Granada enCANDILa
Podré enamorarme de muchos sitio, pero con la certeza de que ningún lugar será tan infinito para mí como lo es Granada
Granada. No sé cuántas veces habré repetido a lo largo de mi vida que tengo tan claro que en algún momento quiero volver a salir de aquí como que quiero hacerme viejita también aquí. En el centro no. Quizás en algún pueblo de estos que se consideran periférico por su distancia a la ciudad, pero que si te asomas a la ventana solo ves verde y campesinos de avanzada edad labrando sus tierras, solo oyes el ruido que tú hagas y el del canto de los pájaros y donde se respire aire puro y no contaminación. O bueno, también me valdría algún pueblo del Cabo de Gata. La Isleta, o Rodalquilar. Aguamarga o Carboneras.
Ya sabéis, algún lugar donde poder ponerme mis zapatillas, andar mucho e ir a disfrutar de algún atardecer que me deje boquiabierta. Porque pienso hacerlo hasta que el cuerpo me lo permita. No puedo evitar hablar de mi pasión por los atardeceres sin acordarme de Joaquín, quien piensa que se puede invertir ese tiempo en cosas de mucho más provecho. Pero dice que me acompaña si hace falta. Qué distintos somos y cuántas risas nos ha generado esto.
Hoy me he ido a andar. No penséis que me planto mi chándal, mis auriculares y mi kit deportivo. Qué va. De hecho, llevo sin auriculares más de un mes y creía echarlos de menos, pero quizás si no me he hecho ya con otros es porque tampoco los echo tanto de menos. O que echar de menos está a la orden de mis días y ya no sé cuándo lo hago de verdad o solo creo hacerlo. Me he puesto unos vaqueros que tienen bastantes años y arreglos y que ahora están desteñidos porque yo así lo quise. Hace un mes me bailaban mucho. Ahora los lleno enteros. Saquen sus propias conclusiones. Comodísimos, siguen resultándome comodísimos.
He pasado por algunos de mis sitios favoritos de Granada. El Paseo de los Tristes, primera parada. Aunque a mí me aporta de todo menos tristeza. Casi llegando al final, en la calle Candil, está Candil Suite. Puedo decir, y diré siempre, que es el lugar más bonito donde alojarse si vienes a Granada. Y si eres de aquí y simplemente quieres someter a tus sentidos a un orgasmo constante, también. Son apartamentos donde priman la elegancia, la magia y el cariño.
Tres plantas
La primera, un precioso salón con una decoración exquisita. Al lado la cocinita. Quiero ese frigorífico. Subes a la segunda planta y tienes el dormitorio y un baño. Qué dormitorio y qué baño. Podría vivir en ambos. Tercera planta. Prepara a tu corazón para el vuelco que se le viene. Terraza con la Alhambra a tus pies. La foto de portada es allí. Debe de ser algo parecido al cielo. Todo cuidado al más mínimo detalle, empezando por la atención de sus dueños. El café de Granada molido cada 15 días. Ese olor. Esas luces.
Las mejores vistas a la Alhambra desde el colchón más cómodo sobre el que he dormido nunca. Charlie y su voz, su entusiasmo y su amor a ese lugar. Tuve la suerte de, uno de los días más delicados de este 2021, pasarlo allí, con Noe. En Candil empecé a curarme. Candil me curó. "Foh mi Graná, no es bonita no ni ná". Estoy segura de que El Niño del Albayzín también se ha repetido esto unas cuantas veces desde la terraza de la que hablo. De hecho, me consta que así ha sido. Dejo el Paseo de los Tristes prometiéndome volver pronto, también a Candil.
Aliatar
Sigo andando, y mi barriga empieza a rugir. Llevo un rato haciendo caso omiso a las voces que me está dando porque en casa tengo la comida preparada y no voy a gastar dinero en comprarme nada en la calle. Paso por el Aliatar. No eres de Granada si no te has comido medio perrito allí, de pie, confundiendo el codo de el de al lado con la coscorra de tu bocadillo. Intentando limpiarte con servilletas que no absorben nada pero que oye, con qué gracia las colocan. Bebiéndote un quintillo mientras haces la broma de subirte a la báscula industrial que tienen allí ocupando tres de los cinco metros cuadrados que mide el local. No eres un buen granadino si no amas al Aliatar. Yo iba siempre de pequeña con mis padres, era visita obligada al menos dos veces al mes. En Semana Santa 2 o 3 veces. He seguido yendo a lo largo de toda mi vida. Los camareros me conocen y yo a ellos también.
Está el moreno delgadito, que siempre gasta bromas y no sabes si bromea o no porque su expresión permanece inalterable. Hasta que lo conoces. Le gusta sonrojar a las mujeres, pero lo hace con mucha elegancia, como tiene que hacerse. No sé su nombre, estoy segura de que él tampoco el mío, pero tengo la sensación de conocerlo. Luego está el calvito (o rapado, aunque creo que más bien lo primero) con tatuajes, una voz grave muy bonita y una perilla que dan ganas de tocar. No sé si se llama Javi o es que yo le veo tanta cara de Javi que me lo he acabado creyendo.
Total, que me muero de ganas por ir a comerme medio bocadillo de pollito empanado con mayonesa, de cascar un rato con ellos y sentir que entre la cerveza y el bocadillo voy a llegar a casa rodando. Y, una vez hecha la digestión, irme al Huerto a tomarme el mejor café de Granada. Es el sitio donde intento desayunar cuando entreno, siempre que los turnos del trabajo me lo permitan. Lo llevan David y Ángela, una pareja de mi edad que nos han alegrado la vida a todos los que nos gusta el buen café y la comida casera. Qué tostadas, qué zumos, qué bowls. Calle San Antón, enfrente de la ESCO. De nada.
El Huerto
El pasado lunes estaba desayunando y en la mesa de al lado se sentaron dos señoras. Una de ellas llevaba en brazos un perro pequeñísimo. No de edad, de tamaño. Abría mucho el hocico para oler a lo lejos mi tostada y resultaba graciosísimo. La otra tenía mucha hambre, le comentaba a la amiga. Se pidió una tostada de no sé qué pan especial, creo que centeno, que son más pequeñas que las de pan normal. Cuando se la llevaron tardó 10 segundos en pedirse una como la mía, de pan normal con jamón de york, queso y mantequilla.
Me pilló riéndome porque me había dado cuenta y le contagié la risa. Ángela me la especia con orégano y pimienta y no sabéis qué brutalidad de sabor. Volviendo a casa he pensado en la suerte que tengo de vivir en una ciudad como esta, tan cómoda y bonita. Poder recorrérmela de punta a punta en dos horas. Limpiarme el sudor del calor mientras veo cómo Sierra Nevada luce aún blanquita. Tener a 40 minutos el mar y a otros 40 la nieve.
Entender que, podré enamorarme de muchos sitios más, pero con la certeza de que nunca, nunca, ningún lugar será tan infinito para mí como lo es Granada. Me he enamorado aquí. Desenamorado también. Me he recomendado evitar pasar por ciertas calles porque hay recuerdos en ellas que son cristales, y yo aún sangro. He pasado y no he sangrado. El tiempo también ha pasado. Me he recorrido los rincones más intransitables del Albayzín con 16 años haciendo un "sinpa" y con 26 para besar y dar con alguna pared donde poder hacerlo con pasión. Granada conoce mis tesoros y mis miserias. Y yo soy, por y para siempre, toda tuya. Y mía. Vamos a vivirnos pues.