Cómo quejarte bien
¡Qué bien se siente quejarse! Hay mucho tránsito, la fila es larga, qué día de mierda, tú siempre igual.
Quejarse puede sentirse bien, pero ¿es bueno? ¿Sirve? Pues no y sí. Despotricar constantemente no es bueno. Obsesionarnos con todo lo que va mal no solo nos convierte en seres insoportables, sino que impacta negativamente en nuestra salud. Eleva las hormonas del estrés, contribuye a la depresión y a la ansiedad y, al final, es el filtro a través del cual vemos el mundo: todo negativo.
Pero hay otro tipo de queja, la orientada a un fin constructivo, que es beneficiosa. Resolver un problema puntual, dirimir diferencias en una relación o, simplemente, desahogarse para no explotar más tarde y empeorar las cosas. Esa queja, si cumple determinadas normas, es la que sirve.
¿Cómo es la queja constructiva?
1. Debe ser breve. Las letanías aumentan el estrés, nos hacen sentir miserables y espantan a los demás.
2. No es impulsiva, sino que tiene un propósito. ¿Cuál es el objetivo de la queja? ¿Merece la pena? Es clave tomar un respiro antes de abrir la boca para reflexionar sobre lo que vamos a decir.
3. Es clara con la otra persona sobre lo que necesitamos de ella: ¿Ayuda? ¿Un hombro para desahogarnos? ¿Otra perspectiva sobre la situación? Esta actitud, en lugar de alejar al otro, lo acerca.
4. Busca la empatía de quien nos escucha al hacer referencia a los sentimientos que nos produjo el hecho del que nos quejamos. Este punto es casi el más importante. “Lo que sucedió me entristece y me frustra; siento que luego de tanto trabajo no me han tomado en cuenta.”
La queja tiene una función muy concreta: cambiar algo para bien. Pregúntate hoy si es así como te quejas y luego, ¡adelante! Suéltalo todo.