No nos acordamos de los presentes hasta que no se hacen ausentes
No nos acordamos de los presentes hasta que no se hacen ausentes. Parece ser que la vida aunque a veces no nos demos cuenta cuando tenemos una oportunidad, no la aprovechamos y dejamos de conocer entre múltiples opciones: paisanajes y sus lugares; personas, y cosas que han estado delante y no le hemos hecho suficiente caso o no le hemos prestado la suficiente atención o curiosidad.
Por una parte, vivimos en el mundo de la posverdad, pues lo que es mentira lo hacemos parecer verdad. Por otra parte, vivimos en un mundo de 'postureo' que prevalece ante los verdaderos sentimientos, porque de lo que se trata es de que nos importa que parezca que sí es importante que los demás estén pendientes de estar pendientes, importe o no verdaderamente el motivo por el que aparentamos ser y tener interés en un mundo de fluir efímero y de vivir de cara a la galería de los demás. Es decir, vivimos en un mundo de arbitrariedad y conflictos, de ser y no ser, en un mundo de mentiras o verdades a medias según convengan, en sucesos luctuosos o alegres, oportunos o inoportunos.
Asimismo en este binomio de realidad frente a no realidad, estamos perdidos cuando queremos buscar las respuestas de preguntas que no nos atrevemos a contestar por sí mismos. Valga por ejemplo el caso de Segismundo, que no sabe si vive en un mundo de palacio o en un mundo de prisión según el gran teatro del mundo calderoriano. Lo que Cervantes en su Quijote diría que necesitamos, un mundo diferente por el que luchar si queremos cambiarlo y que no nos confunda. Un mundo en el que reconocernos si miramos a su espejo, para aprender a mirarnos, acercarnos sin miopía y saber en lo que debemos fijarnos.
Así pues, la confusión de gigantes y molinos se explicaría ante el descubrimiento o no conocimiento de una realidad injusta, que nos engaña, por eso las cosas y las personas no son lo que nos parecen ser, y no las comprendemos. Incomprensión que nos lleva a vivir y aceptar un mundo imaginario, que no diferencia la vigilia del sueño o pesadilla ante lo que no nos gusta. Podríamos interpretar la elección como un espejo de codicia de la apariencia frente a otro de la virtud de la bondad, para cambiar el mundo y hacerlo más justo en las relaciones con los demás y en la identidad de lo que queremos conocer.
Cervantes y Saramago están comprometidos con nosotros mismos, con los más humildes y los más vulnerables, con la empatía del que quiere y necesita ser contra la estupidez de la ignorancia, de la soberbia. En definitiva, como diría Paulo Freire, estamos ante la Pedagogía de los oprimidos: se trata de un reconocimiento porque los que luchan por transformar el mundo y hacerlo más digno son los que lo consiguen.
Como diría Javier Marías, sigue siendo la espera de lo que está por llegar, es la espera de lo inesperado aunque quizá no estemos dispuestos a saber siempre. Lo que yo traduzco en que hay que querernos más, pero con un modelo de amor y solidaridad por el dolor del que sufre una realidad injusta. Porque vivimos en un mundo imaginario y de falsedad, en un mundo de hipocresía de amor al muerto antes que al vivo. En un acto de defensa de los derechos, con decencia y humanidad. Pensando que la libertad en la manifestación de nuestros deseos, es lo que nos lleva a la dignidad de vivir en un mundo en el que nos queramos más a nosotros mismos sin tener que hacer daño y respetando a los demás aunque sean de ideas diferentes.
Vivir es hacer recuento de lo vivido. La vida humana es temporal y sucesiva. Hay que seguir pensando, diría Ortega, porque es la condición irrenunciable de la vida humana. ¿Será que nos falla el diálogo, termostato de que no nos escuchamos y por eso no nos entendemos? Juzguen ustedes.