputación, de nuestras posesiones, de nuestros seguidores y seguidos, entre otras trivialidades, ¿qué nos queda? ¿Qué le queda a una persona cuando ya no tiene nada de lo que la sociedad considera valioso? ¿Servirá, no ya para vivir una vida apasionada, sino para algo?
Aristóteles diría que, tras esas falsas pieles, lo que le queda al hombre es lo único valioso: su alma. Quedan sus ideas, sus virtudes y su fibra moral. La piel se gana y se pierde, cambia de color, cambia de forma. El alma, en cambio, permanece y nos iguala.
Un ejercicio mental interesante para hacer a diario es preguntarnos a qué (o a quiénes) le hemos entregado nuestro poder y libertad ese día. ¿A nuestra profesión? ¿A la reputación? ¿A un círculo de influencers? ¿A la mirada de los otros? ¿Al miedo?
La vida apasionada de la que hablaba Thoreau requiere que nos liberemos mentalmente de la idea de que esas falsas pieles son necesarias para vivir una vida significativa.