El autoritarismo de los sueños
En este mundo obsesionado con la persecución infatigable de los sueños y el levantarse una y mil veces, mi sueño particular es hacerle un corte de manga a la humanidad y sentarme como Tom Sawyer a contemplar el Mississippi mientras mastico un tallo de hierba seca y salpico agua con los pies.
Renuncio a perseguir mis sueños. Como dijo Forrest Gump, he corrido suficiente. Es hora de volver a casa.
Se nos enseña desde pequeños que el éxito proviene de la perseverancia tenaz. Nunca aflojar. Los sueños, además, representan el pináculo de la felicidad. ¿Queremos perseguirlos o ser infelices? La condena por la renuncia será el horror: el arrepentimiento cinco minutos antes de morir. Afortunadamente, será breve también.
Para una sociedad que lo que más valora es la productividad, declarar que nuestro propósito es tan inútil como chapotear despreocupadamente a la vera de un río es una amenaza con potencial de peste. ¿Será contagioso? ¿Moriremos todos de desinterés y de indolencia?
Pero esa renuncia, que es poco menos que un oprobio, puede ser el gran acto heroico en la vida de una persona. Cuando intentar cumplir un sueño es levantar cada día la implacable piedra de Sísifo, tal vez lo adecuado sea dar un paso al costado y dejar rodar la piedra cuesta abajo. Verla estrellarse y volar en mil pedazos.
Es probable que encuentres un inesperado consuelo en tus sueños rotos: el alivio de la libertad. Enhorabuena.