Fake Love

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"No hay mucho tiempo para nada, y el amor también corre esta vertiginosa carrera por llegar más rápido, antes y mejor" | Foto: Remitida
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“No hay otro remedio para el amor más que amar más”, escribió Henry David Thoreau pensando en Ellen Sewall.

Mientras para Thoreau, el sol de su amor por Ellen “salía silencioso como el sol del mar”, sin sobresaltos, y duraba una eternidad (dicen que, hasta su muerte, más allá incluso del rechazo de ella a casarse con él), para nosotros, el amor sale y se pone en lo que tarda un dedo en pasar de un perfil a otro en Tinder.

No hay mucho tiempo para nada, y el amor también corre esta vertiginosa carrera por llegar más rápido, antes y mejor.

Tenemos demasiadas ocupaciones y problemas como para habitar la incertidumbre de un amor que se cocina a fuego lento, como el de Thoreau. Queremos soluciones y las queremos ya.

“¿Ya me amas?” “Eres todo lo que buscaba en la vida.” Ni siquiera lo dudamos. Dos semanas bastan para amar a alguien e imaginarnos caminando por la playa de la mano a los 100 años. Sin embargo, algo sucede (un tambaleo de palabras, un gesto extraño, un detalle equivocado en su vestimenta) y del éxtasis pasamos al rechazo sin solución de continuidad.

Adiós al match perfecto. Pero no vamos a lloriquear por mucho tiempo: hay otros, hay muchos. Vivimos en los tiempos de la pasarela del amor. Decidimos nuestro futuro unas cien veces al día: ¿este? Descartado, ¿Aquel? Lo guardo para después, por si no aparece algo mejor. ¿Y este? Me gusta. ¿Y el otro? ¡Match!

No queremos al otro: queremos la “idea” del otro, esa que tenemos en nuestra cabeza y que alimentamos con visiones románticas que ni siquiera estamos dispuestos a vivir. Amamos un figurín, una fantasía, un fake love.

¿O se imaginan, como Thoreau, alimentando con dignidad un amor como el suyo por Ellen sin ser correspondidos? ¿O, tal vez, regando el brote de un nuevo amor con paciencia y tolerancia por las diferencias? No, mejor un pisotón al brote, que a ver si crece un esperpento.

Muertas la imaginación y la paciencia a golpes de apps de citas, la cosa se reduce a su mínima expresión. Ya tenemos bastante con nuestras imperfecciones y fragilidad, con nuestras zonas oscuras como para aguantar las de otra persona.

Que nos aguanten ellos.

No estamos pensando bien. Pagamos un precio muy alto por subir y bajar de la pasarela del amor con tanta velocidad. La idea del fake love puede ser graciosa, pero no es inofensiva. Como el águila que cada mañana come el hígado de Prometeo, este amor superficial y frívolo que queremos vivir nos convierte en eso mismo: en superficiales y frívolos. Incapaces de atravesar conflictos y dificultades.
Permanecer en ciertos lugares nos vuelve el mundo menos ininteligible, nos hace más profundos, clarividentes y fuertes.

Dicho esto, ¿tenemos que profundizar en toda relación? No, claro que no. Pero cuando notamos algo, un brote, reguemos con paciencia. Quien sabe, tal vez, en lugar de un esperpento nos crece un árbol de habas, como en el cuento infantil “Juan y la habichuelas mágicas”, ese que guarda entre sus ramas la gallina de los huevos de oro.