Sobre héroes y lágrimas
«En la épica griega, los héroes lloran», escribe Daniel Mendelsohn en su libro «Una Odisea».
Y lloran mucho.
Cuenta el autor que en «La Odisea» llora Telémaco (hijo de Odiseo) mientras busca a su padre, quien falta de Ítaca desde hace 20 años y a quien no sabe vivo o muerto.
Llora Odiseo, cautivo de la diosa Calipso, porque extraña Ítaca.
Llora Menelao, rey de Esparta y figura central de la guerra de Troya, recordando a su hermano muerto, Agamenón, líder del ejército griego.
Y cuando Helena ve que su esposo Menelao, Telémaco y sus amigos están a punto de llorar descontroladamente en una cena, recordando el final de la guerra de Troya y a su héroe, Odiseo, astura, hace un poco lo que nosotros hoy querríamos: añade una poderosa droga al vino llamada «Nepenthe» (en griego, sin dolor), que tiene el poder de cortar el lazo entre emoción interna y su expresión física.
Todo esto nos debería dejar pensando. ¿Qué nos pasó como civilización? Si en un poema épico lloran todos los héroes, ¿por qué hoy no somos capaces de desmoronarnos de ese modo? ¿Por qué tenemos que urgirnos a nosotros y a los otros a tragar las lágrimas?
Permiso de ser humanos, decía mi profesor. Eso es lo que necesitamos. Darnos y dar el permiso de sentir lo que sentimos, de expresarlo y de ser respetados en nuestro dolor.
Nada de pum para arriba si antes no has llorado tu tristeza.
Di que no, que gracias. Que vas a llorar, como un héroe griego.